Era 1984 cuando la familia Campos vivió el día más oscuro de su historia.
José María Borrego, padre de Terelu y Carmen Borrego, tomó una decisión tan drástica como irreversible: se quitó la vida de un disparo en la cabeza.
La noticia, que en su momento apenas trascendió más allá de los círculos privados, ha vuelto con fuerza gracias a los recientes testimonios de su entorno más cercano y a las revelaciones que Terelu hizo en su libro
autobiográfico Frente al espejo.
La historia que hay detrás de aquel suicidio no es solo un drama familiar, sino un retrato brutal del abandono emocional, la soledad y el silencio que rodeó a un hombre que, pese a todo, seguía queriendo estar
cerca de sus hijas.
José María Borrego fue el primer gran amor de María Teresa Campos.
Se conocieron en la radio cuando ella tenía apenas 15 años y él ya se perfilaba como una figura consolidada del medio.
Se casaron en 1964, y durante un tiempo parecían una pareja idílica.
Sin embargo, con los años la distancia emocional se hizo insalvable.
El matrimonio se rompió en una época en la que el divorcio no era legal y la separación, aunque no oficial, fue total.
José María acabó formando otra familia en Málaga, mientras María Teresa y sus hijas se trasladaban a Madrid.
Esa separación geográfica y emocional fue, según los allegados, el primer paso hacia la tragedia.
Borrego intentó en varias ocasiones mudarse a Madrid para estar más cerca de Terelu y Carmen, pero nunca tuvo éxito.
Se quedó solo en Málaga, sintiéndose apartado, viendo cómo sus hijas crecían lejos de él.
Aunque mantenían el contacto telefónico con regularidad, el vacío era insoportable.
Según ha podido saber Cotilleo.
es, esa distancia emocional y física fue minando poco a poco su estado de ánimo.
La soledad lo envolvía, y el fracaso de sus intentos por reconstruir un vínculo con sus hijas terminó por pasarle factura.
Pocos días antes del fatídico suceso, Carmen y Terelu lo llamaron para invitarlo a pasar unos días en Marbella.
Su respuesta, que entonces pasó desapercibida, hoy se entiende como una señal silenciosa de despedida: “No me viene bien, estoy bastante liado.
” Esa negativa fue, sin saberlo, su última conversación con sus hijas.
Lo siguiente fue un disparo que lo apartó del mundo y dejó a Terelu y Carmen completamente rotas.
Fue María Teresa Campos quien, entre lágrimas, tuvo que darles la noticia a sus hijas adolescentes.
La conmoción fue absoluta.
Terelu recuerda ese momento como “el día en que todo cambió”.
A partir de entonces, su tristeza se transformó en rabia.
Una rabia dirigida hacia el hombre que, en su dolor, había decidido abandonar no solo su vida, sino también a ellas.
En su libro, Terelu admite con crudeza: “No podía perdonarle que dejara a mi madre como si fuera culpable de algo.
” Sentía que su padre había señalado a María Teresa ante todos como la causante de su final, una carga emocional devastadora para una joven que aún no entendía del todo el abismo emocional en el que él se
encontraba.
El odio hacia su padre creció durante años.
No por lo que era, sino por lo que hizo.
Pero con el tiempo, Terelu logró reconciliarse con su recuerdo.
Volvió a conectar con esos momentos felices que vivieron juntos cuando era niña: los paseos por la Gran Vía, las tardes de parque, los domingos de vermut.
Poco a poco, los buenos recuerdos empezaron a pesar más que la rabia.
“Me acuerdo de aquel padre que me llamaba guapa y me sacaba a pasear…”, escribe entre lágrimas en su biografía.
Pero el dolor no terminó ahí.
En plena tormenta emocional, también salió a la luz la existencia de un supuesto hijo de José María Borrego con otra mujer.
Un hermano desconocido que añadió más confusión y misterio a una historia ya marcada por el drama.
Aunque ni Terelu ni Carmen han confirmado públicamente su existencia, los rumores han sido constantes en los últimos años.
Algunos apuntan a que este vínculo fue otro de los elementos que aislaron aún más a José María en sus últimos años de vida.
Lo más perturbador de esta historia es el silencio que la rodeó durante décadas.
Nadie hablaba de la muerte de José María Borrego, como si no hubiera ocurrido.
Como si ese dolor tuviera que esconderse bajo la alfombra de la imagen pública de una familia mediática.
Pero la verdad es que esa herida sigue abierta.
Porque, como admitió la propia Terelu, la muerte de su padre dejó una sombra que aún hoy les acompaña.
Una sombra que se manifestó en forma de inseguridades, miedos, e incluso en la manera en que ella misma enfrentó sus propias relaciones personales.
El suicidio de José María Borrego no fue un acto impulsivo.
Fue el resultado de años de silencio, de distancia, de intentos frustrados por reconectar con sus hijas, de una sociedad que no sabía cómo tratar el dolor emocional ni la salud mental.
Fue, en definitiva, el reflejo de una España que tampoco estaba preparada para hablar de estos temas con claridad y compasión.
Hoy, Terelu ha hecho las paces con su pasado.
Ha conseguido perdonar y perdonarse.
Pero la historia de su padre sigue siendo una advertencia: detrás de cada sonrisa pública puede haber una pena invisible.
Y hay palabras que nunca se dijeron, abrazos que nunca llegaron, y despedidas que aún pesan como una losa.
Porque lo que le ocurrió a José María Borrego no es solo el drama de una familia conocida.
Es el grito ahogado de miles de personas que viven en silencio un dolor que nadie ve… hasta que es demasiado tarde.