La muerte de Alejandra Skin, conocida artísticamente como Baby Demony, no solo marca la pérdida de una figura vibrante de la música urbana, sino también el reflejo de una tragedia social profunda: la de mujeres jóvenes, fuertes y libres, atrapadas entre las luces del escenario, la presión de las redes sociales y relaciones sentimentales marcadas por el control y la manipulación.
La pregunta que hoy retumba en toda Colombia es directa y estremecedora: ¿Ella decidió morir… o alguien decidió por ella?
Alejandra tenía 28 años, era una artista e influencer reconocida en Bogotá con más de un millón de seguidores en distintas plataformas.
Era conocida por su estilo audaz, su imagen desafiante y sus reflexiones sobre la maternidad soltera. A menudo se describía como una “mamá luchona” —una madre que lucha no solo por su hija de cinco años, sino también por sí misma—.

Pero detrás de esa fachada luminosa se escondía una vida solitaria, marcada por la crítica, el acoso y una sociedad que la juzgaba más de lo que la comprendía.
El 14 de octubre, vecinos del edificio donde vivía la encontraron inconsciente, tendida fuera de su apartamento, con rastros de sangre en el cuerpo.
Fue trasladada de urgencia a la Clínica Roma, en el sur de Bogotá, donde los médicos determinaron que sufría una falla cerebral por falta de oxígeno. Un día después, el 15 de octubre, Alejandra fue declarada muerta.
El principal sospechoso de los rumores públicos: su pareja sentimental, Miguel Ángel López, conocido en el medio musical como Samor, quien fue la última persona que la vio con vida.

Samor, cantante de hip hop y pareja de Baby Demony durante más de cinco años, declaró ante los medios que Alejandra se había autolesionado tras una “fuerte discusión”.
Según su versión, él salió del apartamento para “tomar aire”, y quince minutos después recibió un mensaje “preocupante”. Al regresar, asegura haberla encontrado “haciéndose daño” y que trató de auxiliarla antes de llevarla a urgencias.
Sin embargo, las inconsistencias no tardaron en aparecer. Familiares y amigos cercanos confirmaron que Samor no asistió al funeral, lo cual provocó una ola de indignación.
“Si realmente la amaba, ¿por qué no estuvo ahí para despedirse de ella?”, preguntó una amiga cercana. Además, el artista anunció acciones legales contra quienes, según él, “difamaban su nombre”, alimentando aún más las sospechas de que trataba de controlar la narrativa pública.

Pero fue un testimonio médico el que rompió el silencio y cambió el curso del caso. El cirujano plástico Ricardo Huraán, quien había operado a Baby Demony solo ocho días antes de su muerte, declaró ante la prensa que era físicamente imposible que ella se hubiera quitado la vida.
“El procedimiento fue una mamoplastia de aumento con implantes colocados detrás del músculo pectoral. La incisión atraviesa el músculo y causa un dolor intenso.
Durante al menos quince días, la paciente no puede levantar los brazos ni realizar esfuerzos. Es extremadamente improbable que pudiera alzar las manos para sujetar una cuerda o colgarse. Simplemente, el dolor no se lo habría permitido”, explicó el médico.
El doctor Huraán agregó que Alejandra se encontraba en excelente estado físico y emocional. “Estaba animada, hablaba de nuevos proyectos musicales y de su hija. No había signos de depresión ni deseos de morir.”

Su declaración desmoronó la hipótesis de suicidio y abrió la puerta a una teoría mucho más inquietante: ¿y si alguien más la ayudó a morir?
En los días siguientes, testimonios de amigos revelaron una historia de celos, aislamiento y maltrato psicológico.
Alexis, un amigo íntimo de Baby Demony, relató que en las últimas semanas ella le había enviado mensajes desesperados.
“Me trató horrible, me tenía asco”, le decía. En los audios filtrados, Alejandra denunciaba que Samor la había insultado, llamado “plástica”, “falsa” y que la había alejado de todo su círculo social.

Alexis también confirmó que, poco antes de su muerte, la pareja había tenido una pelea intensa por celos. Samor la acusó de mantener una relación con él, a lo que Alexis respondió que eso era imposible, ya que es homosexual. “Era un tipo obsesionado. No quería que ella tuviera contacto con nadie”, afirmó.
Lo más perturbador, sin embargo, fue lo que ocurrió después: “Tras su muerte, Samor apareció con tres personas más y me pidió que ‘observara lo que se decía’. Era extraño, porque unos días antes me había amenazado”, contó Alexis.
Mientras tanto, los seguidores de Baby Demony se dividen entre quienes creen en la versión de Samor y quienes exigen justicia. En las redes sociales, el hashtag #JusticiaParaBabyDemony se volvió tendencia nacional.
Antes de morir, Alejandra estaba llena de planes. Había cerrado acuerdos publicitarios, planeaba grabar un nuevo video con su grupo Viral Vipes y se preparaba para colaborar con los artistas Wescol y Mr. Steen durante las fiestas de Navidad.

Estaba viviendo uno de sus mejores momentos profesionales. Nada parecía indicar que quisiera renunciar a la vida.
Ahora, toda la atención está puesta en el informe de necropsia del Instituto de Medicina Legal de Colombia, documento que podría confirmar o descartar definitivamente la teoría de homicidio.
Pero más allá del resultado judicial, la muerte de Baby Demony ha dejado al descubierto una problemática más amplia: el maltrato psicológico y el control emocional dentro de las relaciones sentimentales, especialmente cuando se esconden tras la fachada del éxito y la fama.
Su historia resuena entre miles de mujeres que viven la violencia en silencio, atrapadas entre el amor y el miedo.
El caso de Alejandra Skin no es solo un drama de farándula. Es un espejo social, una advertencia sobre cómo el poder y la manipulación pueden destruir incluso a quienes parecen invencibles.
Su sonrisa, su energía y su voz quedaron grabadas en las pantallas de millones, pero detrás de cada publicación, había una lucha invisible: la de una mujer que quería ser amada sin ser poseída.
“Ella no se quitó la vida,” dijo una amiga durante el funeral. “Ella quería vivir. Pero alguien decidió que no debía hacerlo.”
Y mientras el país espera respuestas, la pregunta sigue suspendida en el aire, dolorosa y necesaria:
¿Suicidio… o asesinato?