El sábado 23 de agosto amaneció con una noticia que nadie esperaba y que rápidamente se convirtió en el epicentro de un profundo drama para el periodismo español.
Javier Cid, colaborador habitual del programa “Y ahora Sonsoles” y periodista de largo recorrido en el diario El Mundo, fue hallado muerto en su domicilio madrileño a la edad de 46 años.
Un golpe implacable que ha dejado un vacío inmenso en la profesión y en quienes lo conocieron.
La noticia se dio a conocer en pleno directo, en el mismo plató donde Javier solía aportar su voz crítica y mordaz.
La presentadora, con una voz quebrada y visiblemente emocionada, anunció la tragedia que había sacudido no solo al equipo, sino a toda la audiencia.
“Tenemos que terminar con una triste noticia para la profesión, para el mundo del periodismo”, dijo con pesar, mientras el silencio y la conmoción invadían el estudio.
Javier Cid no era un colaborador cualquiera.
Su carrera comenzó en Zamora, creció en Pamplona y se consolidó en Madrid, donde se licenció en Historia antes de sumergirse en el mundo del periodismo.
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Desde 2001, trabajó en la cabecera de Unidad Editorial, desempeñándose como jefe de sección en el suplemento Gran Madrid.
Su pluma afilada y su compromiso social lo convirtieron en una figura respetada y admirada.
Pero más allá de su labor periodística, Javier destacó por su incansable defensa de los derechos LGTBI.
Su activismo no era solo una faceta más, sino una pasión que lo definía.
En 2019, recibió el prestigioso premio Alan Turing, reconocimiento a su valentía y dedicación en la lucha por la igualdad.
Su blog, que comenzó como “Diario de un gay”, evolucionó hasta convertirse en una novela que reflejaba las sombras y luces de su vida y su entorno.
“Este tipo metió el blog de los cuartos oscuros y en otros sótanos más negros que su reputación”, escribió su amigo y compañero Antonio Lucas, describiendo la intensidad y autenticidad de Javier.
La noticia de su muerte ha generado un tsunami de reacciones en redes sociales.
Amigos, colegas y seguidores han recordado no solo su trabajo, sino también sus palabras llenas de sabiduría y humanidad.
Una de sus frases más citadas en estos días es: “Ir al psicólogo ya no es cosa de locos. Hay que estar muy cuerdo para cruzar la consulta de un psicólogo por primera vez.”
Un mensaje que refleja su visión profunda y su lucha constante contra los estigmas sociales.
Sin embargo, el motivo exacto de su fallecimiento sigue siendo un misterio.
Fue encontrado en su domicilio en el barrio de La Latina, en Madrid, y aunque se sabe que en ocasiones había tenido problemas de salud que requirieron hospitalización, no se han dado detalles oficiales sobre las causas que llevaron a su muerte.
Este silencio ha alimentado la especulación y el dolor, dejando a todos con más preguntas que respuestas.
La pérdida de Javier Cid es una herida abierta para el periodismo, para la comunidad LGTBI y para quienes valoran la verdad y el compromiso social.
Su voz, que siempre fue valiente y directa, se apaga demasiado pronto, dejando un legado que invita a la reflexión y a la acción.
En un mundo donde la verdad muchas veces duele, Javier enseñó que ser auténtico es un acto de valentía.
En el plató de “Y ahora Sonsoles”, el luto es palpable.
Sus compañeros, entre lágrimas y abrazos, han expresado su cariño y admiración por un hombre que fue mucho más que un periodista.
Fue un luchador, un amigo, un referente.
La emotiva despedida en directo dejó claro que su ausencia será sentida profundamente y que su memoria vivirá en cada palabra que dejó escrita.
Este caso también ha puesto sobre la mesa la importancia de prestar atención a la salud mental, un tema que Javier abordó con sinceridad y que ahora cobra una dimensión aún más dolorosa.
Su mensaje sobre la necesidad de cuidar la mente y romper tabúes resuena con fuerza en estos momentos de duelo.
Mientras tanto, la prensa continúa cubriendo esta noticia con respeto y admiración, recordando a Javier Cid como un profesional íntegro y una persona apasionada por la justicia y la igualdad.
Su historia, marcada por la lucha y la verdad, es un recordatorio de que detrás de cada rostro público hay una vida compleja y valiosa.
En definitiva, la muerte de Javier Cid no solo es una tragedia personal y profesional, sino también un llamado urgente a valorar la salud emocional y a reconocer el impacto que tiene el periodismo comprometido en la sociedad.
Su partida deja un vacío difícil de llenar, pero su legado seguirá inspirando a muchos a seguir luchando por un mundo más justo y humano.
Así, en medio del dolor y la incertidumbre, queda la imagen de un hombre que no temió ser él mismo, que enfrentó sus demonios y que, hasta el último momento, defendió con pasión lo que creía justo.
Porque como bien decía él mismo, a veces la verdad no libera, solo duele.
Y en ese dolor, Javier Cid encontró su fuerza y su voz eterna.