Esto pasó con Carlos Emilio y Kimberly Hilary moya

Una chica salió de casa solo para imprimir su tarea. Un joven entró al baño de un bar y nunca regresó.

Dos momentos ordinarios en la vida cotidiana — pero ambos abrieron un abismo en la conciencia de un país: México, donde la gente ha aprendido a vivir con el miedo, y donde las desapariciones se han convertido en parte del paisaje diario.

Nadie escuchó los gritos. Nadie vio nada. Solo quedó el silencio — y un país que parece haber perdido su capacidad de sentir.

México, tierra de música, fiesta y color, se ha transformado en un mapa marcado por puntos rojos: los lugares donde alguien desapareció.

Cada día, decenas de familias comienzan una búsqueda interminable — una procesión de lágrimas, retratos y fe frágil.

Según los registros oficiales, más de 100.000 personas siguen desaparecidas en el país. Una cifra que no solo escandaliza, sino que revela la parálisis del sistema judicial y la indiferencia institucional.

Detrás de cada caso hay una cadena de fracasos: cámaras que dejan de grabar, pruebas que desaparecen, expedientes extraviados, y autoridades que guardan silencio. Cuando la negligencia se vuelve rutina, la tragedia deja de ser excepción: se convierte en hábito.

Kimberly Hillary Moya González, de 16 años, es una de las muchas jóvenes devoradas por ese sistema. Vivía en San Rafael Chamapa, una zona trabajadora de Naucalpan, Estado de México. Era estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y llevaba una vida sencilla.

El 2 de octubre de 2025, salió de su casa para ir a un cibercafé y imprimir una tarea escolar. Las cámaras la registraron saliendo del local; después, su rastro se esfumó. Un corte de video, unos segundos en negro, y en ese silencio tecnológico se desvaneció una vida entera.

La investigación se inició días después. La Fiscalía del Estado de México detuvo a dos hombres —Gabriel Rafael N. (57 años) y Paulo Alberto N. (36 años)— sospechosos de estar implicados.

En un taller mecánico vinculado a ellos se encontraron unas botas con manchas seminales y otros objetos relevantes. Los análisis genéticos preliminares revelaron coincidencias con el ADN de Kimberly o de su familia.

Ambos fueron vinculados a proceso y permanecen en prisión preventiva. Sin embargo, Kimberly sigue sin aparecer. No hay cuerpo, no hay respuesta, solo una herida abierta.
La madre de la joven, con voz quebrada, declaró ante los medios:

“Tenemos a los culpables, tenemos pruebas, pero no tenemos a mi hija.”

La historia judicial avanza, pero la verdad física sigue ausente. En México, una desaparición sin cuerpo es un caso suspendido en el limbo: ni crimen resuelto, ni justicia real.

A más de mil kilómetros al norte, en Mazatlán, Sinaloa, otro nombre se une a la lista interminable: Carlos Emilio Galván Valenzuela, de 21 años.

Alegre, sociable, amante del mar. La madrugada del 5 de octubre de 2025, salió con amigos a un bar en la Zona Dorada — una de las áreas turísticas más vigiladas del país.

Entró al baño y nunca regresó.

Las cámaras del local lo grabaron caminando hacia esa zona, pero jamás se registró su salida. Cuando la familia exigió las grabaciones, el gerente del bar retrasó su entrega. Para cuando la fiscalía intervino, los videos habían sido editados y una parte borrada.

Durante la inspección, los investigadores hallaron un pasadizo técnico oculto que conectaba el área de mantenimiento con un callejón trasero — una estructura no incluida en los planos oficiales del edificio.

Según fuentes internas, el túnel podría haber sido usado para trasladar personas o mercancía de forma clandestina.

La fiscalía no confirmó públicamente el hallazgo, pero las sospechas crecen. Ningún arresto, ninguna acusación. Solo una madre que vuelve cada día a la entrada del bar, dejando flores y rezando frente al silencio.

Dos desapariciones, dos contextos distintos, una misma verdad: la ausencia del Estado.

Kimberly desapareció en una zona urbana humilde, marcada por la violencia doméstica y la trata de personas.

Carlos se esfumó en pleno corazón turístico, donde los negocios nocturnos, la corrupción y los cárteles conviven bajo la misma luz.

Ambos casos exponen un mismo patrón institucional: el procedimiento avanza, pero la justicia no llega.

En México lo llaman “la costumbre del miedo”.
La gente trabaja, estudia, ama… pero vive con la certeza de que un día cualquiera alguien puede desaparecer y nadie sabrá explicar por qué.

Criminólogos consultados advierten que las desapariciones en México son ya un fenómeno estructural, no aislado.

Resultado de la fragmentación de los grupos criminales, de la debilidad policial y de la corrupción que corroe el sistema judicial.

Entre 2024 y 2025, las desapariciones de jóvenes —especialmente mujeres menores de edad— aumentaron significativamente.

“En México, la violencia no es solo obra del crimen,” afirma un perito forense. “Es la consecuencia del silencio prolongado. Cuanto menos se pregunta, más fácil se repite el horror.”

En Kimberly vemos la impotencia del Estado.
En Carlos, la parálisis de la justicia.
Y en ambos, el reflejo de un país que ha normalizado lo inaceptable.

Al caer la tarde en Mazatlán, los vecinos aún ven a una madre mirando el horizonte desde la orilla del mar.

En Naucalpan, los compañeros de Kimberly conservan su pupitre vacío, como un altar discreto a la esperanza.

Y en todo México, miles de familias siguen buscando — no solo a sus seres queridos, sino la fe en que la justicia todavía existe.

“Si nadie es encontrado, ¿quién de nosotros sigue siendo visible?”

Reporte y análisis: [Nombre del periodista]
Fuentes: Fiscalía del Estado de México, Fiscalía de Sinaloa, Informe Nacional de Derechos Humanos 2025, entrevistas a familiares y especialistas forenses.

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