Hay crímenes que no comienzan con un disparo, sino con una mirada involuntaria.
Harold Aroca, un niño que aún no había llegado a la adultez, se convirtió en víctima de un mundo donde la verdad no es perdonada.
Su muerte no representa solo la tragedia de una familia, sino una advertencia brutal sobre el precio que se paga cuando un menor sabe demasiado en un territorio dominado por la violencia de pandillas.
Todo comenzó con un breve video que circuló en redes sociales. En las imágenes se ve a Harold con vida, en escenas que aparentan normalidad.

Sin embargo, ese mismo registro terminó convirtiéndose en una prueba clave dentro del expediente judicial.
Especialistas del Cuerpo Técnico de Investigación CTI analizaron cuadro por cuadro para reconstruir la secuencia final de los hechos. No hubo azar ni accidente. Lo ocurrido con Harold fue el resultado de una decisión deliberada.
El dictamen de la necropsia reveló un nivel de violencia que supera el de una agresión común. El cuerpo del menor presentaba múltiples hematomas en el rostro y los brazos, además de excoriaciones visibles en el codo derecho.
Estos indicios apuntan a que intentó defenderse sin éxito. Harold no murió de manera inmediata. Fue sometido a un ataque prolongado, violento y con un claro mensaje de escarmiento.

De acuerdo con la investigación, el móvil del crimen no estuvo relacionado con un conflicto personal ni con un robo. Harold fue asesinado porque había sido testigo de otro homicidio ocurrido el 3 de agosto de 2025 en el sector de Los Laches.
En un entorno donde la muerte se ha vuelto parte de la cotidianidad, presenciar un asesinato no es inusual. Lo que selló su destino fue haber hablado.
En su escuela, Harold comentó que sabía quién era el responsable de ese crimen. Una frase infantil, pronunciada sin medir consecuencias, bastó para convertirlo en objetivo. La información llegó rápidamente a oídos de quienes se sintieron amenazados.
En el universo de las estructuras criminales, donde la ley del silencio se impone con armas y miedo, incluso un niño considerado testigo potencial es visto como un riesgo que debe ser eliminado.

En el lugar del asesinato, los investigadores encontraron un papel con la frase “por sapo”. Se trata de una expresión habitual en el argot criminal, utilizada para señalar y castigar a quienes son considerados delatores.
El mensaje no solo confirmaba el móvil de represalia, sino que funcionaba como advertencia para toda la comunidad. Ver, saber y hablar puede costar la vida.
El crimen de Harold Aroca se produjo en medio del enfrentamiento entre dos estructuras delincuenciales identificadas como Los Ranchos y Los Pedreros.
La disputa entre estos grupos ha convertido varias zonas residenciales en espacios donde la autoridad formal se diluye y la violencia establece sus propias reglas. En ese contexto, muchos niños crecen aprendiendo que el silencio es una forma de supervivencia.

Un punto de quiebre en la investigación fue el testimonio de un testigo protegido, quien decidió romper el silencio pese al riesgo. Por razones de seguridad, su identidad no ha sido revelada.
Según su declaración, logró identificar a los sospechosos a partir del video difundido en redes sociales. El testigo afirmó conocerlos desde hace años, haberlos visto crecer en el barrio y estar familiarizado con su historial y vínculos dentro del entorno criminal.
El perfil de los sospechosos describe un patrón reiterado. Uno de los principales implicados había salido de prisión apenas dos meses antes, tras cumplir condena por el robo de una motocicleta. Poco después, se habría incorporado al microtráfico de drogas, incluyendo sustancias como tusi y bazuco.
Otro de los señalados es conocido con el alias de El Negro Chará, nombre que aparece vinculado a episodios previos de violencia en la zona.
El grupo estaría integrado tanto por adultos como por menores de edad, un dato que evidencia la profundidad con la que el crimen organizado ha penetrado en la vida juvenil.

Hasta el momento, las autoridades han logrado capturar a dos personas relacionadas directamente con el asesinato de Harold Aroca.
Sin embargo, fuentes cercanas al proceso indican que al menos cinco implicados más ya fueron plenamente identificados y continúan prófugos.
La labor de búsqueda se ve obstaculizada por redes de protección informal, el temor de los habitantes a colaborar y la capacidad de los delincuentes para desplazarse rápidamente.
Este caso trasciende la categoría de un simple expediente penal. Plantea interrogantes profundos sobre la protección de la infancia y de los testigos.
Cuando un niño es asesinado por haber visto y dicho la verdad, surge una pregunta inevitable. ¿Dónde fallan los mecanismos de resguardo? ¿Cómo exigir colaboración ciudadana cuando el costo puede ser la vida propia o la de los hijos?
Harold Aroca fue como una pequeña vela que iluminó la oscuridad por un instante y fue apagada en el momento en que esa luz resultó peligrosa.
Su muerte deja al descubierto una realidad implacable. En territorios dominados por la violencia de las pandillas, la verdad no siempre conduce a la justicia. A veces solo conduce a una tumba pequeña y a un silencio prolongado que envuelve a toda una comunidad.