Era una tarde de sábado cuando el sol se ocultaba tras la Sierra Madre, y un estruendo desgarró el cielo de Monterrey.

El avión Cessna XBBGH, que transportaba a la periodista y presentadora Débora Estrella, cayó en picada hasta estrellarse en una zona agrícola de Laderas Riveras Interpuerto, envuelto en llamas.

Al principio, todo apuntaba a un trágico accidente aéreo, pero pocas horas después,

el país entero quedó conmocionado cuando Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Federal, declaró: “Esto no fue un accidente. Fue un acto deliberado de terrorismo.”

Los primeros reportes técnicos revelaron una secuencia escalofriante. A las 18:42, un dron no identificado fue detectado a tan solo 3 kilómetros de la ruta del Cessna, volando a una altura de 1.800 metros y a una velocidad de 140 km/h.

Tres minutos más tarde, el radar registró una pérdida abrupta de altitud; el transpondedor se desconectó temporalmente, y el sistema eléctrico colapsó por completo. La última transmisión del piloto Brian Leonardo Ballesteros Sargüeta fue un grito desesperado: “¡Perdemos energía… estamos cayendo!”

Cuando los rescatistas llegaron, el avión estaba completamente destruido. El cuerpo de Débora Estrella fue hallado sin vida entre los restos calcinados. Los peritos encontraron rastros de explosivo exógeno, un material militar de alta potencia, en el ala izquierda.

La deformación del fuselaje evidenciaba una explosión externa, descartando cualquier falla mecánica. Los ingenieros aeronáuticos coincidieron: un pulso electromagnético (EMP) pudo haber neutralizado todos los sistemas del avión en segundos.

Sin embargo, lo más inquietante no estaba en el aire, sino en tierra. Débora, conocida por su estilo sobrio y profesional, llevaba meses investigando en silencio una red de vuelos privados que, bajo la fachada de turismo corporativo, habría estado transportando efectivo y precursores químicos para el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Según fuentes cercanas, la periodista había recibido un archivo anónimo con coordenadas, fechas y nombres de pilotos sin licencia. Uno de ellos figuraba con el alias “Ballesteros”, el mismo apellido del piloto fallecido con ella.

Horas antes de abordar el avión, Débora publicó en sus redes sociales una canción titulada “Someone to You” con el mensaje: “No quiero desaparecer, solo quiero ser alguien.” Tras su muerte, aquella frase se volvió profética.

Amigos cercanos afirmaron que en los días previos, había recibido mensajes amenazantes: “No vueles tan alto,” “El cielo no siempre es seguro,” “No todos regresan.” Uno de esos mensajes provenía de una cuenta vinculada al grupo Alfa 75, una célula digital del CJNG.

Para Harfuch, no hay duda: Débora fue el objetivo, no un daño colateral. Según el secretario, los cárteles han desarrollado una nueva táctica de terrorismo tecnológico, utilizando drones modificados con capacidad para transportar explosivos o generar interferencias electromagnéticas. “Están llevando la guerra al cielo,” declaró. “Y nosotros no lo permitiremos.”

Pocas horas después de la tragedia, Harfuch lanzó la Operación “Cielo Blindado”, una ofensiva federal destinada a desmantelar la infraestructura aérea del crimen organizado. Más de 60 agentes especializados fueron desplegados en las primeras 24 horas.

Se instalaron sistemas antidrones en once aeropuertos estratégicos de Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila. Además, fue capturado Carlos “El Manotas” Zamora, un técnico del CJNG experto en modificar drones para transportar cargas de hasta 8 kilos de explosivos.

El caso rebasó las fronteras mexicanas. La FAA de Estados Unidos solicitó los registros técnicos y el FBI ofreció cooperación en la investigación. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, advirtió: “Si los narcos comienzan a ejecutar periodistas desde el aire, esto ya no es narcotráfico, es terrorismo aéreo.”

Las cadenas Univisión y Telemundo difundieron la historia como una alerta internacional sobre el uso de tecnología bélica por parte del crimen organizado.

En México, la indignación se desbordó. Miles de personas se reunieron frente a Multimedios Televisión para encender velas en honor a Débora Estrella. Legisladores exigieron entregar el control de las pistas aéreas privadas al Ejército. En un discurso solemne, Harfuch declaró ante los medios: “Su muerte es un mensaje. No podemos callar cuando el crimen ya domina los cielos.”

La caída de Débora Estrella no es solo una tragedia individual; es el símbolo de un nuevo tipo de guerra, donde la verdad y la tecnología se enfrentan en el aire. México, un país que alguna vez miró al cielo con esperanza, hoy lo observa con miedo. Y entre las llamas del fuselaje aún queda una pregunta sin respuesta:
¿Fue el precio de descubrir la verdad lo que le costó la vida?