La historia de la joven Eyvi Ágreda quien mur1ó quemada en un bus por su acosador

En medio de la capital peruana, donde los autobuses suelen ser solo parte del ritmo cotidiano, un crimen irrumpió como un golpe brutal contra toda la sociedad.

Una joven fue quemada viva a la vista de decenas de pasajeros. Un hombre narcisista transformó un rechazo en furia homicida.

Y quedó flotando una pregunta tormentosa: ¿pudo haberse evitado esta tragedia? El caso de Eyvi Ágreda no solo generó indignación nacional,

sino que también expuso las capas más oscuras de la violencia de género, la obsesión posesiva y la incapacidad social para detectar señales de peligro que la víctima intentó alertar.

Eyvi Ágreda nació en una familia campesina de Cajamarca. Se trasladó a Lima con un sueño humilde pero firme: estudiar, trabajar y enviar dinero para ayudar a sus padres.

La describían como una joven responsable, optimista y respetuosa. Sin embargo, esa misma amabilidad fue interpretada de forma distorsionada por alguien que se creía con derecho sobre su vida.

Carlos Walpa, autor del ataque, había sido jefe de Eyvi durante años. Desarrolló una atracción enfermiza y confundió la cortesía de la joven con señales de romanticismo.

Más tarde, los peritajes psicológicos revelaron que Walpa presentaba rasgos de narcisismo: tendencia a exagerar vínculos inexistentes y rechazo absoluto a ser contradicho o ignorado.

Le regalaba objetos, le enviaba flores, insistía en acercarse, pero Eyvi nunca aceptó ninguna relación más allá de lo laboral.

Cuando finalmente Walpa le confesó sus sentimientos, Eyvi lo rechazó explicándole que tenía pareja. La verdad era mucho más sencilla: no quería ningún vínculo con él.

Pero el rechazo, para un narcisista, se convirtió en una herida narcisista insoportable. Su frustración se volvió rabia.

Su rabia se transformó en obsesión. Comenzó a seguirla durante semanas, a ocultarse en paraderos, a vigilarla disfrazado.

Eyvi comentó con amigos y familiares que sentía que alguien la estaba observando, pero nadie imaginó la magnitud del peligro.

El 24 de abril de 2018, Eyvi tomó su bus habitual en Lima para regresar a casa después de un día agotador. Se quedó dormida en el asiento, como muchas veces ocurría.

Fue entonces cuando Walpa subió a la unidad, llevando una botella con líquido inflamable. Al verla dormida, se acercó en silencio y vertió el líquido sobre su cabeza y su cuerpo.

Un testigo recuerda que, antes de encender el fuego, Walpa pronunció una frase escalofriante: “Si no eres mía, no serás de nadie”.

Cuando Eyvi despertó sobresaltada, él intentó encender un encendedor, pero falló. Sin detenerse, abrió una caja de fósforos y prendió fuego directamente sobre ella.

Las llamas envolvieron a la joven en segundos y se propagaron rápidamente dentro del bus, provocando quemaduras a diez pasajeros más que huían desesperados.

Algunos intentaron ayudar; uno de ellos usó un extintor. Sin saberlo, los químicos del extintor agravaron aún más las quemaduras de Eyvi.

Fue trasladada al hospital Admenara con quemaduras en el 60 por ciento del cuerpo. Los médicos informaron que el daño en su rostro alcanzaba el 95 por ciento y que varios órganos internos habían sido seriamente afectados.

Pasó por cirugías, injertos de piel y tratamientos intensivos contra infecciones. A pesar del dolor devastador, en sus últimos días logró hablar con su familia.

Pero su cuerpo ya no podía resistir. Después de 38 días luchando, Eyvi Ágreda murió, dejando un vacío profundo y una indignación que se extendió por todo el país.

Carlos Walpa fue detenido 14 horas después del ataque. Con las manos vendadas, intentó mentir diciendo que se había quemado con agua hirviendo al enterarse del incidente.

Pero las cámaras de seguridad demostraron lo contrario. Ante las pruebas, confesó y declaró que solo quería “destruir el rostro de ella”, acusándola absurdamente de “usar su belleza” y culpándola por rechazarlo.

Sus palabras revelaron no solo su peligrosidad, sino también una mentalidad posesiva que aún persiste en muchos agresores.

El Poder Judicial lo condenó a 35 años de prisión por feminicidio y por causar lesiones graves a otros ocho heridos.

También fue sentenciado a pagar una indemnización civil de más de medio millón de soles. Walpa aceptó la sentencia asegurando que era “lo correcto”.

El caso de Eyvi Ágreda se convirtió en un símbolo nacional en la lucha contra la violencia de género.

Miles de personas salieron a las calles exigiendo justicia, denunciando la falta de protección para mujeres acosadas, perseguidas o amenazadas. Eyvi lanzó señales de alerta, pero la sociedad no llegó a escucharlas a tiempo. Y el costo fue su vida.

Esta tragedia deja una pregunta que Perú aún no logra responder plenamente: ¿cuántas mujeres viven hoy historias parecidas en silencio, esperando que alguien las escuche?

El legado de Eyvi Ágreda es una advertencia dolorosa: la violencia de género no comienza con el golpe, sino con la obsesión, el control, el acecho y los pequeños gestos que muchas veces minimizamos. Si no cambiamos, tragedias como la de Eyvi seguirán repitiéndose.

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