¿Un “estilista de las estrellas” convertido en víctima del mundo criminal? La pregunta resuena en todo
México después de que salieran a la luz pruebas financieras irregulares vinculadas a Miguel Ángel del Amor al Larios, mejor conocido como Micky Hair.
El hecho de que su nombre apareciera en una transacción por 1,7 millones de pesos días antes de ser asesinado ha encendido las alarmas: ¿era un engranaje dentro de una red criminal o tan solo una víctima atrapada en una telaraña de extorsión implacable?
Micky Hair, de 28 años, había construido una marca personal cimentada en el lujo y la sofisticación. Sus salones de belleza en Polanco (Ciudad de México) y Guadalajara (Jalisco) eran frecuentados por celebridades como Ángela Aguilar, Kenia Os, María Fernanda Beltrán, Priscila Escoto y Regina Peredo.

Su cuenta de Instagram, con más de 170.000 seguidores, lo convirtió en referente del mundo de la belleza y la moda. Sin embargo, aquel éxito se vio truncado de forma brutal cuando fue abatido frente a su local en la exclusiva calle Moliere, en el corazón de Polanco.
El hallazgo de un comprobante bancario con su nombre por un monto millonario cambió el rumbo de la investigación.
Según confirmaron las autoridades, se trataba de una transacción inusual e incompatible con el giro comercial de un estilista, lo que sugiere la posible intervención de redes de crimen organizado dedicadas al lavado de dinero y la extorsión.

Una fuente financiera incluso reveló que no era la primera vez que Micky realizaba operaciones sospechosas, aunque de menor escala, lo que reforzó la hipótesis de que estaba bajo presión.
La gran incógnita es si Micky era cómplice o víctima. Una de las líneas de investigación más fuertes apunta a que aquel depósito millonario no fue voluntario, sino fruto de una extorsión.
En México, los cárteles aplican el “cobro de piso”: obligar a empresarios, artistas y figuras públicas con alto perfil a pagar cuotas para garantizar su seguridad. La clientela adinerada de Micky lo convirtió en blanco perfecto para estas prácticas.
Otra hipótesis sostiene que Micky fue utilizado como fachada para blanquear recursos ilícitos. Con su imagen de joven emprendedor exitoso, resultaba ideal para dar apariencia legal a movimientos financieros turbios.
Sus salones, epicentro de la élite social, podrían haber servido como puntos de contacto para operaciones encubiertas. Los investigadores sospechan que su asesinato podría estar relacionado con un intento de romper con ese sistema o negarse a seguir cooperando.

Personas cercanas aseguran que en sus últimas semanas de vida se mostraba ansioso, preocupado y recibía llamadas extrañas, como si supiera que estaba siendo vigilado.
Si esto es cierto, su muerte no sería un crimen pasional, sino un mensaje sangriento del crimen organizado: nadie se sale con la suya si desafía sus reglas.
En conferencia de prensa, Omar García Harfuch, jefe de seguridad capitalina, fue tajante: el caso de Micky no es un hecho aislado, sino reflejo de la lucha silenciosa entre el Estado y las mafias que buscan infiltrar sectores legítimos con dinero sucio.
Harfuch aseguró que se seguirá la pista de los 1,7 millones de pesos hasta dar con los responsables y que ningún crimen quedará impune.

El asesinato de Micky Hair es mucho más que una tragedia personal: expone la vulnerabilidad de un país donde el glamour y la fama pueden convertirse en máscaras de operaciones criminales.
La duda persiste: ¿era un “hombre dentro del sistema” o una víctima sacrificada por saber demasiado? Y aún más inquietante: ¿será su muerte el inicio de una guerra más despiadada entre las autoridades y las mafias, en la que artistas y empresarios jóvenes no sean más que presas fáciles de la violencia?