En la madrugada del 23 de diciembre, en un rancho de alto nivel ubicado en la zona de Los Rodríguez, municipio de Santiago,
estado de Nuevo León, el sonido de los disparos rompió la calma de un área considerada segura.
En cuestión de minutos, un nombre que durante más de dos décadas había marcado la historia del crimen organizado en México desapareció del escenario.
Don Sefe, una figura rodeada de mitos y rumores de inmortalidad, cayó en un operativo coordinado desde el más alto nivel federal. Su muerte no solo cerró una vida, sino que abrió un debate mayor sobre el verdadero alcance del golpe que el Estado mexicano asegura haber asestado.

De acuerdo con fuentes de seguridad, el rancho no era un simple escondite. Funcionaba como un centro de mando con lógica militar, con puntos de vigilancia, armamento y sistemas de comunicación cerrados.
Tras meses de trabajo de inteligencia, agentes de la Agencia Estatal de Investigaciones de Nuevo León lanzaron el operativo durante la noche. Al aproximarse, fueron recibidos con fuego preciso y disciplinado, señal clara de que los ocupantes contaban con entrenamiento profesional.
El enfrentamiento terminó con la muerte de Don Sefe y de David Calderón, ex militar. Dos sujetos más fueron detenidos en estado de shock y un agente resultó herido, aunque logró sobrevivir.
Para las autoridades, la operación significó algo más que una detención exitosa. Se trató de eliminar a un símbolo histórico del crimen organizado. Don Sefe no surgió de la marginalidad ni de los corredores tradicionales del narcotráfico.

Su origen se encuentra en el aparato del Estado. Fue jefe de la policía municipal de Miguel Alemán, en Tamaulipas, y conocía desde dentro las estructuras de seguridad. Esa experiencia le permitió identificar debilidades institucionales y convertirlas en ventajas para el mundo criminal.
A finales de los años noventa y principios de los dos mil, se consolidó como operador clave del Cártel del Golfo y fue quien reclutó directamente a ex integrantes del grupo élite GAFE. De ese proceso nació Los Zetas, organización que introdujo una violencia de corte militar que redefinió el mapa criminal del país.
Durante años, Don Sefe desapareció del radar público. Los rumores sobre su paradero alimentaron su leyenda. Se habló de Cuba, Canadá o Brasil como posibles refugios.
Sin embargo, información confirmada recientemente indica que había regresado de forma discreta a Nuevo León cerca de un año antes de su muerte.

Sin exhibiciones ni ostentación, comenzó a reconstruir contactos y a reactivar viejas lealtades, con la intención de restaurar un modelo que en su momento le dio poder territorial y control operativo.
Las pruebas encontradas en el lugar del enfrentamiento explican la magnitud de esa ambición. Las autoridades aseguraron un cuaderno manuscrito, dispositivos de almacenamiento y archivos digitales con información sensible.
El material apunta a la existencia del llamado Plan Semilla, una estrategia diseñada para sembrar nuevas células de influencia en estados como Veracruz, Zacatecas y Coahuila.
Un documento titulado Plan Semilla Nuevo Ciclo 2025 detalla procesos de reclutamiento, reorganización y distribución territorial bajo esquemas antiguos, con una visión de largo plazo y no de acciones improvisadas.
También se hallaron grabaciones que evidencian la coordinación de Don Sefe con El Betillo, sobrino de Osiel Cárdenas Guillén, ex líder del Cártel del Golfo.

Para analistas de seguridad, este vínculo confirma que no se trataba de un proyecto aislado, sino de un intento por reactivar la estructura original que durante años desafió al Estado mexicano. La posible rearticulación de esas redes encendió alertas en los niveles más altos del gobierno.
El operativo lleva el sello de Omar García Harfuch, secretario de Seguridad federal. Tras la muerte de Don Sefe, Harfuch ordenó activar la fase uno del Protocolo Centinela en cinco estados considerados estratégicos, con refuerzo de presencia federal y vigilancia de rutas clave.
En su mensaje público, fue contundente al afirmar que el Estado no permitirá la reaparición de modelos criminales del pasado y lanzó una advertencia directa a quienes pretendan regresar a ese camino.
No obstante, la realidad en el terreno mostró un panorama más complejo. Horas después del enfrentamiento, se registraron bloqueos con llantas incendiadas y la aparición de mantas con amenazas en Tamaulipas y Nuevo León, como demostración de lealtad al líder abatido.
Para la población local, estos actos fueron una señal clara de que la influencia de Don Sefe no se extinguió con su muerte.

En Santiago y sus alrededores, el miedo se instaló de nuevo. Los habitantes saben que cuando un fundador cae, el vacío de poder rara vez trae calma.
Por el contrario, suele abrir paso a disputas silenciosas, reacomodos internos y episodios de violencia destinados a imponer un nuevo orden.
Especialistas advierten que, aunque el Plan Semilla no llegó a ejecutarse plenamente, las bases ya estaban sembradas y pueden ser retomadas por otros actores.
La caída de Don Sefe puede compararse con la tala de un árbol venenoso de raíces profundas. El tronco ha caído, pero las raíces permanecen bajo tierra, incrustadas en dinámicas sociales, económicas y políticas que no desaparecen de un día para otro.
La pregunta central ya no es quién fue abatido, sino si el Estado mexicano cuenta con la constancia, la estrategia y el tiempo necesarios para arrancar esas raíces. De lo contrario, la muerte de una leyenda podría marcar apenas el inicio de un nuevo ciclo de violencia, más discreto y quizás más peligroso.