Bastó un mensaje sencillo “Ya voy para la casa” para marcar la frontera final entre la vida y el silencio absoluto que engulló a un joven de 18 años en medio de una zona industrial supuestamente vigilada.
Nadie imaginó que, justo cuando las cámaras del Estado quedaron a oscuras por árboles sin podar y luminarias averiadas, una verdad más fría comenzaría a tomar forma.
Y entonces la pregunta más devastadora dejó de ser “¿Adónde fue Yeshua?” para convertirse en “¿Quién se lo llevó y por qué todos los registros oficiales guardaron silencio exactamente en esos cinco minutos?”
Cuautitliscali, un territorio donde las chimeneas industriales compiten con los barrios obreros, ha vivido durante décadas en un equilibrio precario entre prosperidad y abandono.

De un lado, las operaciones incesantes de corporaciones transnacionales; del otro, calles oscuras donde la negligencia se vuelve paisaje. La desaparición de Yeshua Cisneros Lechuga no solo estremeció a la comunidad, sino que hizo añicos la narrativa oficial de “orden, seguridad y vigilancia permanente”.
Si un joven que camina por una vía principal puede desvanecerse sin dejar rastro, el sistema de seguridad pública ha revelado fallas que ya no pueden ocultarse.
Yeshua no encaja en el perfil criminal que, con frecuencia, algunos funcionarios utilizan para justificar lo injustificable. Era un muchacho afectuoso, cercano a su familia, apasionado por la música y conocido por rescatar gatitos callejeros.
Quienes lo conocieron lo describen como trabajador desde muy temprana edad y comprometido con su comunidad. Después del sismo de 2017, cuando muchos estaban paralizados por el miedo, él salió a ayudar en las labores de apoyo en Chochimilco.

Un joven con este historial no desaparece voluntariamente y tampoco encaja en los estigmas que suelen usarse para desviar responsabilidades.
La noche del 13 de noviembre, Yeshua se encontraba en Jardines de la Hacienda, en una reunión tranquila con amigos.
A las 22:44 envió a su madre el mensaje que ahora se ha vuelto una herida abierta: “Ya voy para la casa”. Nada anunciaba tragedia.
Era un mensaje cotidiano, como los que millones de jóvenes envían cada noche. Sin embargo, sería el último rastro verificable de su intención de volver a casa.
A las 23:15, una cámara municipal en la plaza San Marcos lo registró caminando con absoluta tranquilidad. No se observó persecución ni señales de tensión.
Todo apuntaba a un trayecto normal. Pero minutos después, su recorrido se internó en una brecha peligrosa.

La cámara que debía captarlo a continuación estaba inutilizada por ramas sin podar y farolas que llevaban meses sin repararse. En cuestión de segundos, Yeshua entró en un corredor oscuro que la administración pública había abandonado. Ese instante se convirtió en la última imagen oficial del joven.
El silencio del Estado fue parcialmente roto por el trabajo incansable de su familia. Tocaron puertas, recolectaron grabaciones privadas y, gracias a esas imágenes no controladas por autoridades, emergió una versión inquietante.
Yeshua fue captado en las vías laterales de la autopista México Querétaro. Un vehículo de patrulla con emblemas de la Policía Estatal se acercó a él.
Dos agentes descendieron: uno retuvo al joven, el otro revisó su mochila. Para las autoridades puede haber sido una “revisión de rutina”, pero para la familia ese encuentro se convirtió en la línea que separa claridad y desaparición.

Lo más alarmante es lo que ocurrió después. El vehículo patrulla se retiró, pero Yeshua ya no apareció en ninguna otra cámara. No hubo reporte de detención. No hubo ingreso a barandillas. No hubo registro en la base nacional.
Si lo liberaron, ¿por qué ninguna cámara lo muestra continuando su camino. Si lo retuvieron, ¿por qué no existe ningún documento.
La única hipótesis capaz de explicar el silencio absoluto y la falta de transparencia es la desaparición forzada, un delito que el derecho internacional considera una negación extrema de la verdad y de la humanidad.
Mientras la familia luchaba por obtener respuestas, se estrelló contra un aparato burocrático que parecía diseñado para desgastar a las víctimas.
La fiscalía estatal negó acceso a videos cruciales y retrasó diligencias esenciales. El silencio institucional se volvió tan prolongado que la familia no tuvo más remedio que nombrarlo: encubrimiento.

Quince días después, agotadas todas las vías formales, la familia de Yeshua convirtió la desesperación en una acción política contundente.
Bloquearon la autopista México Querétaro, una arteria comercial estratégica. Miles de vehículos quedaron varados.
Las pérdidas económicas ascendieron a millones de dólares. En medio del caos, la figura del padre de Yeshua destacó por su dignidad. Pidió disculpas a los conductores atrapados y explicó que solo quería que su hijo regresara con vida.
Fue la presión económica, más que la empatía institucional, lo que obligó a las autoridades a presentarse. Se instalaron mesas de diálogo y se prometió transparencia.
Pero incluso entonces surgió un hecho inesperado. Alpura, una de las empresas más grandes del sector lácteo, intervino públicamente en la búsqueda.

En un país donde el sector privado pocas veces se involucra en casos de desapariciones, este gesto fue interpretado como una señal de alarma: la inseguridad ha alcanzado niveles intolerables incluso para el mundo empresarial.
Al analizar todos los elementos, la conclusión es contundente. La desaparición de Yeshua no fue un accidente ni un acto voluntario.
La última interacción del joven fue con una patrulla policial. Cuando quienes deben proteger son los últimos en estar presentes, la responsabilidad no es una especulación, sino la deducción lógica de los hechos.
Si los agentes lo dejaron en una zona peligrosa sin iluminación, incurrieron en negligencia criminal. Si lo retuvieron sin registrarlo, cometieron un delito grave. En cualquiera de los escenarios, la responsabilidad recae en quienes portaban el uniforme.
Cuando un joven desaparece en cinco minutos de oscuridad, no es solo un fracaso de vigilancia, sino un fracaso del compromiso estatal con la verdad.
El caso de Yeshua demuestra que la seguridad puede ser una ilusión frágil si no existe control, exigencia y transparencia. El peligro no siempre proviene de las sombras, sino a veces de aquellos que deberían traer la luz.
Si deseas, puedo continuar con una versión ampliada en formato de investigación, un relato narrativo estilo crónica o un análisis jurídico sobre la estructura de un caso de desaparición forzada.