Su avión voló apenas 10 minutos y 45 segundos antes de caer en picada sobre el parque industrial Ciudad Mitras, pero en esos minutos ocurrieron cosas que nunca debieron pasar: señales omitidas, registros borrados y un “vuelo fantasma” detectado en el radar.
Omar García Harfuch, jefe de la investigación especial, fue tajante: “Esto no fue un accidente, fue una intervención deliberada en el espacio aéreo nacional.”
La tarde del 20 de septiembre, Débora Estrella salió del estudio de televisión de Monterrey para realizar un vuelo de instrucción de rutina junto a dos pilotos experimentados.
A las 16:12 publicó en Instagram una foto junto a la avioneta blanca con la frase “¿Adivina?” y la canción Flying Away. Fue su última publicación. A las 17:04, la aeronave Cesna XBBGH despegó; 10 minutos y 45 segundos después, desapareció del radar y se estrelló.
Al principio, la prensa habló de un “accidente aéreo”. Pero Harfuch, veterano de operaciones de seguridad nacional, detectó algo imposible de ignorar: una brecha de 90 segundos en los registros del radar antes del impacto.
En ese lapso, apareció un objeto volador no identificado —presuntamente un helicóptero Bell 429— que cruzó la misma ruta que el avión de Débora segundos antes de la pérdida de control. “Esto no puede ser coincidencia”, declaró Harfuch. “Estamos frente a un escenario planificado.”

Un video industrial captó el momento exacto: el avión giró bruscamente, perdió estabilidad y cayó sin explotar, como si algo lo hubiera sacado de su eje.
El análisis técnico reveló la presencia de una corriente turbulenta —vortex wake— coincidente con la trayectoria del helicóptero desconocido.
“Un helicóptero a baja altitud puede generar una fuerza de aire capaz de desestabilizar totalmente a una aeronave ligera”, explicó el ingeniero aeronáutico Carlos Méndez.
Cuando el equipo de Harfuch exigió acceder a los datos originales del radar, descubrieron algo aún más inquietante: parte de los registros había sido borrada manualmente.

El helicóptero Bell 429 no figuraba en ningún plan de vuelo, no tenía tripulación registrada ni número de identificación. Ningún piloto admitió haber sobrevolado la zona. Era, literalmente, un vuelo fantasma.
En su informe confidencial al Consejo Nacional de Seguridad, Harfuch escribió:
“No solo cayó un avión… también está cayendo la verdad.”
Planteó tres hipótesis:
- Turbulencia aleatoria, de baja probabilidad.
- Negligencia del piloto del helicóptero, por violar la altitud o el protocolo de separación.
- Intervención intencionada, un acto deliberado posiblemente vinculado a grupos con poder o mensajes de advertencia.

El país quedó conmocionado. Las redes sociales se llenaron de preguntas: ¿Qué descubrió Débora antes de morir? ¿Fue seguida? ¿Alguien quería silenciarla?
Los medios comenzaron a llamar al caso “La Caída Estrella”, símbolo de una verdad que se niega a desaparecer.
Bajo la presión pública, Harfuch presentó la “Ley Estrella”, una reforma integral de seguridad aérea civil: todas las aeronaves de entrenamiento deberán transmitir su ubicación en tiempo real y estar sujetas a auditorías técnicas militares obligatorias. En un acto público, Harfuch declaró:
“Si su muerte evita otra tragedia, entonces Débora Estrella nunca cayó; ella voló hacia la historia.”

Hoy, en Monterrey, el viento que atraviesa el parque industrial Mitras parece susurrar su nombre.
Cada avión que despega refleja, en sus alas, una pregunta que aún flota sobre México:
¿Débora Estrella ascendió al cielo… o fue obligada a caer?
Una cosa es cierta: sus últimos 10 minutos cambiaron para siempre la forma en que este país mira al cielo.