Fui Sargento en la Cacería de El Mencho en Quitupan: El Ejército Prohibió Divulgar Esta Historia.

“Estuve a menos de cinco kilómetros de él… y, de repente, todo desapareció como si nunca hubiera pasado.”

Esa fue la primera frase de Jesús Navarro, un sargento mexicano que aún habla con la voz quebrada cada vez que recuerda la madrugada del 9 de octubre de 2025, en Quitupán, Jalisco.

Aquella fue la operación más cercana que el Ejército mexicano ha estado de Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho —el líder del Cártel Jalisco

Nueva Generación (CJNG)—, pero la historia jamás fue contada. Lo que debía ser un triunfo nacional terminó convertido en un secreto de Estado.

Navarro nació en 1995, en Tepic, Nayarit, en el seno de una familia humilde. Su padre, Don Jesús, era mecánico; su madre, Doña Carmela, trabajaba limpiando casas.

Creció entre pobreza y miedo, mientras el CJNG comenzaba a controlar la región desde 2008. “Mi padre decía que en Tepic no había futuro: o trabajabas para el cártel o vivías con miedo toda la vida”, recuerda Navarro.

A los 18 años, decidió huir de esa condena y enlistarse en el Ejército Mexicano, convencido de que serviría a su patria y protegería a los suyos.

Su carrera fue rápida. En 2015 fue asignado al Segundo Batallón de Operaciones Especiales, una unidad de élite dedicada a combatir a los cárteles en las zonas más violentas del país.

Durante casi una década participó en decenas de operativos en Jalisco, Michoacán y Colima, enfrentando directamente a hombres armados del CJNG.

Sus compañeros lo apodaban “el que no teme a la noche”, porque siempre se ofrecía para las incursiones nocturnas. En 2022 ascendió a cabo, y dos años después a sargento.

El 7 de octubre de 2025, Navarro recibió un mensaje cifrado: “Todos los miembros del Segundo Batallón deberán presentarse en el cuartel de Guadalajara.

Operativo clasificado.” No se le permitió preguntar. Empacó sus cosas, besó a su esposa Lupita —una maestra de primaria— y a su hijo Miguel. “Les dije que volvería pronto. No sabía que ese viaje me marcaría para siempre”, cuenta.

Dos días más tarde, a las cuatro de la madrugada del 9 de octubre, cuatro vehículos militares con cincuenta soldados partieron rumbo a Quitupán.

La misión, según el comandante Rojas, era patrullar una zona limítrofe entre Jalisco y Michoacán donde se reportaban movimientos de vehículos blindados artesanales, los llamados coches monstruo.

“Nos ordenaron decomisar, no combatir. Si encontrábamos hombres armados, debíamos retirarnos”, dice Navarro. “Pero el silencio del pueblo fue lo primero que me heló la sangre. Ni un perro ladraba. Era el silencio antes del desastre.”

A las 6:30 de la mañana, en un paraje de Rafael Pisano, hallaron tres “coches monstruo” abandonados. Los motores aún estaban tibios.

Cada vehículo estaba blindado con placas de acero de cinco milímetros, cristales antibalas y torretas improvisadas.

En su interior había cientos de cargadores, una ametralladora Browning M2 calibre .50, chalecos antibalas de nivel IV, cascos con visores nocturnos, radios encriptados y un mapa detallado de Quitupán con coordenadas GPS.

Tres kilómetros más adelante, el pelotón descubrió una casa de seguridad construida en concreto, escondida entre los árboles. Dentro había comida fresca —pan, frutas, carne—, ropa de diseñador, zapatos italianos y un refrigerador lleno.

Pero lo que más llamó la atención fue un botiquín con medicamentos para tratar la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) en fase avanzada, la misma dolencia que aqueja a El Mencho. En el exterior, las huellas en el suelo mostraban una zona de aterrizaje improvisada para helicóptero. Junto a ello, un sistema de comunicación satelital valorado en más de 50.000 dólares seguía encendido.

Al analizar las señales de radio interceptadas esa madrugada, los analistas militares escucharon una transmisión a las 4:00 a.m.:
“El patrón ya salió. Dejen todo. Prioridad: la seguridad del patrón.”

Según el informe del Capitán Méndez y del General Rivas, esa comunicación confirmaba que El Mencho había estado en esa casa desde el 7 hasta la madrugada del 9 de octubre de 2025, y que fue evacuado en helicóptero hacia la sierra de Michoacán apenas dos horas antes de que llegara el convoy de Navarro.

La distancia entre ambos: 5,2 kilómetros. “Estuvimos tan cerca… Dos horas. Quince minutos más y lo habríamos atrapado”, dice el sargento con una mezcla de orgullo y amargura.

El descubrimiento, sin embargo, nunca fue divulgado. La Secretaría de la Defensa Nacional clasificó toda la operación como “información de máximo nivel de confidencialidad”.

Los soldados fueron obligados a firmar un acuerdo de silencio bajo amenaza de hasta cinco años de prisión militar si revelaban cualquier detalle. “Nos dijeron que hablar sería suicida, tanto política como literalmente”, relata Navarro.

“Que si el público sabía que habíamos tenido a El Mencho a cinco kilómetros, el CJNG se envalentonaría y el Ejército quedaría en ridículo.”

Un mes después, Navarro apareció en una breve conferencia de prensa donde se presentó la operación como un simple decomiso de armas.

Nadie mencionó a El Mencho. Nadie habló de la casa. Días después, comenzaron las llamadas anónimas. “Una voz me dijo: ‘Sabemos en qué escuela estudia tu hijo Miguel.’” Desde entonces, su familia vive dentro de un cuartel militar bajo protección.

Tres meses más tarde, en enero de 2026, se lanzó otro operativo en Coalcomán, Michoacán. El resultado fue el mismo: una finca vacía, sistemas de vigilancia activados pocas horas antes. “El Mencho siempre un paso adelante,” dice Navarro. “Siempre alguien le avisa.”

Hoy, el sargento continúa en el Ejército, aunque ya no cree que la guerra contra el narcotráfico pueda ganarse con operativos. “Mientras haya traidores dentro, nunca lo atraparán.”

Describe a El Mencho como “un prisionero sin barrotes”: enfermo, escondido, sin familia, sin paz. Pero lo que más le duele, dice, no es la impunidad del capo, sino el silencio impuesto a los que sí lucharon.

“Nos dijeron que contar la verdad era traicionar a la patria”, concluye. “Pero yo creo que callar es la traición más grande.”

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