Luisito, el pequeño guerrero que conquistó millones de corazones desde el set de Despierta América, se ha convertido en un símbolo de lucha, esperanza… y ahora, controversia. Su historia es conmovedora, sí. Su partida, devastadora. Pero la pregunta que muy pocos se atreven a formular en voz alta es: ¿realmente fue todo esto un acto de amor? ¿O fuimos testigos de una dolorosa explotación emocional televisada en horario estelar?
El 3 de diciembre de 2024, Univisión comunicó con lágrimas en los ojos la muerte de Luisito, un niño con cáncer que había aparecido recurrentemente en su programa matutino estrella. Raúl González y Carla Martínez, visiblemente conmovidos, compartieron la desgarradora noticia entre sollozos, palabras de aliento y un lenguaje casi celestial: “Ya está con papá Dios”.
Pero mientras el público lloraba, las redes sociales estallaban. Un video homenaje, un segmento diario en su memoria, publicaciones virales con el hashtag #VuelaAltoLuisito, y hasta la filtración de un supuesto documental con material inédito. Todo con la marca Univisión. Todo con millones de reproducciones. Todo con engagement récord.
¿Dónde termina el homenaje y comienza el espectáculo? ¿Por qué un niño enfermo se convierte en rostro de esperanza solo después de morir? ¿Y por qué esa esperanza se mide en vistas, shares y likes?
Sylvester Stallone, ídolo del pequeño Luisito, fue contactado para enviarle un mensaje personalizado antes de su muerte. “Nunca te rindas”, le dijo el eterno Rocky Balboa. Un gesto que muchos aplaudieron. Otros, sin embargo, no pudieron evitar preguntarse: ¿fue un regalo sincero o una estrategia cuidadosamente producida para crear el momento perfecto de televisión?
La producción de Despierta América, tan “afectada”, tuvo tiempo y recursos para lanzar una campaña digital masiva en su honor. Hashtags, montajes, recopilación de testimonios de celebridades y fanáticos… un despliegue de narrativa emocional que rivaliza con cualquier guion de Hollywood.
Luisito, el niño valiente que enfrentó el cáncer con una sonrisa, sin duda dejó una marca en quienes lo conocieron. Pero lo que ha quedado en el aire, como una pregunta incómoda que nadie quiere responder, es si realmente lo honraron… o si lo convirtieron en el producto más rentable del duelo.
Porque en una era donde el dolor se monetiza, donde los homenajes se empaquetan para consumo masivo, y donde cada lágrima en cámara puede significar otro punto de rating, vale la pena preguntarse: ¿a quién sirve realmente este tipo de tributos? ¿A la memoria del niño… o a las cifras de audiencia?