Una tormenta político-criminal sacude Michoacán, arrastrando nombres de figuras poderosas, acusaciones incendiarias y la indignación de una ciudadanía que aún no asimila el asesinato de Carlos Manso, exalcalde de Uruapan.
Lo que comenzó como un crimen de alto impacto se ha transformado en un laberinto de ambiciones políticas, redes delictivas y revelaciones de traición dentro del círculo más íntimo del propio Manso.
Lo que hoy emerge es un retrato inquietante de un estado donde la línea entre política y crimen organizado es cada vez más difusa.
Todo estalló cuando el senador Gerardo Fernández Noroña arremetió públicamente contra Grecia Quiroz, viuda de Manso, con palabras que ningún otro político de Morena había osado pronunciar.

La calificó de ambiciosa y la acusó de usar la tragedia de su esposo como trampolín político.
Según él, la presencia constante de Quiroz ante los medios, sus señalamientos directos y el repunte repentino en las encuestas demuestran una estrategia cuidadosamente orquestada.
La controversia creció cuando una encuesta telefónica —realizada solo una semana después del asesinato— colocó a Quiroz en el primer lugar con un 42.5%, muy por encima de Raúl Morón.
Noroña denunció el sondeo como una “puesta en escena del PRIAN”, afirmando que la alianza PRI–PAN intenta fabricar un nuevo rostro desde la tragedia para recuperar Michoacán.
Sorprendentemente, Quiroz también apareció en una lista de posibles aspirantes presidenciales para 2030 promovida por sectores de la derecha, lo que encendió aún más el debate.

Las reacciones del PRIAN no tardaron.
Luis Felipe Calderón señaló que Noroña “golpea a la víctima en vez de enfrentar a los culpables”.
Elena Chávez lo calificó con duros insultos y pidió boicotear sus declaraciones.
Arturo Castañé lo llamó “miserable, corrupto y misógino”.
El choque político escaló a un nivel nacional, convirtiendo el caso Manso en una batalla abierta por el control narrativo del estado.
Mientras los dardos políticos volaban, la investigación dio un giro inesperado: cayó Jaciel Antonio N, alias El Pelón, un reclutador clave que captaba adolescentes consumidores de metanfetamina en centros de rehabilitación —considerados “canteras” del CJNG— para convertirlos en sicarios.
Su captura permitió reconstruir parte del operativo criminal.

Según los mensajes recuperados —originalmente borrados y supuestamente desencriptados con tecnología que no existiría en México— El Jaguar (Ramiro N), ya fallecido, siguió a Manso con precisión milimétrica el día del asesinato.
Informaba en tiempo real a un grupo cerrado mediante mensajes cifrados, enviando instrucciones sobre movimientos, rutas de escape y advertencias para eliminar huellas digitales después de cada comunicación.
La revelación más estremecedora llegó desde el círculo íntimo del propio Manso: un miembro cercano, identificado en el chat criminal como “la paloma”, filtraba la ubicación GPS del político directamente a “El Licenciado”, el coordinador operativo de la ejecución.

La traición interna redefinió completamente la dimensión del caso y sembró dudas profundas sobre quién se beneficia realmente de la muerte de Manso.
“El Licenciado” fue detenido tras una denuncia anónima que proporcionó nombre, dirección y datos del vehículo.
El denunciante también mencionó a una mujer llamada Margarita, presuntamente vinculada a otros homicidios y secuestros en Uruapan, aunque su nombre aún no aparece en informes oficiales.
Ante la sospecha de corrupción infiltrada en todos los niveles, la Fiscalía de Michoacán anunció una restructuración total de la Fiscalía Regional de Uruapan.
Se reemplazarán fiscales, peritos e investigadores, en un intento por limpiar la institución. En su carta póstuma, El Jaguar incluso advirtió a su esposa que jamás pisara esa fiscalía, insinuando el nivel de penetración criminal en la institución.

Como si fuera poco, Carlos Bautista —heredero del movimiento del sombrero— desató polémica al pedir a los ciudadanos que denuncien a sus propios familiares involucrados en delitos.
Ofreció 5.000 pesos por delitos menores y 10.000 por delitos graves, siempre y cuando la denuncia se formalice ante el Ministerio Público y luego sea reportada a su equipo.
La propuesta levantó alarmas sobre la seguridad de los denunciantes y el riesgo de fracturar familias enteras en un estado ya marcado por la violencia.
En este ambiente convulso, el asesinato de Carlos Manso ya no se lee como un crimen aislado. Es un espejo que refleja un Michoacán desgarrado por la convergencia de política, crimen organizado y traiciones internas.
Cada nueva captura, cada declaración y cada movimiento político abre otra capa de misterio. La pregunta que domina hoy el debate nacional es: ¿quién realmente sale beneficiado de esta muerte, y será posible llegar a la verdad en medio de tantos intereses enfrentados?