Pero entre los rezos y las flores, una voz temblorosa rompió el silencio: la de su abuela.“Me quitaron la vida cuando mataron a Carlos… Para mí, la vida terminó.”
Sus palabras, simples y desgarradoras, han recorrido todo México.
No fue un discurso político ni una declaración calculada, sino un grito de dolor puro, el de una mujer que perdió al nieto que crió, amó y vio convertirse en un símbolo de esperanza para su tierra.

La anciana recordó cómo intentó disuadir a Carlos de involucrarse en la política:
“Le decía: no tienes necesidad, no lo hagas.”
Pero él, con esa convicción que lo caracterizaba, le respondió:
“Tengo que hacerlo, porque es mi tierra. Amo a mi gente.”
Para ella, esas fueron las palabras que sellaron su destino.
Desde niño, Carlos fue un joven brillante. “Estudió muy buenos estudios, era noble, amable, quería a todos”, cuenta la abuela entre sollozos. En su memoria, él no es solo un político: es “mi hijo, mi niño, mi orgullo”.

Pero también recuerda con rabia contenida los días de amenazas:
“Me dijeron que iban a matar a mi hijo… Yo les dije: ‘¡Mátame a mí! Estoy aquí. No tengo miedo.’”
Ese momento resume el coraje y el amor de una madre que ya no teme a nada, porque el dolor le arrebató todo lo que tenía que perder.
El asesinato de Carlos Manzo, ocurrido el 1 de noviembre de 2025 durante el Festival de las Velas, ha dejado una herida abierta en el corazón de Michoacán.
El joven alcalde, conocido por su postura firme contra el crimen organizado, fue acribillado por un joven de 17 años, Víctor Manuel Ubaldo Vidales, identificado por las autoridades como el autor material del ataque.

A pesar de que Manzo contaba con escoltas de la Guardia Nacional y protección especial, el crimen se consumó en un evento público, a plena vista de cientos de ciudadanos.
La tragedia ha provocado una ola de indignación. Durante el funeral, miles de personas salieron a las calles con carteles que decían “¡Justicia para Carlos!”.
Los cánticos, los aplausos y los llantos se mezclaron en una sola exigencia: el fin de la impunidad.
En medio de ese luto, las palabras de la abuelita de Carlos Manzo se han convertido en un símbolo nacional.
Sus declaraciones, transmitidas por cadenas locales y replicadas en redes sociales, tocan fibras profundas de la sociedad mexicana:
“Él quería hacer el bien. Lo que él quería era importante para mí. Él era todo lo que yo amaba.”

Es un testimonio que trasciende la política y alcanza la esencia de lo humano: el amor, la pérdida y la impotencia ante una violencia que no perdona ni a los más valientes.
Hoy, mientras las velas del altar familiar siguen encendidas, México entero escucha a esa voz de madre y abuela que llora por todos los hijos perdidos en esta guerra sin final.
“Me quitaron la vida cuando mataron a Carlos,” repite entre lágrimas.
Y su frase, como una oración de dolor colectivo, resuena más allá de Uruapan:
una abuela ha hablado, y todo un país se ha quedado en silencio.