Su madre la impulsaba a participar en concursos, mientras su padre, Guillermo Lepe, un militar retirado, manejaba cada aspecto de su carrera con mano férrea.
En 1953, con solo 18 años, Ana se convirtió en la primera mexicana en llegar a la final de Miss Universo, logrando el cuarto lugar y ganándose el título de símbolo nacional.
Su éxito la llevó directamente al cine, donde compartió pantalla con leyendas como Pedro Infante, Cantinflas y Tintán.
Pero detrás del glamour y las luces, su vida personal estaba marcada por tragedias que la seguirían para siempre.
En 1960, la vida de Ana Bertha dio un giro devastador.
Su prometido, el actor Agustín de Anda, fue asesinado a tiros por su propio padre, Guillermo Lepe, en una noche que quedó grabada como una de las más infames en la historia del espectáculo mexicano.
El asesinato ocurrió tras una discusión sobre dinero y matrimonio, pero según confesiones posteriores de Ana, había un trasfondo aún más oscuro.
Durante años, Ana cargó con el estigma de ser “la novia”, un cruel apodo que la industria del cine utilizó para marginarla, mientras su padre recibía una sentencia mínima y salía de prisión rápidamente.
La carrera de Ana, que prometía ser brillante, se desmoronó, y su vida personal se convirtió en una espiral de pérdidas y traiciones.
Sin embargo, la tragedia de aquella noche no fue el único secreto que Ana Bertha guardó.
En sus últimos años, decidió contar la verdad sobre su relación con Adolfo López Mateos, el presidente de México entre 1958 y 1964.
Según Ana, su padre había arreglado encuentros privados entre ella y López Mateos, quien quedó prendado de su belleza.
Aunque públicamente se presentaba como un cortejo romántico, Ana confesó que fue más una coacción que un romance.
“Mi padre veía oportunidad, no peligro”, habría dicho a su asistente Ester Quintana.
Guillermo Lepe, quien controlaba cada aspecto de su vida, convenció a Ana de que aceptar la atención del presidente era lo mejor para su futuro.
Pero para Ana, esos encuentros no eran más que una humillación disfrazada de privilegio.
López Mateos, conocido por su carisma y fama de mujeriego, prometió a Ana papeles, prestigio y hasta rumores de matrimonio.
Pero ella sabía que esas promesas eran vacías.
Cuando conoció a Agustín de Anda y se enamoró, la situación se volvió insostenible.
Quedó atrapada entre sus verdaderos sentimientos por el joven actor y el lazo político que su padre le había impuesto.
Según Ana, la discusión entre Guillermo y Agustín la noche del asesinato no fue solo por dinero.
Su padre habría insinuado que el presidente de México ya había estado con ella, provocando la furia y humillación de Agustín.
Esa revelación fue el detonante que llevó a Guillermo a disparar dos veces contra el joven actor, destruyendo no solo la vida de Agustín, sino también la de Ana.
Tras el asesinato, López Mateos se distanció cuidadosamente de Ana y su familia.
Oficialmente, su nombre nunca estuvo vinculado al crimen, pero los rumores en privado contaban otra historia.
Se decía que el presidente había facilitado la sentencia reducida de Guillermo Lepe y que su influencia había ayudado a silenciar el escándalo.
Pero el castigo para Ana fue aún más cruel.
Productores de cine y televisión comenzaron a recibir llamadas anónimas que les indicaban no contratarla.
Aunque nunca existió una lista negra oficial, las ofertas de trabajo desaparecieron de manera abrupta.
Ana pasó de ser una estrella adorada a una figura marginada, llevando el peso de un crimen que no cometió y el silencio impuesto por el poder.
Ana Bertha Lepe intentó reconstruir su vida, pero las tragedias no cesaron.
En los años 70 sufrió un aborto espontáneo y su relación con Alejandro Malpica, un bailarín profesional, se derrumbó tras rumores de infidelidad.
La pérdida de su hijo y la traición de su pareja la sumieron en una profunda depresión.
El alcohol se convirtió en su refugio, y su salud comenzó a deteriorarse rápidamente.
Aunque tuvo un regreso parcial en telenovelas como Mundo de Juguete y Dos Vidas, su carrera nunca volvió a alcanzar el éxito de sus primeros años.
En sus últimos años vivió casi recluida en su rancho de Texcoco, rodeada de recuerdos y luchando contra problemas de salud que la dejaron físicamente frágil.
Antes de su muerte en 2013, Ana decidió hablar abiertamente con unas pocas personas de confianza sobre su relación con López Mateos.
Describió al presidente como frío y calculador, alguien que la veía más como un objeto que como una persona.
“Fui bonita, para mi desgracia.
Si hubiera sido fea, nada de esto habría pasado”, confesó en un momento de amarga reflexión.
Para Ana, su belleza no fue una bendición, sino una condena que la llevó a ser utilizada por su padre y por uno de los hombres más poderosos de México.
Su confesión final no solo reveló un capítulo oscuro de su vida, sino también una denuncia contra el abuso de poder y el silencio que la acompañó durante décadas.
La historia de Ana Bertha Lepe es un recordatorio de cómo el poder y la fama pueden ser herramientas de manipulación y destrucción.
Su vida, marcada por el escándalo, el sacrificio y la pérdida, es un reflejo de las sombras que se esconden detrás del brillo del espectáculo y la política.
¿Fue Ana víctima de su época o de los hombres que moldearon su destino? Su confesión sobre López Mateos plantea preguntas incómodas sobre el abuso de poder y el precio de la belleza en una sociedad que la
adoró y luego la olvidó.
Una historia que merece ser recordada, no por el escándalo, sino por la valentía de una mujer que decidió contar su verdad antes de partir.
