Nadie en México imaginó que una llamada de menos de veinte minutos sería capaz de sacudir los cimientos del sistema político.
Pero cuando se filtró la grabación entre Omar García Harfuch y Alejandro Moreno Cárdenas, todo cambió en cuestión de horas.
Lo que parecía un intento de soborno se transformó en la prueba más contundente de la conexión directa entre una figura política de alto nivel y los cárteles más violentos del país.
Y lo más inquietante no fue lo que Moreno dijo, sino la precisión con la que Harfuch había sido advertido para capturarlo todo.

La investigación había comenzado ocho meses antes, en absoluto silencio. Harfuch, entonces Secretario de Seguridad Ciudadana, había recibido informes dispersos sobre movimientos irregulares alrededor de la dirigencia del PRI.
Pronto descubrió algo mucho más grave: Alejandro Moreno no solo estaba inmerso en corrupción, sino que dirigía una red masiva de lavado de dinero vinculada al CJNG, al Cártel de Sinaloa y al Cártel del Golfo. Una operación que generaba unos 400 millones de pesos al mes.
Consciente del riesgo, Harfuch optó por no confrontarlo de inmediato. En lugar de eso, diseñó una trampa precisa.
A través de un intermediario de confianza para Moreno, se difundió la idea de que Harfuch estaba considerando dejar el sector de seguridad para buscar un cargo político. Moreno mordió el anzuelo sin dudar.

La llamada se produjo a las 11:47 de la noche. Creyendo que hablaba con un aliado potencial, Moreno ofreció apoyo político, dinero “limpio” para su campaña –50 millones de pesos mensuales– y el acceso a redes que, según él, garantizarían su ascenso a gobernador, senador o más.
A cambio, exigía tres cosas: no intervenir en las zonas clave controladas por los cárteles, avisar con 48 horas si hubiera presión federal y liberar a cualquier miembro importante detenido por error.
Peor aún, admitió abiertamente que tres mandos bajo el control de Harfuch ya colaboraban con los cárteles.
Sin saberlo, Moreno había firmado su propia sentencia. La llamada fue grabada en su totalidad, gracias a que Harfuch había recibido, una semana antes, un aviso anónimo alertándole que alguien intentaría “comprarlo”.

Apenas finalizó la llamada, Harfuch actuó con una rapidez quirúrgica. A las seis de la mañana detuvo simultáneamente a los comandantes Salgado, Rodríguez y Herrera.
Lanzó tres operativos en las zonas mencionadas por Moreno: 127 detenidos, 47 toneladas de droga aseguradas y 234 cuentas bancarias congeladas. Fue un golpe devastador, ejecutado con la precisión de quien conoce cada rincón del enemigo.
Sin embargo, lo que realmente incendió al país fue la publicación de la grabación. Harfuch envió el audio completo, sin cortes, a la Fiscalía General, al FBI y al periodista Teo González.
A las nueve de la mañana del día siguiente, González lo difundió íntegramente. En una hora superó los ocho millones de reproducciones; en tres, alcanzó los cuarenta y siete millones.

La prensa internacional respondió de inmediato. BBC tituló: “La llamada de 18 minutos que destruyó a un partido político”. El País sentenció: “El derrumbe del PRI antes del amanecer”.
La caída de Alejandro Moreno fue casi instantánea. Convocó una conferencia de prensa urgente en la que, visiblemente nervioso, admitió que la voz era suya, pero afirmó que la grabación estaba “manipulada”.
Incapaz de sostener su argumento, abandonó el podio entre el caos. A las seis de la tarde, fue detenido en el aeropuerto intentando abordar un vuelo privado rumbo a España.
Los cargos fueron demoledores: delincuencia organizada, lavado de dinero, soborno, intento de soborno y traición a la patria. Los tres comandantes involucrados confesaron.
Salgado reveló que el esquema llevaba años en marcha y había generado más de 8 mil millones de pesos. Rodríguez admitió que parte del dinero financió campañas políticas en seis estados.

Herrera declaró que al menos 23 asesinatos se cometieron para proteger la red, incluidos los de periodistas, activistas y funcionarios.
El PRI, por su parte, se desmoronó como un edificio corroído. Treinta y cuatro diputados renunciaron. Doce gobernadores declararon independencia del partido.
En menos de un mes, la aprobación pública cayó del 23 por ciento a tan solo el 4 por ciento. Tras 95 años de historia, el PRI perdió su registro como partido nacional.
Una semana después, Harfuch apareció ante los medios. Su mensaje fue directo: “Alejandro Moreno estaba equivocado. No todos tenemos un precio.
Hay cosas que el dinero no puede comprar, y la integridad es una de ellas.” Sus palabras se convirtieron en un símbolo para algunos y en una amenaza para otros.

Porque, como Moreno le advirtió desde prisión, oponerse al sistema tenía un costo. Durante el año siguiente, Harfuch sobrevivió a tres intentos de asesinato.
Aun así, su nivel de aprobación llegó al 87 por ciento, el más alto en la historia reciente.
Hoy, México sigue dividido frente a una pregunta fundamental: ¿Harfuch inició una nueva era de transparencia y justicia, o simplemente expuso un sistema tan podrido que ya no puede ser reparado desde dentro?
La grabación de esos 18 minutos sigue vigente como un espejo incómodo. Un espejo que obliga al país a enfrentarse a una verdad que, por mucho tiempo, se intentó ocultar bajo la sombra de los cárteles y del poder político.