Miguel Tellado, portavoz del Partido Popular, intentó lanzar una bomba mediática al acusar al gobierno de Pedro Sánchez de mantener relaciones peligrosas con la tecnológica china Huawei.
Un contrato del Ministerio del Interior por 12,3 millones de euros para equipos digitales fue retratado como el eslabón perdido de una supuesta trama de espionaje y corrupción.
Sin embargo, esa bomba resultó ser un petardo mojado.
La respuesta del gobierno fue rápida, clara y fulminante: las adquisiciones se realizaron a través de empresas certificadas, cumpliendo la normativa y sin entregar ni un solo dato a Huawei.
El relato conspiranoico empezaba a tambalearse, pero lo que terminó de derribarlo fue una sola frase.
Un tweet de Óscar Puente, tan lapidario como certero: “Si el gobierno contrata con Huawei, malo.
Si contratan los gobiernos del PP, ya tal.
Es la ley del embudo, la única que domina el PP.”
A partir de ese momento, el escenario político se transformó.
Lo que pretendía ser un ataque frontal al gobierno se convirtió en un espejo incómodo para el Partido Popular.
Porque la “ley del embudo”, esa metáfora que denuncia el doble rasero, encontró en este caso su ejemplo perfecto.
Ayuso, Moreno Bonilla, López Miras… todos ellos han tenido encuentros públicos, colaboraciones y hasta elogios hacia Huawei.
Y no hace una década, sino en los últimos años.
Las hemerotecas, los comunicados oficiales y las imágenes de archivo no dejaron lugar a dudas: los mismos que hoy claman por la seguridad nacional ayer firmaban acuerdos sonrientes con la empresa china.
Las redes sociales hicieron su trabajo.
Usuarios comenzaron a difundir imágenes de Ayuso en actos donde destacaba la importancia de trabajar con líderes tecnológicos como Huawei.
O a Bonilla visitando sus instalaciones en China, hablándoles de innovación y cooperación mutua.
O a López Miras celebrando la apertura de un centro tecnológico de la misma empresa en Murcia.
De pronto, el escándalo que el PP intentaba imponer se volvió contra ellos.
No había huella de espionaje.
No había pruebas de corrupción.
Solo un relato construido sobre humo y desmentido con documentos oficiales.
Pero lo más llamativo no fue la falta de pruebas, sino la ausencia total de respuesta coherente por parte de quienes quedaron expuestos.
Ayuso, siempre tan activa mediáticamente, guardó un silencio absoluto.
Ninguna aclaración, ninguna defensa, ninguna rectificación.
Lo mismo ocurrió con otros dirigentes populares que quedaron atrapados en sus propias contradicciones.
¿Cómo justificar que una empresa supuestamente peligrosa sea promovida cuando gobiernan ellos, pero demonizada cuando lo hace el PSOE? La respuesta no llegó.
El silencio fue, en este caso, más ruidoso que cualquier discurso.
Tellado, lejos de recular, dobló la apuesta.
Mencionó a Zapatero, a José Blanco, a Antonio Hernando… intentando extender la sombra de la sospecha lo más lejos posible.
Pero el castillo de naipes ya se desmoronaba.
La acusación contra Hernando, por ejemplo, fue desmentida en cuestión de horas: nunca trabajó para Huawei.
Otra mentira documentada.
Cada nuevo intento del PP por sostener su relato solo servía para profundizar la grieta de su incoherencia.
Y mientras todo esto ocurría, Puente seguía firme en su discurso.
No defendía a Huawei ni intentaba blanquear contratos.
Su punto era otro: la falta de coherencia del PP.
Si van a acusar, que lo hagan con datos.
Si van a señalar, que también revisen su propio historial.
Y sobre todo, que no utilicen el miedo ni las insinuaciones para manipular a la opinión pública.
Su tweet, convertido ya en frase viral, encapsuló una verdad incómoda que ningún portavoz popular ha podido refutar.
La estrategia del PP ha quedado al descubierto.
Se trata de instalar un escándalo, no de demostrarlo.
De repetir un mensaje hasta que cale, aunque no tenga sustento.
Pero en esta ocasión, la verdad se impuso.
El gobierno respondió con documentación, las redes sociales amplificaron la contradicción y figuras como Óscar Puente lograron devolver el foco a la realidad.
En un entorno mediático saturado de titulares vacíos, su intervención destacó por su claridad, su contundencia y su efectividad comunicativa.
Este episodio no solo deja en evidencia al Partido Popular, también refleja el deterioro del debate político en España.
En lugar de confrontar ideas o propuestas, se recurre a montajes, a ficciones que no resisten el menor análisis.
Y mientras tanto, temas urgentes como la sanidad, la educación o la economía son desplazados por polémicas artificiales que duran lo que tarda en viralizarse un meme.
La ciudadanía, sin embargo, empieza a despertar ante esta estrategia.
Cada vez más personas exigen pruebas, coherencia y responsabilidad.
La “ley del embudo” no es solo una metáfora ingeniosa, es la radiografía de una forma de hacer política basada en la manipulación.
Óscar Puente lo supo ver y lo supo decir.
Y esa claridad, en tiempos de confusión, es más poderosa que cualquier campaña.
Mientras el PP sigue atrapado en su propia red de contradicciones, la verdad encuentra nuevas voces que no temen señalarla.
Porque en política, como en la vida, tarde o temprano todo relato construido sobre mentiras termina cayendo.
Y esta vez, cayó con estrépito.