La mañana arrancaba como tantas otras, con debates informativos que oscilaban entre la política internacional y los conflictos comerciales.
Nadie imaginaba que, en mitad de la tertulia sobre los aranceles de Trump, un invitado iba a dinamitar la rigidez del programa con una dosis de sinceridad explosiva.
Jesús Cintora, periodista conocido por su estilo afilado y su valentía sin filtros, acudía a presentar su nueva apuesta televisiva: Malas Lenguas.
Lo que en teoría era una simple promoción se transformó en algo mucho más potente desde el primer cruce de miradas.
Silvia Inchaurrondo, presentadora de la mañana de RTVE, no pudo ocultar la emoción: habían pasado más de 20 años desde que compartieron noches interminables en los estudios de la cadena SER.
La química era evidente, la complicidad palpable.
No hacía falta decir mucho: el reencuentro entre dos viejos compañeros en directo, en televisión pública, rompió el corsé habitual del medio y humanizó un plató donde casi nunca se permite la vulnerabilidad.
“Han pasado como más de 20 años haciendo noches en Gran Vía 32,” confesó Cintora con la voz cargada de emoción.
“Qué emocionante estar aquí juntos, Inchaurrondo.
” Una frase sencilla, pero tan cargada de historia, de batallas comunes, de noches de radio en las que aprendieron el oficio a fuego lento, que la audiencia no pudo evitar estremecerse.
Por unos instantes, el ritmo frenético de la televisión se detuvo.
El guion quedó hecho trizas.
Solo quedaron dos periodistas recordando, agradeciendo y, sobre todo, reivindicando.
Ese breve momento de verdad absoluta fue mucho más poderoso que cualquier discurso preparado.
Porque en tiempos donde todo parece programado, controlado y filtrado, ver a dos profesionales mostrando su humanidad sin máscaras fue un verdadero terremoto emocional.
Pero la bomba aún no había explotado del todo.
Cuando la emoción se calmó ligeramente, Cintora pasó al ataque: presentó Malas Lenguas, un programa que promete ser todo lo que la televisión pública actual teme: sátira afilada, denuncia
social, reportajes incómodos y humor corrosivo.
Nada de debates anodinos ni entrevistas complacientes.
Malas Lenguas viene a levantar las alfombras, a señalar las mentiras del poder y a poner el dedo en todas las llagas.
La confesión de Cintora fue directa y demoledora: “No pretendemos ser neutrales.
Queremos reírnos de lo que merece ser ridiculizado: las mentiras, el odio, el blanqueo de la historia.
” En un RTVE acostumbrado a la corrección política y a caminar sobre cristales para no molestar a nadie, estas palabras son dinamita pura.
Y para que no quedaran dudas, añadió con una carcajada feroz: “Yo no sé si RTVE está preparada, pero nos han dejado entrar.
” Una frase que sonó como una advertencia y como una promesa: Malas Lenguas no viene a pedir permiso.
Viene a arrasar con todo.
El proyecto no solo plantea sátira, sino también reportajes de calle que desmantelen en directo las falacias más peligrosas que circulan por España.
Como muestra, durante la entrevista se emitió un fragmento en el que una reportera de Malas Lenguas enfrentaba a un grupo de negacionistas que afirmaban, sin rubor, que Franco “no mató a nadie”.
Con documentos oficiales en mano, desmontó una por una las barbaridades que intentaban vender.
La escena terminó con insultos y gritos, pero también con una certeza: en tiempos de desinformación brutal, hace falta un periodismo que no tema pisar callos.
Silvia Inchaurrondo, aún sonriendo, no pudo evitar lanzar una pulla cariñosa: “Venís también para meter el dedillo en el ojo, ¿no?” Y Cintora, sin pestañear, respondió con una frase que resume toda la filosofía del programa: “Hay que estar a pie de calle.
” Porque en Malas Lenguas no basta con opinar desde el plató; hay que ensuciarse los zapatos, mirar de frente a quienes manipulan la verdad y desenmascararlos, aunque cueste.
La verdadera confesión que conmocionó a todos no fue solo el recuerdo emocionado del pasado compartido, sino la firme decisión de recuperar un periodismo combativo, arriesgado y auténtico, justo en el momento en que más falta hace.
En un ecosistema mediático anestesiado por la tibieza y la autocensura, Jesús Cintora y su equipo llegan como un huracán dispuesto a agitar todas las conciencias.
Pero el desafío es inmenso.
La pregunta que muchos se hacen ahora es: ¿está RTVE realmente dispuesta a soportar un formato así? ¿Permitirá el sistema mediático que se haga sátira con todos, incluidos los que ahora ocupan el poder? ¿O será cuestión de tiempo que intenten silenciarlos, arrinconarlos o domesticarlos?
Cintora lo sabe.
Por eso, antes de terminar la entrevista, lanzó otra verdad incómoda: “Los programas no se construyen en una semana.
Pido tiempo y paciencia.
” Un recordatorio de que el periodismo de verdad, el que incomoda y cuestiona, no se mide en audiencias inmediatas ni en titulares fáciles.
Se mide en impacto real, en la capacidad de despertar pensamiento crítico y en el coraje de resistir cuando empiezan las presiones.
Y si algo quedó claro en La Hora de La 1, es que Jesús Cintora no piensa bajar la cabeza.
Con Malas Lenguas promete risas, sí, pero también verdades que duelen, reportajes que incomodan y una buena dosis de irreverencia necesaria para sacudir a una televisión pública demasiado acostumbrada a no mojarse.
La emoción del reencuentro con Silvia Inchaurrondo fue el aperitivo perfecto para lo que viene: un programa que no solo hará reír, sino que también provocará, retará y encenderá todos los debates que otros prefieren evitar.
Porque en tiempos de bulos y discursos vacíos, decir la verdad con una carcajada puede ser el acto más revolucionario de todos.
¿Será capaz Malas Lenguas de sobrevivir en un entorno donde la comodidad y el miedo mandan? ¿Dejarán que Cintora siga metiendo el dedo en el ojo del sistema? ¿O veremos pronto otro intento de silenciar una voz incómoda? Una cosa es segura: el primer golpe ya ha sido dado.
Y ha resonado en todo el país.