Mientras la mayoría de los habitantes de Santa Ana Huista dormían, una operación militar de gran escala comenzó en silencio y terminó sacudiendo el tablero de la seguridad regional. No hubo alertas públicas ni anuncios previos.
A las 3 de la madrugada, el estruendo de las armas rompió la calma. Tres horas después, una base estratégica del CJNG había sido completamente destruida y el balance de muertos generó conmoción dentro y fuera del país.
De acuerdo con fuentes militares, más de 300 soldados guatemaltecos avanzaron de manera simultánea desde distintos puntos tras un prolongado trabajo de inteligencia. Durante treinta minutos, las tropas se desplazaron en absoluto sigilo hasta un perímetro de unos 200 metros del campamento.

Cuando se lanzó el ataque, la respuesta fue inmediata y violenta, una señal clara de que no se trataba de un refugio improvisado, sino de una instalación preparada para resistir combates prolongados.
Alrededor de 100 sicarios defendían el lugar, atrincherados en un sistema de trincheras, búnkeres de sacos de arena y posiciones fijas con ametralladoras. La primera fase del enfrentamiento, que duró cerca de una hora, fue descrita como extremadamente intensa.
La torre de vigilancia, desde donde se detectó el ataque, se convirtió en objetivo prioritario y colapsó tras unos 20 minutos de fuego concentrado. Con la ruptura del anillo defensivo exterior en varios puntos, unos 30 hombres armados fueron abatidos en esta etapa inicial.
Ante la presión militar, los sobrevivientes se replegaron hacia el centro del complejo y se atrincheraron en el edificio principal y en varios almacenes.
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El edificio central, de unos 1.000 metros cuadrados, construido en concreto y bloques, funcionaba como una pequeña fortaleza con múltiples habitaciones y rutas internas. Cerca de las 4 de la mañana, el cerco estaba completo y las fuerzas especiales se prepararon para el asalto.
Se emplearon granadas aturdidoras para desorganizar la defensa, seguidas de granadas de fragmentación antes de ingresar al combate a corta distancia.
El enfrentamiento dentro del edificio fue caótico y brutal, prolongándose durante unos 40 minutos en condiciones de baja visibilidad. Al final, los aproximadamente 30 sicarios que resistían en el interior fueron eliminados. A las 5:20 de la mañana, el inmueble quedó asegurado.
De forma paralela, otros equipos atacaron cinco almacenes, cada uno custodiado por pequeños grupos armados. Estos objetivos fueron neutralizados con rapidez y otros 20 sicarios quedaron fuera de combate en menos de media hora.

Con las primeras luces del día, el Ejército inició la fase final de limpieza, revisando zona por zona y vehículo por vehículo. Unos 10 hombres armados restantes fueron localizados. La mayoría intentó rendirse, pero dos abrieron fuego y fueron abatidos. A las 6 de la mañana, el campamento estaba completamente bajo control.
El balance oficial confirmó 72 sicarios del CJNG abatidos y 15 detenidos con vida. Del lado guatemalteco, solo se reportaron tres soldados heridos y ninguna baja mortal, una cifra que especialistas en seguridad consideran excepcionalmente baja para la magnitud de la operación. A las pérdidas humanas se sumó un golpe material de enormes proporciones.
Durante el aseguramiento del sitio, las autoridades incautaron un total de cinco toneladas de droga, entre cocaína y metanfetamina, con un valor estimado de cientos de millones de dólares en el mercado internacional.

También se decomisó un vasto arsenal que incluía fusiles de asalto, armas de francotirador, ametralladoras, miles de cartuchos, además de decenas de vehículos y sofisticados equipos de comunicación y enlace satelital.
Desde el punto de vista estratégico, la base de Santa Ana Huista era considerada una pieza clave en el plan de expansión del CJNG hacia Centroamérica.
Su destrucción no solo representa una pérdida económica severa, sino un golpe directo a la capacidad operativa y de coordinación transnacional del grupo criminal. Para Guatemala, el significado va más allá de un éxito táctico.
Por primera vez en años, un país centroamericano mostró abiertamente su disposición a emplear fuerza militar a gran escala contra organizaciones criminales extranjeras.

El mensaje fue claro y sin concesiones. La soberanía nacional no es negociable y cualquier intento de establecer bases permanentes será respondido con contundencia.
La operación de Santa Ana Huista ha abierto un intenso debate. Algunos sectores la celebran como una respuesta necesaria ante la creciente militarización del crimen organizado.
Otros advierten sobre el riesgo de una escalada de violencia en la región. Más allá de las opiniones, lo ocurrido en la madrugada del 10 de diciembre marca un punto de inflexión. El equilibrio entre el Estado y los cárteles en Centroamérica ya no es el mismo.