El silencio prolongado en torno a la desaparición de Yeshua Cisneros Lechuga ha encendido un intenso debate en la comunidad.
No solo porque era un rostro conocido dentro del movimiento de freestyle local, sino porque las preguntas sin respuesta se acumulan mientras la investigación avanza con una lentitud que muchos consideran preocupante.
Día tras día, la concha acústica de Cuautitlán Izcalli se llena de voces, pancartas y exigencias, convirtiéndose en un símbolo de frustración y de una búsqueda desesperada por respuestas.
Según relatan sus familiares, la noche en que Yeshua desapareció comenzó como cualquier otra. Tras salir de la casa de un amigo, decidió caminar algunos kilómetros con la intención de encontrar un medio de transporte público que lo llevara a casa.

Sin embargo, aquel recorrido habitual terminó siendo el último rastro que se tiene de él. Al llegar a una zona aislada, donde no pasan autobuses ni taxis, su presencia simplemente se desvaneció.
No hubo cámaras que registraran su paso, ni testigos que pudieran aportar algún detalle, ni llamadas, ni señales.
Un vacío inquietante que se ha extendido durante 24 días y que alimenta teorías, temores y una profunda angustia.
La tensión aumenta a medida que la comunidad exige una indagatoria pertinente, rigurosa y profesional. En México, los casos de desaparición suelen generar alarma social y dejar cicatrices profundas.
Esta vez, la preocupación se expresa en la imagen persistente de la familia de Yeshua en la concha acústica, sosteniendo carteles y pidiendo claridad.

Cada gesto de ellos refleja la determinación de quienes luchan contrarreloj en medio de la incertidumbre.
Lo que distingue esta manifestación es la diversidad y la cantidad de participantes. Amigos, compañeros del movimiento freestyle y vecinos de distintas zonas han decidido unirse.
Para ellos, Yeshua no era solo un joven apasionado por la improvisación, sino un miembro activo de la comunidad, alguien presente en actividades, reuniones y eventos juveniles. Su ausencia repentina ha generado una mezcla de dolor e indignación que se traduce en una presencia masiva en las calles.
La atmósfera en la concha acústica es un reflejo de solidaridad y resistencia. Desde temprano, vecinos y jóvenes cuelgan afiches, distribuyen información, organizan grupos de búsqueda y mantienen vivo el nombre de Yeshua en redes sociales.

Algunos llevan bocinas portátiles y reproducen música de freestyle mientras piden apoyo, como una manera de mantener la esencia del joven desaparecido. Los cánticos resuenan con fuerza, y cada día que pasa el lugar se convierte en un punto de reunión más concurrido.
El incremento de participantes confirma una inquietud creciente. Muchos temen que los 24 días de silencio no sean solo falta de información, sino señal de un proceso de investigación que no ha alcanzado la profundidad necesaria.
Surgen preguntas que exigen respuesta: ¿por qué no existen registros visuales del trayecto final? ¿Por qué no se ha podido reconstruir su ruta? ¿Hubo intervención de terceros? Ese vacío informativo alimenta la desconfianza y ha provocado que las exigencias hacia las autoridades se vuelvan cada vez más firmes.
A pesar del clima tenso, lo que más perdura es la esperanza. La familia de Yeshua continúa asistiendo a la manifestación todos los días, llevando fotografías, recordando los últimos momentos y repitiendo una y otra vez el mismo mensaje: quieren respuestas y quieren a Yeshua de vuelta.

Su fe permanece intacta, sostenida por una comunidad que se ha unido para mantener viva la búsqueda.
Mientras la verdad aún no sale a la luz, la concha acústica se consolida como un símbolo de resistencia. No es solo el espacio de una protesta, sino un recordatorio de que detrás de cada persona desaparecida hay una familia viviendo el dolor más profundo y una comunidad entera reclamando justicia.
El caso de Yeshua no es únicamente la historia de un joven, sino un llamado urgente a fortalecer los procesos de investigación con transparencia, profesionalismo y sensibilidad humana.
La búsqueda continúa. La esperanza no se apaga. Y Cuautitlán Izcalli sigue esperando una respuesta a la pregunta que todos se hacen: ¿Dónde está Yeshua?