La muerte de Abraham Quintanilla no solo marcó el final de la vida de un padre, sino que abrió un nuevo capítulo lleno de interrogantes y controversias en la historia de una familia inseparable del nombre de Selena.
Durante días, el silencio absoluto de los Quintanilla alimentó preguntas y especulaciones.
¿Había algo que nunca se había dicho sobre los últimos momentos del hombre que protegió con firmeza el legado de su hija? La respuesta comenzó a tomar forma cuando A.B. Quintanilla decidió hablar.
De acuerdo con el testimonio de A.B., su padre falleció de una manera tan serena como inesperada. No hubo hospitalización previa, ni una larga enfermedad, ni señales claras de un deterioro grave.

Abraham Quintanilla continuaba viviendo en su casa, aferrado a la disciplina y al carácter reservado que lo acompañaron toda la vida.
Esa aparente normalidad hizo que la noticia resultara aún más difícil de asimilar, porque la muerte llegó sin avisar, como un silencio repentino.
El momento en que A.B. encontró a su padre inconsciente en la habitación es uno de los recuerdos más duros que ha compartido.
La casa, usualmente llena de sonidos cotidianos, estaba envuelta en una quietud extraña. No hubo respuesta, no hubo movimiento.
En ese instante, A.B. comprendió que no solo había perdido a su padre, sino que también se cerraba definitivamente una etapa fundamental de la historia de los Quintanilla.

Lo que más ha llamado la atención del público son los cambios que Abraham mostró en sus últimos días. Según su hijo, comenzó a hablar de Selena con una frecuencia inusual.
No desde el dolor o la rabia, sino desde una calma profunda. Recordaba canciones, giras y momentos íntimos que pocas veces había compartido. Su tono era distinto, como si estuviera despidiéndose de una parte esencial de su vida.
La frase que más ha impactado fue aquella que Abraham le dijo a su hijo poco antes de morir: creía que Selena había venido a buscarlo.
En su momento, A.B. no le dio un significado especial y pensó que se trataba de una emoción pasajera. Sin embargo, tras la muerte de su padre, esas palabras se transformaron en un presagio inquietante.

Para muchos seguidores de Selena, esta confesión tiene una carga espiritual que conmueve y divide opiniones, entre la fe personal y la interpretación racional de los hechos.
Abraham Quintanilla ha sido visto durante décadas como mucho más que un padre. Fue el arquitecto del fenómeno Selena, un hombre que proyectó en su hija los sueños musicales que él no pudo concretar.
Con una disciplina férrea y una visión clara, moldeó su carrera desde la infancia. El éxito de Selena fue fruto de su talento, pero también del sacrificio y la determinación de un padre que no aceptaba el fracaso.
La tragedia de 1995 cambió a Abraham para siempre. Tras el asesinato de Selena, siguió defendiendo su legado con una firmeza que muchos calificaron de implacable.
Museos, proyectos y disputas legales se convirtieron en su misión. No obstante, quienes estuvieron cerca de él aseguran que una parte de su espíritu se quebró para siempre. Vivió muchos años más, pero con una herida abierta que nunca terminó de sanar.

La familia Quintanilla optó por un funeral íntimo, lejos del espectáculo mediático. No hubo discursos públicos ni gestos para las cámaras.
En la ceremonia, una fotografía de Abraham sonriendo junto a Selena ocupó un lugar central. Esa imagen resumía su vida entera, el orgullo de un padre y el dolor de una pérdida irreparable.
Para el público, la muerte de Abraham Quintanilla representa algo más que una despedida. Simboliza el final del último gran guardián del recuerdo de Selena.
Las palabras de A.B. Quintanilla, al romper el silencio, no solo revelaron detalles desconocidos, sino que aportaron una nueva dimensión a esta historia familiar, donde el amor paternal, la ambición, el sufrimiento y la fe se entrelazan en un relato tan brillante como profundamente trágico.