HARFUCH CATEA el RESTAURANTE del EX SECRETARIO CORRUPTO y ENCUENTRA Algo IMPACTANTE

Mazatlán —el brillante corazón turístico de Sinaloa— alguna vez fue promocionada como “la perla del Pacífico mexicano”,

un paraíso de playas, luces y música. Sin embargo, detrás de su fachada de glamour y prosperidad, se escondía un infierno inimaginable.

En la madrugada del 28 de octubre, una operación encabezada por Omar García Harfuch, con más de 50 agentes federales, perros rastreadores y peritos forenses, irrumpió en el restaurante “Los Abismos del Mar”.

Lo que encontraron allí transformó un simple operativo en una de las investigaciones criminales más macabras en la historia moderna de México.

Ricardo Belarde, alias “Piti”, exsecretario de Economía de Sinaloa y otrora figura respetada del empresariado local, había reinventado su imagen como dueño del grupo gastronómico Grupo Eleve.

Su restaurante insignia, Los Abismos del Mar, era sinónimo de lujo: música suave, vinos franceses, comensales distinguidos. Nadie imaginaba que, bajo sus pisos de mármol, latía un infierno cuidadosamente refrigerado.

El operativo, realizado tras semanas de seguimiento, fue impulsado por la desaparición del joven estudiante Carlos Emilio Galván Valenzuela, de 21 años, visto por última vez el 5 de octubre en Terraza Valentino, otro establecimiento del mismo grupo. La presión mediática encabezada por su madre, Brenda Valenzuela, forzó a las autoridades a actuar.

A las dos de la mañana, los agentes ingresaron al restaurante y, tras revisar la cocina industrial, descubrieron un panel de acero oculto detrás de los hornos.

Detrás de él, una escalera descendía hacia una cámara frigorífica a –15 °C. Lo que encontraron allí paralizó a los presentes: 127 cuerpos humanos envueltos en plástico transparente, con etiquetas, códigos de barras, fechas de ingreso y clasificaciones “premium” o “standard”.

Los peritos confirmaron que no se trataba de un depósito clandestino de víctimas, sino de un almacén sistemático de “materia prima culinaria”, un eufemismo aterrador que sugiere canibalismo de élite.

Entre las víctimas se encontraba el cuerpo de Carlos Emilio, cuidadosamente sellado y marcado con el código 0487-CE.

Los análisis revelaron que fue sedado con benzodiacepinas y ketamina, y procesado menos de una hora después de haber perdido el conocimiento. Los peritos forenses describen un procedimiento meticuloso, repetido muchas veces, con precisión médica.

Al derribar una pared de yeso falso, los investigadores descubrieron un arsenal militar protegido por un sistema digital con la clave 095, coincidente con el código personal de Belarde. Dentro:

  • 15 fusiles Barrett calibre .50,
  • 10 lanzagranadas M79,
  • ametralladoras M249 y más de 200 chalecos antibalas de nivel IV.

En el mismo espacio, la policía incautó 2,5 toneladas de cocaína y 500 kg de fentanilo en polvo, todos empaquetados con el logotipo del restaurante —un elefante estilizado—.

El fentanilo se prensaba en tabletas disfrazadas de analgésicos y se distribuía a través de farmacias asociadas y bares bajo control del grupo.

También se halló un pequeño laboratorio químico, con microscopios, balanzas de precisión y formalina. En las paredes del sótano, el luminol reveló rastros de sangre y arrastre de cuerpos de más de 100 kg.

La investigación reveló una red de poder, corrupción y crimen que se extendía por toda la estructura económica de Mazatlán.

Como ex presidente de la Cámara de la Industria Restaurantera local, Belarde había usado su influencia para bloquear inspecciones sanitarias y auditorías fiscales, al tiempo que desviaba 25 millones de pesos del presupuesto turístico estatal para financiar las remodelaciones del restaurante: sistemas de refrigeración, túneles y trampas ocultas.

Los banquetes VIP, con precios de hasta 10 000 pesos por persona, eran el corazón del negocio. Asistían políticos, empresarios y figuras del espectáculo, algunos de los cuales pedían explícitamente “el plato especial del chef”.

El dinero en efectivo se lavaba mediante contratos de importación de bebidas premium y luego se transfería a cuentas offshore en las Islas Caimán, usando empresas pantalla registradas en Panamá.

Entre los nombres en la lista de clientes figuran un senador de Nayarit y un empresario de Hermosillo, ambos actualmente bajo investigación financiera.

El fentanilo decomisado provenía del puerto de Manzanillo, disfrazado como “harina para repostería”. Los precursores químicos —como 4-ANPP— se transportaban en camiones de agua purificada con la complicidad de un inspector de aduanas que cobraba 50 000 pesos mensuales en sobornos.

En la nómina del Grupo Eleve también figuraba un cirujano plástico, quien firmaba certificados de defunción falsos con diagnósticos de “sobredosis accidental”.

Las autoridades sospechan que este médico realizaba extracción de órganos, principalmente riñones, vendidos en el mercado negro de Tijuana por 500 000 pesos cada uno.

Ricardo Belarde está prófugo. La Interpol emitió una alerta roja internacional y la Fiscalía General de la República ofrece una recompensa de 5 millones de pesos por información que conduzca a su captura. Se presume que escapó a Panamá o Colombia utilizando documentos falsos proporcionados por funcionarios cómplices.

Las repercusiones políticas y económicas han sido devastadoras. Diez funcionarios estatales de los sectores de turismo y economía fueron suspendidos; tres diputados enfrentan investigaciones por lavado de dinero.

El turismo en Mazatlán sufrió un colapso del 40 % en reservas hoteleras, y los empresarios locales exigen medidas de rescate económico.

Mientras tanto, los laboratorios forenses trabajan para identificar mediante ADN los 127 cuerpos encontrados.

Se creó un fondo de apoyo psicológico y jurídico para las familias, aunque nada puede borrar la pesadilla. La posibilidad de que algunas cenas de lujo sirvieran “platos” hechos con restos humanos ha dejado una herida moral que el país tardará en cerrar.

Este caso va mucho más allá de un crimen común. Revela la podredumbre moral de una élite protegida por el poder y el dinero, capaz de transformar la gastronomía en un ritual de dominación. El sótano de Los Abismos del Mar no sólo ocultaba cadáveres; sepultaba la fe en la justicia, la ética y la dignidad humana.

Mazatlán, antaño símbolo de placer y descanso, hoy carga con un nuevo nombre en la memoria colectiva: “El infierno gourmet de México.”

Y la pregunta que resuena, incluso entre los que alguna vez compartieron copa con Belarde, es tan inquietante como inevitable:
¿Cuántos de ellos sabían la verdad… y decidieron seguir comiendo en silencio?

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