En uno de los complejos militares considerados más seguros de Colombia, ocurrió una tragedia sangrienta que dejó al país lleno de preguntas incómodas que, hasta ahora, las Fuerzas Militares no han podido explicar con claridad.
¿Hay algo que se intenta ocultar tras los muros reforzados del Cantón Norte? ¿Y por qué un crimen atribuido a un conflicto sentimental ha despertado sospechas sobre fallas profundas en el sistema de control interno?
La noche del 26 de noviembre, la teniente María Camila Mora Maecha, una oficial con proyección en la Escuela de Infantería, fue asesinada en el parqueadero del casino de oficiales.
Según el informe preliminar, el capitán Pablo Andrés Masmela Zapata, su pareja, la citó dentro de un vehículo donde una discusión escaló de forma abrupta.

Masmela habría sacado un arma de fuego y disparado varias veces, causando la muerte inmediata de Mora, antes de suicidarse junto a su cuerpo.
Un tercer teniente, amigo de la víctima y único testigo presencial, estuvo en el lugar y se ha convertido en pieza clave para reconstruir el caso.
Cuando parecía que el expediente terminaría bajo la etiqueta de un “crimen pasional”, la investigación tomó un giro inesperado.
En la habitación del capitán Masmela fueron halladas dos armas de fuego no registradas. El Ejército confirmó que no pertenecían a la dotación oficial y que no figuraban en ningún inventario.
Este hallazgo abrió un grave cuestionamiento sobre el control de armamento dentro del complejo militar.
Los fiscales ahora intentan establecer cómo dos armas sin registro pudieron ingresar al Cantón Norte, un espacio con estrictos protocolos de seguridad.

Su presencia no parece ser una coincidencia. ¿Eran armas para uso personal? ¿Formaban parte de una actividad paralela? ¿Quién permitió que se almacenaran dentro de un recinto militar de alta seguridad?
Las armas no registradas se convierten, en este contexto, en evidencia crítica. No solo apuntan a un posible acto de violencia impulsiva, sino que también pueden revelar fallas en la cadena de supervisión interna, o incluso la existencia de un circuito informal de armas dentro de la institución, un escenario que los investigadores no descartan.
Las Fuerzas Militares colombianas han enfrentado, en varias ocasiones, tragedias vinculadas a relaciones sentimentales, presiones emocionales y acceso directo a armamento.
Los informes sobre salud mental en el servicio han advertido que numerosos uniformados trabajan bajo estrés constante y con escasos canales de apoyo psicológico real.
Aunque existen evaluaciones y programas clínicos, los hechos demuestran que estos mecanismos no siempre logran detectar riesgos a tiempo.

El caso de la teniente Mora evidencia la interacción peligrosa entre dos factores críticos: el desequilibrio emocional y el libre acceso a armas de fuego.
Cuando un militar atraviesa una crisis personal y aún conserva la capacidad de portar armamento, la distancia entre un conflicto interno y un acto violento se reduce de manera peligrosa.
Este fenómeno obliga a repensar con urgencia los sistemas de vigilancia, especialmente en lo referente al control de armas y al seguimiento del estado emocional de los uniformados.
Tampoco puede ignorarse el rol del único testigo, cuya declaración permitirá determinar si la confrontación que terminó en tragedia fue realmente espontánea o si existían antecedentes de violencia o tensiones previas.
La Fiscalía trabaja en tres frentes: el origen de las armas, la cronología exacta de la relación entre ambos oficiales y la búsqueda de cualquier señal de conflictos previos.

Lo ocurrido en el Cantón Norte no es simplemente una tragedia privada. Es un recordatorio contundente de que persisten fallas estructurales en la supervisión de la seguridad interna y en el cuidado psicológico del personal militar.
En un entorno donde las armas forman parte de la rutina diaria, la prevención debe ser rigurosa y humana a la vez.
Evitar que casos como el de la teniente Mora se repitan dependerá de la transparencia institucional, de una reforma seria en los mecanismos de control y de una atención real al bienestar emocional de quienes sirven en las fuerzas armadas.