Entre los gritos de cientos de jóvenes, entre pancartas exigiendo justicia y el clamor por un país menos violento, una imagen inesperada detuvo
por un instante el pulso de la marcha: una mujer mayor, de cabello plateado y semblante marcado por el dolor, avanzando lentamente en silla de ruedas hacia el centro de la movilización.
Era Doña Raquel, la abuela de Carlos Manzo, el presidente municipal de Uruapan asesinado hace menos de dos semanas.
Su presencia no solo conmovió a los presentes, sino que encendió una controversia nacional: una acusación pública, directa y contundente contra un diputado federal, en medio de la marcha de la Generación Z.

La movilización de la mañana del 15 de noviembre —conocida como “marcha de la Generación Z”— fue convocada por jóvenes que exigen el fin de la violencia, de las desapariciones y de la impunidad en México.
Cientos de personas se reunieron desde temprano, avanzando por Paseo de la Reforma con mensajes como “Justicia para Carlos” y “México merece paz”.
Pero todas esas consignas quedaron en segundo plano cuando Doña Raquel levantó la mano, pidió silencio y comenzó a hablar con una firmeza que sorprendió a todos.
“Carlos no murió, el gobierno lo mató.”
La frase, coreada por los manifestantes, fue también pronunciada por la abuela con una claridad desgarradora. Después, sin titubear, lanzó una acusación que paralizó a la multitud:
“Leonel Godoy lo mandó matar. Morena lo mandó matar.”

La declaración cayó como un rayo. Leonel Godoy, diputado federal de Morena y exgobernador de Michoacán, es una figura de peso en la región.
Pero nunca antes había sido señalado públicamente —y mucho menos por un familiar directo de la víctima— como autor intelectual de un asesinato político.
Según el testimonio de Doña Raquel, el día del crimen Godoy estaba acompañado por otras dos personas, “andaba con otras dos personas”, dijo ella.
Y añadió que él mismo “mandó matar a un amigo” mientras ella “estaba cerca” del lugar. Aunque estos señalamientos todavía no pueden ser verificados de manera independiente, provocaron una ola de murmullos, tensión y alarma entre los asistentes.
La abuela también relató el momento en que recibió la noticia: ella y su nieto habían “quedado de vernos”, pero antes de encontrarse, una llamada cambió su vida para siempre.

“Me empezó a temblar todo el cuerpo”, recordó entre lágrimas. No era solo dolor, era la certeza de una amenaza que, según ella, venía advirtiendo desde antes. “Ya lo había dicho en una junta”, aseguró, refiriéndose a sus advertencias sobre los riesgos que enfrentaba Carlos.
Mientras tanto, el ambiente de la marcha se cargó de indignación. Los jóvenes comenzaron a gritar con más fuerza:
“¡Justicia para Carlos!”
“¡El pueblo exige respuestas!”
La presencia de Doña Raquel transformó lo que inicialmente era una marcha juvenil en un punto de quiebre político, un llamado urgente a esclarecer un crimen que ha sacudido al país.
Para muchos, la imagen de la abuela vestida de negro, con los ojos enrojecidos pero la voz firme, se convirtió en un símbolo de un México cansado de la violencia y del silencio oficial.

Hasta el momento, la oficina del diputado Leonel Godoy no ha emitido ninguna respuesta. Morena tampoco ha realizado declaraciones públicas.
Expertos legales sostienen que, aunque las acusaciones son de extrema gravedad, será imprescindible una investigación exhaustiva e independiente que evite la manipulación política del caso.
Sin embargo, más allá de las dudas y los matices, la marcha del 15 de noviembre dejó una impresión imborrable: la voz temblorosa de una abuela —una voz nacida del dolor pero sostenida por la convicción— desafió a un sistema entero. Y en la México de hoy, esa voz parece resonar más fuerte que nunca.