Cuando el nombre de Anayeli López Hernández apareció en los expedientes de la Fiscalía General de la República (FGR),
pocos imaginaron que aquella joven sonriente, emblema del programa social Bienestar, pudiera estar en el centro de una red de lavado de dinero vinculada al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Detrás de su apariencia de funcionaria ejemplar se ocultaba una trama de poder, lujo y corrupción que hoy sacude a Puebla y al sistema de bienestar mexicano.
Anayeli, de 30 años, era una abogada recién egresada que ocupaba el cargo de Delegada Microregional del programa Bienestar en el municipio de Libres, Puebla.

En los actos oficiales se la veía entregando apoyos sociales y posando sonriente junto a personas mayores o madres solteras.
Su salario: 19.444 pesos mensuales, una cantidad modesta que apenas alcanzaba para una vida sencilla.
Sin embargo, su vida en las redes sociales mostraba algo muy distinto: viajes en helicóptero privado sobre Los Ángeles, escapadas a Las Vegas con hospedaje en hoteles de cinco estrellas, joyas Cartier, bolsos Louis Vuitton, cenas con Champagne Moët, y un Jeep Rubicon gris valuado en más de 1.5 millones de pesos.
La brecha entre su sueldo y su ostentación no pasó desapercibida para la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), que comenzó a seguir el rastro del dinero.

Fue así como descubrieron transferencias millonarias a empresas sin empleados ni oficinas reales, que recibían contratos inflados de distintos ayuntamientos en el estado de Puebla.
El nombre que se repitió en varios de esos contratos fue Derlo Boutique, una supuesta tienda de ropa registrada a nombre de Anayeli López Hernández.
Las investigaciones revelaron que “Derlo Boutique” no era más que una fachada de lavado de dinero: firmaba contratos para supuestos servicios de confección textil comunitaria o uniformes sociales que nunca se entregaban.
El dinero se depositaba en las cuentas de la boutique, se retiraba como “ingresos por ventas” y se justificaba con facturas falsas.

En solo dieciocho meses, Anayeli habría recibido más de dos millones de pesos bajo este mecanismo, un esquema de “lavado de dinero a través de la moda comunitaria”.
El caso dio un giro el 15 de octubre, cuando fuerzas federales realizaron la llamada Operación Guadalajara, en el exclusivo barrio de Jardines del Bosque.
El objetivo era Nazario Ramírez Ramírez, líder sindical del transporte y presunto operador logístico del CJNG en la región del Bajío.
Durante el operativo se decomisaron diez cargadores de fusil, 186 cartuchos, un kilogramo de metanfetamina y cinco vehículos, uno de ellos blindado.
Entre los presentes estaba Anayeli López Hernández.

No era víctima ni testigo.
Era la acompañante directa de Nazario.
Cuando los agentes le pidieron identificarse, respondió con calma que “solo estaba de visita”. Su serenidad, en medio de armas, drogas y dinero, llamó la atención de todos.
Poco después, los investigadores encontraron fotografías que confirmaban una relación cercana entre ambos: en eventos públicos, reuniones privadas y hasta una imagen de carácter familiar, donde Anayeli sostiene a un bebé mientras Nazario posa a su lado.
Tres días después del operativo, Anayeli presentó su renuncia al cargo y desapareció sin dejar rastro.
El análisis forense del teléfono de Nazario reveló un mensaje enviado a un contacto identificado como “A”:
“Si me atrapan, desaparece. Me prometiste que me protegerías.”

Más aún, los técnicos recuperaron una nota de voz con un 98% de coincidencia con la voz de Anayeli, en la que se le escucha decir:
“No te preocupes, ya tengo todo listo. Si pasa algo, vuelo al norte. Tengo un licenciado que me cuida.”
En el argot criminal, la palabra licenciado suele aludir a un protector con influencia dentro del sistema judicial o político.
Días después, la FGR localizó un boleto de avión con destino a Tijuana, comprado en efectivo bajo el alias Ana López, con fecha del 28 de octubre.
Cuando los agentes registraron su domicilio, el departamento estaba vacío, la boutique cerrada y sus redes sociales eliminadas.
Desde entonces, Anayeli López Hernández está prófuga.
Mientras tanto, Nazario Ramírez fue trasladado a un penal federal, acusado de posesión de armas, narcotráfico y lavado de dinero.
La investigación ahora apunta a una red de funcionarios municipales que habrían participado en la triangulación de fondos públicos.
El secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, fue contundente en su declaración pública:
“Esto no es solo corrupción. Es la infiltración del crimen organizado en las estructuras del Estado. Anayeli no es una excepción, es el síntoma de un sistema enfermo.”
Harfuch confirmó que al menos cuatro municipios de la zona central de Puebla están bajo investigación por contratos fraudulentos con Derlo Boutique.

“Llegaremos hasta el final”, aseguró. “Nadie puede esconderse detrás del bienestar social para enriquecerse.”
El impacto social ha sido devastador: la oficina de Bienestar en Libres cerró temporalmente, dejando a cientos de familias sin recibir apoyos.
Las personas mayores y las madres solteras, que esperaban sus pensiones o becas, quedaron en la incertidumbre.
“Ella jugó con nuestra necesidad”, dijo una beneficiaria con lágrimas. “Mientras nosotros esperábamos ayuda, ella se compraba joyas.”
Para muchos analistas, el caso de Anayeli López Hernández refleja la corrupción estructural que corroe las instituciones mexicanas.

Una funcionaria joven, presentada como símbolo de renovación, terminó convertida en la cara más visible de la descomposición interna.
Su historia es también un espejo moral: muestra cómo el dinero destinado a los pobres terminó financiando el lujo de los poderosos.
Anayeli alguna vez dijo en un acto público: “Cada peso del bienestar es una gota del sudor del pueblo.”
Hoy esas palabras resuenan con ironía amarga, mientras las imágenes de sus fiestas con Champagne y joyas Cartier circulan por las redes.
El caso sigue abierto.
Harfuch lo resume con una frase que se ha vuelto consigna:
“No dejaremos que este expediente se hunda. No importa con quién se haya tomado fotos o a qué partido pertenezca. Vamos a desmontar esta red y devolver cada peso robado al pueblo.”

Y así, entre las luces de Las Vegas y las sombras de Puebla, persiste una pregunta que incomoda a todo el país:
¿Cuántas “Anayeli” más se esconden en el sistema, usando el rostro de la solidaridad para lavar el dinero del crimen?