Han pasado tres años desde aquella noche que paralizó a México. El nombre de Debanhi Escobar, la joven estudiante de
Derecho de 18 años cuyo cuerpo fue hallado en el interior de una cisterna cerca de un motel en Nuevo León, vuelve a ocupar los titulares.
Un nuevo video difundido masivamente en redes sociales ha revelado un “giro inesperado” en el caso que se convirtió en símbolo del fracaso judicial mexicano.
Esta vez, la voz que rompe el silencio es la de su madre, Dolores Bazaldúa, quien después de tres años de lucha incansable por la verdad, ofrece una revelación que podría cambiarlo todo.

Según su testimonio, Debanhi no fue simplemente una víctima de desaparición. Su madre asegura que su hija fue engañada con la promesa de participar en una película, una oferta que parecía inocente, pero que —según ella— escondía una trampa tendida por un hombre que se hacía llamar “El Jaguar”.
Este individuo, autodenominado actor, habría ganado la confianza de la joven y la condujo directamente a la noche en que desapareció para siempre.
“El Jaguar” no es un desconocido para las redes. Se presenta como actor que ha participado en producciones en Estados Unidos y en videoclips junto a artistas nominados al Latin Grammy.
Sin embargo, muchos afirman que su fama se debe únicamente a su presunta relación con el caso de Debanhi. Los presentadores del programa que reveló la información lo describen como “un hombre que vive de la sombra de una tragedia”.
Existen registros de su participación en videos musicales, pero su pasado es confuso: algunos dicen que fue policía; otros, que operaba como reclutador dentro del mundo del entretenimiento.

La revelación de la madre de Debanhi ha reavivado la indignación pública porque parece exponer un patrón de manipulación criminal: hombres que se aprovechan de los sueños artísticos de las jóvenes, prometiéndoles fama, contratos y papeles protagónicos para atraerlas a situaciones de alto riesgo. Un modus operandi peligroso, envuelto en glamour, pero construido sobre mentiras.
Dolores Bazaldúa habla con la voz quebrada en el video: “A mi hija le gustaba ser el centro de atención, le gustaba arreglarse, era vanidosa pero disciplinada.
Le dije que terminara la carrera de Derecho y después siguiera su sueño de ser modelo. Ella me dijo que sí. Unos meses después, ya no estaba.”
Sus palabras revelan el retrato de una joven con ilusiones y ambiciones, pero también de una generación de mujeres mexicanas que intentan abrirse camino en una sociedad donde la vulnerabilidad se paga con la vida.

La última noche, Debanhi salió con amigas “para celebrar”. Sin embargo, hay versiones contradictorias: algunos dicen que fue una fiesta, otros aseguran que se trataba de una casa donde se realizaban reuniones con otros fines. Testigos aseguran que la joven lloró esa noche, como si presintiera el peligro o se sintiera obligada a quedarse. Horas después, desapareció. Trece días más tarde, su cuerpo fue encontrado dentro de una cisterna, a escasos metros del lugar donde fue vista por última vez.
Desde entonces, su familia ha vivido entre el dolor y la frustración. Las inconsistencias en la investigación, las pruebas perdidas y las versiones contradictorias han convertido el caso en un símbolo del colapso judicial.
La Fiscalía de Nuevo León ha sido acusada de proteger a los implicados y entorpecer el proceso, lo que obligó al Gobierno Federal a intervenir. Sin embargo, tres años después, nadie ha sido detenido.

Lo más alarmante es que el mismo patrón criminal parece repetirse. En Puebla, una mujer de 32 años, Sandra Elizabeth Pérez Portillo, fue hallada muerta dentro de una cisterna después de más de un mes desaparecida.
“El mismo método”, dicen los periodistas del reportaje, “como si alguien estuviera replicando el caso Debanhi.”
Los expertos en criminología advierten que podría tratarse de una red criminal organizada o de imitadores que reproducen el mismo modus operandi para confundir a las autoridades y a la opinión pública.
Los medios mexicanos están divididos. Algunos consideran esta nueva revelación como “una sacudida necesaria”, un recordatorio de las fallas estructurales del sistema.

Otros acusan a la prensa digital de “lucrar con el dolor ajeno.” Pero Dolores Bazaldúa responde con firmeza: “Si yo no hablo, ¿quién lo hará? Si guardo silencio, el caso de mi hija será enterrado como tantos otros.”
Sus palabras se han convertido en el grito de cientos de madres en todo México que buscan justicia por sus hijas desaparecidas.
De Nuevo León a Puebla, de Monterrey a Ciudad de México, el eco del caso Debanhi se multiplica. Cada año, cientos de mujeres jóvenes desaparecen; la mayoría de los casos jamás llega a resolverse.
Aunque el gobierno ha anunciado nuevos protocolos de investigación, las organizaciones civiles lo califican de “discurso político vacío”. En las calles, las manifestantes portan pancartas con una frase que se repite en todo el país: “No más cisternas, no más silencio.”

Tres años después, el misterio sigue intacto. Cada nueva pista enciende la esperanza, pero también profundiza la frustración.
El caso Debanhi ya no es solo una tragedia individual: es el espejo de un país donde los sueños pueden convertirse en trampas, donde la justicia parece un espejismo.
Y tal vez, lo más perturbador de todo, es la sensación de que Debanhi podría haber sido cualquiera: una joven con sueños, con talento, con confianza en un sistema que no supo protegerla.
Hoy, su madre ya no llora frente a las cámaras. Míra directamente al lente y dice, con voz firme:
“No voy a detenerme hasta saber quién fue el que le prometió a mi hija que sería actriz.”
Esa frase —mitad promesa, mitad acusación— resuena como un eco en todo México. Porque mientras no haya justicia, el caso Debanhi no será solo un expediente abierto: será una herida viva en la conciencia de una nación entera.