Un asesinato a sangre fría en el corazón de Polanco, uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad de México, ha sacudido la aparente calma de la capital y ha abierto un debate incómodo: ¿queda algún territorio inmune al crimen organizado?
La ejecución de Miguel Ángel del Amor al Larios, conocido como “Micky”,
estilista de celebridades como Ángela Aguilar y Kenia Os, expone con crudeza la fragilidad del Estado para proteger incluso a quienes parecen intocables.
Micky, un joven empresario de 28 años originario de Jalisco, se había convertido en un símbolo de éxito. En apenas cinco años levantó un verdadero imperio de belleza en la avenida Masaryk, epicentro de lujo en Polanco.

Su salón, de más de 200 metros cuadrados en dos plantas, atendía a clientas exclusivas: artistas, empresarias, influencers y figuras públicas.
Los servicios costaban entre 5.000 y 15.000 pesos, y la lista de espera se extendía por tres meses. El negocio generaba más de 2 millones de pesos al mes y se había consolidado como referencia en la industria.
Con más de 347.000 seguidores en Instagram, Micky proyectaba una vida de ensueño: viajes internacionales, un BMW último modelo, ropa de Gucci y Prada. Pero ese brillo público lo convirtió también en blanco de redes criminales que vigilan de cerca a los empresarios exitosos de Polanco.
La noche del 29 de septiembre, poco después de cerrar su salón, Micky fue emboscado. Dos sicarios en motocicleta lo esperaban. Desde apenas tres metros, descargaron al menos diez disparos dirigidos al rostro y cuello de la víctima.

Las cámaras de seguridad mostraron que los agresores habían rondado la zona durante quince minutos, aguardando el momento preciso. Los peritos señalaron que la precisión del ataque reflejaba entrenamiento militar.
La motocicleta usada había sido robada días antes en Iztapalapa, y las balas coincidían con otras ejecuciones previas en la misma demarcación, ligando el crimen a un grupo delictivo específico.
Las investigaciones revelaron que Micky había sido víctima de extorsión durante meses. Recibió llamadas exigiendo 50.000 pesos semanales a cambio de “protección”.
Su negativa fue interpretada como un desafío que, en la lógica criminal, debía castigarse con un mensaje brutal. En Polanco, el “cobro de piso” se ha vuelto regla: un empresario anónimo confesó que “todos pagamos”, con cuotas que varían de 20.000 a 100.000 pesos según el negocio. Micky no cedió y pagó el precio más alto.

Lo más indignante es que apenas dos semanas antes de su ejecución, Micky había presentado una denuncia formal ante la Fiscalía capitalina.
Lejos de recibir protección, fue asesinado tras ese acto de valentía, alimentando sospechas sobre posibles filtraciones de información desde dentro de las instituciones. La pregunta inevitable resuena en la opinión pública: ¿qué tan profundo llega la corrupción?
Omar García Harfuch, jefe de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, tomó personalmente el caso. Ordenó revisar todas las cámaras de la zona y analizar cada trayecto de la motocicleta.
Confirmó que la investigación apunta a células criminales con vínculos militares o policiales, reclutando exagentes para ejecutar ataques de precisión. Y admitió que la ejecución de un joven empresario en pleno Masaryk es una bofetada a la seguridad pública de la capital.

El impacto social es devastador. Los empresarios de Polanco viven entre el miedo a pagar más por protección y el terror a ser asesinados si se niegan.
Los clientes famosos de Micky sienten que su propio entorno ha sido vulnerado: si un estilista de alto perfil, con denuncias presentadas, fue ejecutado en plena calle, ¿qué esperanza queda para el resto? El crimen no solo arrebató la vida de un talento, sino que también rompió la ilusión de seguridad en el barrio más vigilado de la ciudad.
La última imagen de Micky no es la de un joven sonriente en Instagram, sino la de su cuerpo desplomado en la acera de Masaryk, frente al salón que levantó con esfuerzo, mientras los autos de lujo pasaban de largo.
El contraste es brutal: de símbolo de éxito juvenil a cifra más en la estadística de violencia. Y la pregunta que hoy estremece a toda la Ciudad de México no se puede silenciar: si Micky, con fama, dinero y denuncias formales, no estuvo protegido, ¿quién lo estará?