El hallazgo del cuerpo de Maritza Espino dentro de un tambo arrojado en un canal de riego en Uruapan, Michoacán, desató una conmoción que aún no se apaga.
Pero el horror de este caso no termina en la forma cruel en que fue asesinada, sino en la desaparición inexplicable de sus dos hijas pequeñas.
La pregunta que indigna a toda la comunidad es clara: ¿cómo pudo una madre que pedía ayuda desesperadamente
ser abandonada hasta morir, y qué está ocurriendo con las niñas que hoy siguen sin aparecer?

Maritza desapareció el 24 de noviembre tras meses de sufrir violencia doméstica. Durante ese tiempo presentó denuncias, solicitó órdenes de restricción y buscó múltiples formas de escapar de su expareja.
La orden seguía vigente al momento de su desaparición, pero nunca fue aplicada. Cinco días después, su cuerpo apareció con señales evidentes de violencia extrema y heridas de arma de fuego, confirmando que no solo fue asesinada, sino que vivió momentos de terror antes de morir.
Según su familia, Maritza intentó en varias ocasiones sacar a sus hijas del hogar, pero el sospechoso, su exmarido y padre de las niñas, ejercía un control absoluto.
En la última ocasión, la obligó a regresar después de realizar una videollamada en la que apuntó un arma a la hija mayor. Desde ese momento, madre e hijas quedaron fuera de todo contacto.

Las niñas, Sofía Camila de 6 años y Maritza Natalia de 4, permanecen desaparecidas. La Alerta Amber fue activada en todo el estado, pero hasta ahora no existe ninguna pista sobre su paradero.
Para la familia, el dolor por la pérdida de Maritza se mezcla con una angustia insoportable. No pueden velarla con paz, no pueden seguir adelante, porque saben que las niñas están en riesgo y podrían estar sufriendo.
Lo que ha provocado mayor indignación es la actuación de las autoridades. Pese a que la familia ha señalado directamente al sospechoso, la Fiscalía de Michoacán no ha desplegado ninguna búsqueda formal.
No hay órdenes de aprehensión, no hay acciones urgentes, no hay indicios de que exista una investigación sólida. Cada medida que debía proteger a Maritza falló estrepitosamente.

La hermana de la víctima asegura que Maritza pidió ayuda una y otra vez, aterrada por lo que podría ocurrirle a ella y a sus hijas.
Sin embargo, sus denuncias fueron ignoradas o tratadas con indiferencia. Esa omisión permitió no solo su asesinato, sino también la desaparición de dos niñas que hoy podrían estar en manos de un hombre extremadamente peligroso.
Frente al vacío institucional, la familia apela a la sociedad. Piden a la comunidad mantener los ojos abiertos y denunciar de forma anónima cualquier información que pueda conducir al sospechoso o a las niñas, sin importar el lugar ni las circunstancias.
En estos momentos, la solidaridad ciudadana es la única esperanza real.
El caso de Maritza Espino no es solo una tragedia familiar. Es un recordatorio doloroso de un sistema incapaz de proteger a mujeres y niños incluso cuando piden auxilio.
Mientras las niñas no aparezcan y el responsable siga libre, la pregunta seguirá resonando en Michoacán: ¿quién está ocultando la verdad y cuánto más deberá esperar la justicia para actuar?