La Guerra Tras As3s1nat0 De Carlos Manzo – El Camaleón del CJNG, bloqueos en Michoacán

Apenas amanecía sobre las montañas de Michoacán cuando los habitantes descubrieron que las principales carreteras del estado se habían convertido en un campo de batalla.

Columnas de humo negro se elevaban desde vehículos incendiados, los accesos estaban bloqueados y los mensajes en redes sociales corrían como pólvora encendida.

En medio de aquel caos, una pregunta inquietante comenzó a dominar la conversación nacional: ¿todo lo que está ocurriendo tiene su origen en el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manso?

Cuanto más se profundiza en los hechos, más evidente resulta una realidad más oscura: el asesinato no fue el comienzo, sino la chispa final que encendió una cadena de fracturas políticas, financieras y de seguridad que ya estaban al borde del estallido.

Los narcobloqueos que paralizaron Michoacán, la quiebra técnica de Uruapan, la operación secreta de purga en la Fiscalía y la violencia en el Zócalo de Ciudad de México conforman las piezas de un mismo rompecabezas: México se encuentra ante una nueva fase de confrontación, más compleja, más difusa y más difícil de contener que las anteriores.

El poderoso mensaje de los bloqueos masivos registrados el 17 de noviembre marcó un punto de inflexión.

Fue la primera prueba real del llamado “Plan Michoacán por la Paz y la Justicia”, activado tras la muerte de Manso.

La magnitud del operativo criminal sorprendió incluso a los analistas más veteranos: en cuestión de horas, 17 puntos estratégicos fueron bloqueados y 25 vehículos terminaron incendiados, dejando al estado sumido en un panorama que recordaba los momentos más tensos de la última década.

El origen de este estallido se remonta a una operación militar en la comunidad de La Cantera, municipio de Salvador Escalante.

Allí, fuerzas federales intentaron detener a un líder criminal conocido como “El Camaleón”, cuyo nombre —y su misteriosa capacidad de adaptación— llevaba tiempo circulando en los informes de inteligencia de la región.

El enfrentamiento dejó dos presuntos delincuentes abatidos, detonando lo que después se convertiría en una reacción coordinada de un solo grupo criminal, aunque sin identificación oficial.

Lo que más desconcertó a la opinión pública fue el silencio inusual de las autoridades. No hubo un parte oficial detallando la operación que originó el choque, nadie confirmó a qué organización pertenecía “El Camaleón”, y tampoco se precisó qué grupo había organizado los bloqueos.

Ese vacío informativo alimentó dudas sobre el nivel real de control institucional y sobre la presencia —o incluso influencia— de redes criminales profundamente arraigadas en la región.

Aun así, el gobierno del estado reaccionó con rapidez. El secretario de Gobierno, Raúl Cepeda Villaseñor, anunció la activación del esquema antibloqueo, desplegando al Ejército, la Guardia Nacional y la Guardia Civil para despejar carreteras, restablecer el tránsito y reforzar la seguridad en zonas productivas.

Las primeras acciones derivaron en 12 detenidos, el aseguramiento de armas, explosivos, más de 800 cartuchos útiles, cargadores, dos vehículos blindados de forma artesanal, narcóticos y equipo táctico. También se protegieron los huertos de limón, pieza clave de la economía local históricamente disputada por grupos criminales.

Sin embargo, estas medidas no eliminaron la sensación de vulnerabilidad que recorre Michoacán. La capacidad del crimen organizado para ejecutar bloqueos simultáneos en vías estratégicas revela un grado de penetración criminal que supera el esquema tradicional de combate frontal. Para muchos, el mensaje fue claro: el estado sigue siendo un territorio en disputa.

Mientras Michoacán ardía, Uruapan —la ciudad donde Manso fue asesinado— enfrentaba una realidad distinta pero igual de inquietante: el colapso financiero.

El 17 de noviembre, el gobernador Alfredo Ramírez Bedoya declaró que el municipio se encontraba en “quiebra técnica”, una situación donde los compromisos financieros superan de manera crítica la capacidad de pago del gobierno local.

El gobernador aclaró que esta crisis no era responsabilidad de Manso, sino la herencia acumulada de administraciones anteriores.

La gravedad quedó al descubierto cuando se supo que, solo cuatro días antes del asesinato, el cabildo había autorizado solicitar un adelanto de 35 millones de pesos del presupuesto federal de 2026 para cubrir adeudos fiscales. Una medida desesperada que revela el nivel de deterioro económico que se venía tratando de ocultar.

Para contener el colapso, el gobierno estatal prometió respaldo financiero, al tiempo que la Auditoría Superior deberá determinar si hubo irregularidades o desvíos en administraciones pasadas.

Pero la combinación de vacío de liderazgo y crisis económica convirtió a Uruapan en epicentro de incertidumbre política.

El gobierno estatal tomó entonces una decisión significativa: reemplazar al secretario de Seguridad de Michoacán, Juan Carlos Oseguera Cortés.

Aunque el gobernador lo había defendido inicialmente, la presión por el asesinato, la ola de violencia y los recientes ataques de policías a reporteros durante protestas precipitó su salida.

Su sustituto, José Antonio Cruz Medina, llegó al cargo con aval de figuras clave como Omar García Harfuch, un actor central en las estrategias de seguridad nacionales.

Cruz Medina trae consigo una trayectoria marcada por el trabajo cercano con Fuerzas Armadas y por su impulso a estructuras de inteligencia —una señal clara de que Michoacán apuesta ahora por un enfoque más analítico y menos reactivo ante la expansión criminal.

De manera paralela, y casi en silencio, la Fiscalía de Michoacán activó una operación interna sin precedentes: “Operación Limpieza” en la región Uruapan.

Esta incluye el reemplazo total de fiscales, peritos, agentes ministeriales, investigadores y personal administrativo.

No es solo una reestructuración: es un movimiento quirúrgico para cortar posibles infiltraciones o complicidades internas tras el asesinato de Manso. La nueva alcaldesa, Grecia Quiroz, se mantuvo reservada, afirmando que evaluará hechos, no promesas.

Mientras el occidente del país se sacudía, la capital vivió su propio estallido. La marcha del 15 de noviembre en el Zócalo terminó con fuertes enfrentamientos que dejaron 14 policías hospitalizados y otros 26 lesionados.

La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, lamentó los hechos y ordenó una investigación inmediata para determinar si hubo uso excesivo de la fuerza, pese a que los policías no portaban toletes ni armas ofensivas.

El análisis de videos y reportes internos derivó en el inicio de procesos contra 18 policías, con 7 suspendidos temporalmente. Este movimiento busca evitar que la narrativa de abuso policial eclipse los avances que la capital presume en materia de derechos humanos.

Simultáneamente, Sheinbaum instruyó a la Fiscalía de Justicia de la CDMX a investigar a los grupos conocidos como “bloque negro”, señalados como responsables de la mayor parte de los actos violentos.

En total, 29 personas fueron presentadas ante la autoridad; 18 adultos y un menor quedaron detenidos por delitos diversos, mientras que 10 involucrados fueron remitidos a juzgados cívicos, al determinarse que las lesiones provocadas no superaban los 15 días de incapacidad.

Vistas en conjunto, estas tres crisis —los bloqueos en Michoacán, la quiebra técnica en Uruapan y la violencia en la capital— forman parte de un fenómeno más amplio: un país sometido a presiones simultáneas, donde las fronteras entre violencia criminal, inestabilidad política y descontento social se entrelazan cada vez más.

El asesinato de Carlos Manso deja de ser un evento aislado para convertirse en un catalizador de transformaciones profundas.

Desde la captura fallida de “El Camaleón” hasta la purga interna en la Fiscalía, pasando por los disturbios en el Zócalo, México afronta un escenario en el que cada decisión institucional puede encender un nuevo foco de tensión.

Una cosa es segura: el país ha entrado en una fase decisiva. Y será en el equilibrio frágil entre transparencia, inteligencia y liderazgo político donde se defina si México podrá contener esta nueva ola de desestabilización, o si los acontecimientos recientes son apenas el preludio de desafíos aún mayores.

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