Ninguna imagen ha generado más polémica que el momento en que Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manso y alcaldesa de Uruapan, camina en silencio hacia el lugar donde asesinaron a su esposo durante la ceremonia del primer mes.
No hubo coronas monumentales, ni multitudes de simpatizantes, ni consignas como las que la derecha había promocionado con estridencia.
Solo un espacio amplio, viento frío y la silueta de una mujer completamente sola. Ese vacío se convirtió en el punto final del llamado “fenómeno Manso”, alguna vez exaltado como una nueva figura política prometedora impulsada por los grupos del PRIANI.
Hace tan solo un mes, el nombre de Carlos Manso había sido elevado a una ola mediática supuestamente imparable.

Desde declaraciones televisivas hasta caravanas transmitidas en vivo, los aparatos de comunicación de la derecha construyeron la imagen de un líder joven, audaz, capaz de convertirse no solo en gobernador, sino incluso en presidenciable.
Sin embargo, una vez apagados los reflectores, el “fenómeno” desapareció más rápido de lo que había surgido.
Grecia Quiroz, quien antes aparecía a diario en los noticieros como la “nueva estrella” de Michoacán, ahora avanzaba en soledad.
Ninguna figura política de peso se presentó, no hubo contingentes ciudadanos, ni presencia masiva. Incluso el senador Emanuel Reyes, amigo cercano de Manso, visitó la tumba completamente solo, sin cámaras ni acompañamiento.
Estas escenas hablan por sí solas: la fuente de financiamiento, la operación digital y el interés por sostener la narrativa se habían extinguido. Nadie parecía dispuesto a seguir alimentando el mito cuando su utilidad política se había agotado.

Uno de los indicios más contundentes del colapso del “fenómeno” fue el desplome evidente en la repercusión mediática.
Un reportaje especial sobre Manso, publicado por Adela Mich y anunciado como contenido relevante, alcanzó apenas 62.000 visualizaciones en 13 horas.
En campañas anteriores, estas cifras habrían escalado fácilmente al millón. Esta vez no hubo oleada de bots, ni inversión en anuncios, ni impulso coordinado. La narrativa regresó a su verdadera escala: limitada, frágil y efímera.
Fuentes políticas confirman que se trató de una estrategia cuidadosamente financiada para debilitar al gobierno de Claudia Sheinbaum y al movimiento de la Cuarta Transformación.
El objetivo no era convertir a Quiroz en gobernadora o presidenta, sino generar un clima nacional de desconfianza, caos y desgaste institucional.

Figuras como Manso eran simplemente piezas intercambiables dentro de una maquinaria de propaganda diseñada para erosionar la credibilidad del gobierno.
La eficacia de estas campañas quedó registrada en las encuestas. La marcha de la “Generación Z”, que en realidad tuvo un alcance modesto, alcanzó un nivel de reconocimiento del 77 por ciento.
El asesinato de Manso llegó al 87 por ciento de conocimiento nacional, un número que solo puede explicarse con redes de bots y difusión pagada.
Lo más alarmante fue el impacto en la percepción pública: a pesar de no existir escándalos de corrupción en la administración de Sheinbaum, la valoración negativa en este rubro aumentó de 56 a 80 puntos.
Los datos muestran una caída histórica en delitos en Michoacán, pero el 56 por ciento de la población cree que la seguridad va peor.

La contradicción entre percepción y realidad no es casual. Es el resultado de estrategias mediáticas diseñadas para generar sensación de incertidumbre, amplificar el riesgo y repetir imágenes de violencia hasta moldear la psicología colectiva.
Analistas aseguran que el “fenómeno Manso” fue apenas una pieza en una campaña mayor destinada a socavar la confianza en Sheinbaum, incluso cuando los indicadores reales muestran avances significativos en la lucha contra el crimen organizado.
A pesar del ruido mediático, diversas encuestas apuntan a que Morena podría ganar varias capitales estatales en 2027, incluyendo Morelia, Colima, Puebla, Toluca e incluso bastiones tradicionales del PAN y PRI como Guanajuato y Monterrey.
Esto demuestra que el impacto real del “fenómeno Manso” en la política local es limitado, y que las campañas de desinformación no han sido suficientes para revertir tendencias consolidadas.

Sin embargo, la advertencia más significativa proviene del interior: la estrategia de respuesta del gobierno de Sheinbaum es insuficiente.
Confiar casi exclusivamente en la conferencia matutina presidencial ya no es viable frente a campañas digitales masivas, costosas y profesionalizadas.
Aunque “la mañanera” sigue siendo un instrumento poderoso, su audiencia disminuye y no puede sustituir una estrategia comunicacional más amplia, moderna y efectiva en redes sociales.
La caída del “fenómeno Manso” revela con crudeza la lógica del poder en la política mexicana actual: una figura puede ser creada en cuestión de días y descartada en cuestión de horas si deja de ser útil.
El problema ya no es quién fue Carlos Manso, sino cómo fue instrumentalizado por una maquinaria que moldea percepciones más rápido que los hechos.
Cuando las cámaras se apagan, lo único que permanece es la realidad: una viuda caminando en silencio y un sistema mediático que opera según las reglas del poder, no de la verdad.
En un escenario donde la guerra informativa se recrudece, la pregunta más inquietante no es “¿cómo fue olvidado Manso?”, sino “¿quién será el próximo personaje convertido en símbolo para luego ser abandonado en esta lucha por controlar la percepción pública?”.