¡POCOS LO SABEN! ¿Sabías que Santa Teresa de Ávila reveló exactamente qué ve tu ser querido fallecido cuando tú lloras a solas, cuando olvidas rezar por él o cuando cometes errores en su nombre? ¿Estás preparado para descubrir los 10 momentos que el alma presencia desde el más allá? Lo que estás a punto de escuchar cambiará para siempre la manera en que recuerdas a tus seres queridos que han partido.

Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia y una de las místicas más grandes de la historia, recibió revelaciones extraordinarias sobre lo que sucede después de la muerte.
Y entre esas revelaciones hay una que muy pocos conocen, los 10 momentos exactos que tu ser querido fallecido puede ver, sentir y experimentar desde el más allá cuando se trata de ti y de tu familia. Estos no son inventos ni suposiciones, son enseñanzas profundas que Santa Teresa compartió con precisión asombrosa y que la Iglesia ha preservado durante siglos. Hoy vas a descubrir cada uno de esos 10 momentos, uno por uno, para que sepas exactamente qué está viendo esa alma que tanto amaste. Si deseas que tu ser querido descanse en paz verdadera, escribe en los comentarios: “Santa Teresa, intercede por mi familia. Mantente hasta el final, porque el décimo momento revelará algo que podría cambiar el destino eterno de esa alma que tanto extrañas. ” Y a lo largo del video descubrirás detalles cruciales que debes conocer antes de llegar a esa revelación final. Antes de comenzar, abre tu corazón a esta verdad…..
Antes de comenzar, abre tu corazón a esta verdad.
Dale like si deseas paz para las almas de tus seres queridos y suscríbete si quieres honrar su memoria con la verdad de la fe.
Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila, España, en el año 1515.
Desde niña mostró una sensibilidad espiritual extraordinaria, pero fue en su vida adulta como monja carmelita cuando Dios comenzó a concederle experiencias místicas que marcarían la historia de la Iglesia.
Santa Teresa no solo reformó el Carmelo, no solo escribió obras maestras de la espiritualidad como las moradas o el libro de la vida, también recibió visiones, éxtasis y revelaciones sobre realidades que escapan a nuestra comprensión humana.
Entre esas revelaciones hay una que ha permanecido oculta para muchos creyentes, quizá porque su profundidad asusta, quizá porque su verdad duele demasiado.
Santa Teresa pudo contemplar a través de la gracia divina lo que sucede con las almas después de la muerte.
No solo vio el cielo, el purgatorio y el infierno.
Vio algo mucho más íntimo.
Vio como esas almas se relacionan con quienes dejaron en la tierra.
Vio lo que sienten, vio lo que presencian.
Vio lo que sufren o lo que celebran cuando tú, su ser querido, haces o dejas de hacer ciertas cosas.
Y lo que Santa Teresa descubrió es estremecedor.
Existen 10 momentos específicos, 10 situaciones concretas que el alma de tu ser querido fallecido puede ver desde el más allá.
10 momentos en los que esa alma está presente observando, sintiendo, esperando.
Momentos en los que tú crees estar solo, pero no lo estás.
momentos en los que tus acciones, tus palabras, tus oraciones o tus silencios tienen un impacto directo en esa alma que ya no camina a tu lado, pero que sigue conectada contigo de maneras que jamás imaginaste.
La Iglesia Católica siempre ha enseñado la comunión de los santos, esa unión mística entre los que estamos en la tierra, las almas del purgatorio y los bienaventurados del cielo.
Pero Santa Teresa fue más allá.
Ella no solo afirmó esa doctrina, la vivió, la experimentó y nos dejó claves precisas para entender cómo funciona esa comunión en lo cotidiano, en lo doloroso, en lo real.
Estos 10 momentos no son aleatorios, no son suposiciones piadosas, son fruto de la contemplación mística de una santa que fue declarada doctora de la Iglesia precisamente por la profundidad y exactitud de sus enseñanzas.

Cada uno de estos momentos tiene una base sólida en la tradición católica, en la teología de la comunión de los santos y en las experiencias sobrenaturales que Teresa registró con asombrosa claridad en sus escritos.
Vas a conocer cada uno de esos 10 momentos.
Vas a entender qué siente tu ser querido cuando tú lloras.
¿Qué experimenta cuando rezas por él? ¿Qué padece cuando lo olvidas? ¿Qué celebra cuando lo honras correctamente? Y sobre todo, vas a descubrir que la muerte no rompió el vínculo de amor, solo lo transformó, solo lo elevó a una dimensión que exige de ti más responsabilidad.
más consciencia, más fe.
Porque si hay algo que Santa Teresa dejó claro es esto.
Lo que haces aquí en la tierra tiene consecuencias eternas para esas almas.
Tus decisiones no solo te afectan a ti, afectan a quienes partieron.
Y ellos lo saben, ellos lo ven, ellos lo sienten.
Y algunos de ellos, los que están en el purgatorio, lo suplican con lágrimas que tú no puedes ver.
Pero que Dios escucha con misericordia infinita.
Prepárate porque el primer momento que ve tu ser querido, desde el más allá te partirá el corazón.
El primer momento que tu ser querido ve desde el más allá es quizá el más desgarrador de todos.
Es ese instante en el que tú, creyendo que nadie te observa, te derrumbas.
Cierras la puerta de tu habitación, te sientas al borde de la cama y lloras.
Lloras con ese llanto profundo que no puedes mostrar frente a otros.
Lloras su ausencia, lloras tu soledad.
Lloras porque el vacío que dejaron es tan grande que duele físicamente.
Santa Teresa reveló algo que estremece.
Esas lágrimas no caen en el vacío.
Esa alma que amaste está ahí, te ve, te escucha y lo que siente en ese momento depende del estado en el que se encuentre.
Si esa alma está en el cielo, contempla tu dolor con una compasión infinita, intercediendo por ti ante Dios para que encuentres consuelo.
Si está en el purgatorio, tu llanto se convierte en un grito que atraviesa las dimensiones espirituales y esa alma sufre de una manera que no podemos comprender plenamente.
¿Por qué sufre? Porque te ama.
Porque desde su purificación puede entender muchas cosas que en vida no comprendió y una de ellas es el dolor que su partida te causó.
Esa alma quisiera abrazarte, quisiera decirte que está bien, que no llores más, que pronto volverán a encontrarse, pero no puede.
Está separada de ti por un velo que solo Dios puede levantar.
Y entonces ella también llora.
llora en el purgatorio con un llanto espiritual que es purificación y amor al mismo tiempo.
Santa Teresa explicó que las almas del purgatorio tienen una capacidad de percepción mucho mayor que la nuestra.
Ellas ya no están limitadas por el cuerpo, ya no están cegadas por las distracciones del mundo.
Pueden ver la realidad espiritual con una claridad absoluta y eso significa que cuando tú lloras, ellas no solo ven tus lágrimas, ven el origen de tu dolor.
Ven tu soledad, ven tu desesperación, ven cada pensamiento que cruza tu mente mientras el llanto te sacude.
Y aquí viene lo más importante.
Esas almas no quieren que llores sin esperanza.
Ellas anhelan que tu llanto se convierta en oración, que tu dolor se transforme en comunión, que tu tristeza sea el puente que las eleve hacia la luz definitiva, porque cada lágrima tuya puede ser una gota de misericordia para ellas si la ofreces con fe.
Cada soyo, puede ser una intersión poderosa si lo unes al sacrificio de Cristo en la cruz.
La Iglesia enseña que nuestras oraciones, nuestros sufrimientos y nuestros sacrificios pueden aplicarse en favor de las almas del purgatorio.
No es magia, no es superstición, es la comunión de los santos en acción.
Es el cuerpo místico de Cristo funcionando como debe.
Los miembros ayudándose unos a otros, incluso más allá de la muerte.
Y Santa Teresa vio esto con sus propios ojos espirituales.
Vio como una lágrima ofrecida con amor puede acelerar la purificación de un alma.
vio como un suspiro de dolor unido a la pasión de Jesús puede abrir puertas en el purgatorio, pero también vio lo contrario.
Vio como las lágrimas egoístas, las que solo buscan nuestro propio consuelo sin pensar en el bien del alma difunta, no ayudan.
Vio como el llanto amargo, el que se rebela contra Dios y contra la muerte, puede incluso añadir peso a la purificación de esa alma.
Porque cuando tú lloras sin fe, cuando te hundes en la desesperación, cuando maldices la vida o te alejas de Dios por el dolor, esa alma lo ve y sufre más.
Sufre porque sabe que estás perdiendo el camino.
Sufre porque desde su posición privilegiada puede ver las consecuencias eternas de tu alejamiento de la fe.
Por eso Santa Teresa suplicaba a los fieles que transformaran su duelo, que no dejaran de llorar porque el llanto es humano y Dios lo comprende, pero que ese llanto fuera siempre acompañado de una oración, que cada lágrima fuera una ofrenda, que cada momento de soledad frente al dolor se convirtiera en un momento de comunión con esa alma que tanto extrañas.
Imagina esto.
Tu ser querido está en el purgatorio, debe llorar y en lugar de encontrar desesperación, encuentra en ti una fe firme.
Te ve arrodillarte, te escucha decir, “Señor, acepta estas lágrimas por el descanso de su alma.
Que mi dolor sea su alivio, que mi amor sea su salvación.
” En ese instante, algo cambia en el mundo espiritual.
Tu llanto deja de ser solo tuyo.
Se convierte en un acto redentor, se convierte en parte del plan de Dios para la santificación de esa alma.
Y esa alma lo sabe, lo siente y aunque no pueda hablarte, te lo agradece con una intensidad que algún día comprenderás cuando te reúnas con ella en la eternidad.
Santa Teresa fue testigo de cómo las lágrimas santas de los vivos se convertían en rocío celestial para las almas sedientas del purgatorio.
Vio como Dios mismo recogía cada lágrima derramada con amor verdadero y las transformaba en gracia purificadora.
Vio el rostro de almas que, gracias al llanto ofrecido de sus seres queridos, avanzaban más rápido hacia la visión beatífica.
Y también vio el tormento de aquellas almas cuyos familiares lloraban.
Sí, pero sin ofrecer ese dolor, sin convertirlo en oración, dejándolo caer como agua estéril sobre tierra seca.
Tu llanto tiene poder, más poder del que imaginas, pero ese poder solo se activa cuando lo entregas, cuando lo ofreces, cuando dejas de llorar solo para ti y empiezas a llorar por esa alma que necesita tu ayuda desesperadamente.
Pero hay algo aún más doloroso que el alma presencia, algo que la hace sufrir de una manera mucho más profunda.
El segundo momento que tu ser querido observa desde el más allá es devastador en su silencio.
Es el peso de las palabras que nunca pronunciaste.
Esas palabras de perdón que guardaste por orgullo, esas palabras de amor que callaste por vergüenza, esas palabras de gratitud que pospusiste pensando que habría más tiempo y ahora ya no hay tiempo.
Ahora solo queda el eco de lo que pudo ser dicho y nunca fue.
Santa Teresa tuvo una revelación desgarradora sobre esto.
En una de sus visiones místicas, contempló a un alma en el purgatorio que sufría intensamente, no por sus propios pecados ya confesados, sino por algo diferente.
Esa alma veía constantemente a su hijo viviendo con una culpa terrible, repitiendo una y otra vez en su mente: “Nunca le dije que lo amaba.
Nunca le pedí perdón por aquella discusión.
Nunca le agradecí todo lo que hizo por mí.
” Y cada una de esas repeticiones era como una llama que quemaba esa alma, no porque Dios la castigara, sino porque el amor que sentía por su hijo la hacía participar de su dolor.
Aquí está la verdad que pocos entienden.
Las almas del purgatorio no están aisladas de nosotros, no están en una dimensión totalmente separada donde nada de lo que hacemos o sentimos les afecta.
Al contrario, están en un estado de purificación que las hace extremadamente sensibles a todo lo que sucede en la tierra con sus seres queridos.
Y cuando tú cargas con el peso de palabras no dichas, cuando te torturas pensando en lo que debiste expresar y no expresaste, esa alma lo percibe, lo siente y sufre contigo.
Pero hay algo aún más profundo.
Santa Teresa descubrió que estas almas pueden ver no solo tu arrepentimiento presente, sino también el momento exacto en el pasado, cuando tuviste la oportunidad de decir esas palabras y no lo hiciste.
Ven la escena completa.
Te ven abriendo la boca para hablar y luego callando.
Te ven escribiendo un mensaje y borrándolo.
Te ven acercándote a ellos para reconciliarte y luego dándote la vuelta.
ven todas esas oportunidades perdidas con una claridad total y eso las llena de una tristeza inmensa, no por rencor, porque en el purgatorio ya no existe el rencor, sino por amor, por el amor que ahora comprenden plenamente y que desearían que tú también comprendieras.
La comunión de los santos funciona en ambas direcciones.
Así como tus oraciones suben hacia ellas, su amor desciende hacia ti.
Y ese amor ahora es puro, limpio de todo egoísmo, de toda imperfección.
Es un amor que solo quiere tu bien, tu paz, tu salvación.
Por eso, cuando esas almas te ven cargando con la culpa de las palabras no dichas, quisieran gritarte, “Ya no importa, yo ya lo sé, yo ya entendí todo.
Ahora solo ayúdame con tus oraciones, no con tu culpa, porque aquí está el problema.
” Muchas personas viven años enteros atormentadas por lo que no dijeron a tiempo.
Se castigan mentalmente, se hunden en la depresión, abandonan la fe pensando que Dios es cruel por no haberles dado más tiempo.
Y mientras tanto, el alma que tanto aman está en el purgatorio viendo todo eso, sufriendo por ellos, deseando que comprendan que la verdadera manera de sanar esas palabras no dichas no es el remordimiento estéril, sino la oración fértil.
Santa Teresa enseñó algo revolucionario.
Las palabras que no dijiste en vida pueden ser dichas ahora en oración.
Puedes arrodillarte ante el santísimo sacramento, ante una imagen de Cristo crucificado y decir en voz alta o en tu corazón todo lo que callaste.
Puedes pedir perdón, puedes expresar tu amor, puedes dar las gracias y esa alma te escuchará.
No con oídos físicos, pero sí con la percepción espiritual que ahora posee.
Y lo que es más importante, Dios mismo tomará esas palabras tardías.
y las convertirá en gracia para esa alma.
No es lo mismo que decirlas en vida.
Es cierto.
El sacramento del momento presente tiene un valor único e irrepetible, pero la misericordia de Dios es tan grande que incluso nuestras palabras tardías, nuestros arrepentimientos póstumos, nuestras expresiones de amor diferidas pueden ser canales de gracia si las ofrecemos correctamente.
La clave está en no quedarte paralizado en la culpa, sino transformar esa culpa en acción.
espiritual.
En lugar de repetir 1000 veces debí decírselo, di 1 veces una oración por su alma.
En lugar de llorar por lo que no fue, actúa por lo que puede ser, su liberación del purgatorio.
Hay testimonios de santos y místicos que confirman esto.
Santa Catalina de Génova relató cómo alma en purgatorio se le apareció y le dijo, “Mi hermano llora porque nunca me pidió perdón cuando estaba vivo.
Dile que yo ya lo perdoné desde antes de morir y que ahora lo que necesito no son sus lágrimas, sino sus misas, sus rosarios, sus sacrificios.
Santa Faustina Kowalska también recibió mensajes similares de almas que suplicaban a sus familiares dejar de atormentarse por el pasado y empezar a orar por el presente eterno.
Las palabras no dichas pesan, pesan en tu corazón y pesan en el alma de quien partió.
Pero ese peso puede ser levantado, puede ser transformado, puede ser redimido.
Solo necesitas entender que la comunicación con los difuntos no terminó con la muerte, solo cambió de forma.
Ahora se comunica a través de la oración, del sacrificio, de la misa, de las obras de misericordia ofrecidas en su nombre.
Di ahora lo que no dijiste entonces, pero dilo en el lenguaje que ellos ahora comprenden.
El lenguaje de la fe, el lenguaje de la intersión, el lenguaje del amor que se hace oración y asciende como incienso ante el trono de Dios.
Sin embargo, el tercer momento es el que más almas suplican que sepas.
El tercer momento que tu ser querido presencia desde el más allá es el que más almas del purgatorio suplican desesperadamente que comprendas.
Es el momento de tus oraciones y también el momento de tus olvidos, porque ambos tienen consecuencias eternas que van mucho más allá de lo que puedes imaginar.
Santa Teresa fue testigo de algo extraordinario en una de sus experiencias místicas más profundas.
vio como cada vez que alguien en la tierra rezaba por un alma del purgatorio, una luz descendía sobre esa alma, una luz real, visible en el mundo espiritual que traía consigo alivio, refrigerio y acercamiento a la presencia de Dios.
Vio como esas almas levantaban sus rostros hacia esa luz como flores sedientas hacia el sol.