A los ojos del público, María Sortenidad.
Su rostro adornó portadas de revistas.

Su voz envolvía en las telenovelas más recordadas de México.
Era la madre perfecta en pantalla, la esposa inquebrantable, la actriz elegante que nunca parecía romperse.
Pero detrás de ese velo de perfección se escondía un silencio que llevaba más de dos décadas pesando en su pecho.
A los 70 años, María Sorté finalmente ha hablado y lo que dijo no fue una anécdota más de su carrera ni una confesión ligera frente a las cámaras.
Fue un grito contenido por 20 años.
Una verdad que muchos sospechaban, pero nadie se atrevía a confirmar.
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Su esposo, el jefe de policía, José Harfuch, fue asesinado en circunstancias turbias en el año 2000.
Desde entonces ella cayó.
por protección, por miedo, por sus hijos.
No fue un robo, fue un mensaje.
Esa fue la frase que lo cambió todo.
¿Qué vio realmente María aquella noche?
¿Por qué decidió guardar silencio durante tanto tiempo?
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¿Y qué ocurrió con la cinta de seguridad que desapareció del expediente?
Esta noche abriremos la caja negra de su pasado y al hacerlo, todo lo que creíamos saber sobre su vida y sobre el crimen que la marcó podría no volver a ser lo mismo.
María Harfuch Hidalgo, conocida artísticamente como María Sorté, nació el 11 de mayo de 1955 en Camargo, Chihuahua, en el norte de México.

Su infancia transcurrió entre los paisajes polvorientos del desierto y el bullicio de una familia tradicional de clase media.
Desde pequeña mostraba una sensibilidad especial.
No era la niña que jugaba con muñecas, sino la que memorizaba diálogos de radionovelas y los recitaba frente al espejo del pasillo.
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Su madre, mujer estricta y religiosa, soñaba con verla casada y en casa, mientras su padre, quien falleció cuando María apenas tenía 10 años, solía decirle, “Tienes fuego en la voz, hija, que nunca te lo apaguen.
” Esa frase sería su brújula.
A los 15 años se trasladó a la ciudad de México junto a una tía.
El cambio fue brutal.
De un pueblo tranquilo a la caótica metrópoli, donde todo el mundo tenía prisa y nadie sonreía sin razón.
Entró a estudiar medicina por presión familiar, pero su corazón latía por las artes.

Sin avisar, un día abandonó la facultad y se presentó a escondidas a un casting para Televisa.
Allí cambió su vida.
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Su belleza serena, su dicción impecable y su mirada melancólica captaron la atención de un productor que, sin dudarlo, le ofreció su primer papel.
Su debut fue en 1974.
La telenovela no fue un éxito, pero ella sí.
Poco a poco se ganó un lugar entre las grandes actrices del momento, destacando por una mezcla única de fuerza interna y ternura.
Sin escándalos, sin titulares agresivos, se forjó una carrera sólida y respetada.
En medio de esa etapa de ascenso, conoció a José Harfuch, entonces un joven oficial con una carrera prometedora en las fuerzas del orden.
Se conocieron en una cena de beneficencia.
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Él no sabía quién era ella.
Ella no sabía que él era parte de una familia con fuertes conexiones políticas.
El flechazo fue inmediato.
Se casaron a los pocos meses.
Muchos en el medio artístico dudaron de esa unión.
Decían que ella estaba destinada a un productor, a un colega actor.
Pero María optó por el anonimato matrimonial.
Con José construyó una vida discreta, casi oculta del espectáculo.
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Tuvieron dos hijos, Omar y Adrián.
Durante años, María Sorté equilibró su vida pública y su intimidad con una maestría admirable.
Grababa hasta tarde y en la madrugada cocinaba para sus hijos.
Evitaba fiestas, no daba entrevistas innecesarias.
Detrás de cámaras era una mujer entregada a su familia.
Convencida de que la fama era pasajera, pero la maternidad era eterna.
Sin embargo, esa paz se vio resquebrajada con los primeros ascensos de José Harfuch dentro de la policía judicial.
Las amenazas comenzaron a llegar de forma sutil, llamadas anónimas, miradas sospechosas.
María, acostumbrada al drama ficticio, empezó a vivir su propio thriller personal.
Aún así, guardó todo para sí.
No quería mostrar debilidad, no quería que el miedo definiera su hogar.
Pero la noche del 29 de noviembre del año 2000, todo cambió.
José fue asesinado de forma brutal.
Los reportes dijeron asalto fallido.
Pero algo en el rostro de María en su silencio ante la prensa sugería una historia muy distinta.
Después del asesinato de su esposo en el año 2000, muchos pensaron que María Sorté abandonaría la actuación para siempre.
Durante semanas se mantuvo lejos de los reflectores.
No hubo comunicados oficiales, no dio entrevistas, solo se dejó ver una vez, vestida de negro, con los ojos ocultos tras unas gafas oscuras acompañando a sus hijos en el funeral.
Aquel día la cámara captó un momento que se volvería icónico.
María estrechando con fuerza la mano de su hijo Omar, como si en ese instante jurara no volver a perder a nadie más.
Sin embargo, contra todo pronóstico, regresó al trabajo pocos meses después.
Muchos se preguntaron por qué lo hizo.
Ella misma lo revelaría años más tarde.
Volver a actuar fue mi única manera de no caer en el abismo.
La actuación fue mi medicina.
Su retorno fue con la telenovela Entre el amor y el odio, 2002, donde interpretó a una mujer fuerte, herida por el pasado.
No era casualidad, era su catarsis.
Su interpretación fue tan intensa que los críticos la calificaron como la mejor actuación de su carrera hasta ese momento.
Fue como si todo el dolor contenido durante años se desbordara en cada escena.
A lo largo de la década de los 2000, María Sortés se consolidó como una de las madres icónicas de las telenovelas mexicanas.
Ya no era la joven romántica que esperaba el galán, sino la mujer que había perdido todo y aún así seguía de pie.
Participó en títulos como Rubí, destilando amor y mi pecado, siempre encarnando figuras de autoridad moral, pero con una mirada llena de nostalgia que parecía hablar de otra historia no contada.
Mientras tanto, su hijo Omar García Harfush crecía y comenzaba su carrera en el mismo mundo peligroso que le había arrebatado a su padre.
María, según cuentan personas cercadas, vivía con el corazón en vilo.
Apoyaba a su hijo públicamente, pero en privado temía que la historia se repetiera.
Cuando Omar ascendió dentro de la policía federal y más tarde en la Secretaría de Seguridad, María rezaba cada noche como si cada amanecer pudiera ser el último.
Y entonces, el 26 de junio de 2020 ocurrió lo impensable.
Omar sufrió un atentado brutal en plena Ciudad de México.
Más de 400 disparos, su camioneta quedó hecha cenizas.
Dos escoltas murieron.
Él sobrevivió milagrosamente y en ese instante el pasado volvió a estrellarse contra el presente de María Sorté.
Aquella tarde, mientras la noticia recorría a los noticieros del país, María fue vista llegando al hospital, visiblemente afectada.
No habló, no lloró, solo se quedó sentada junto a su hijo, acariciándole la mano vendada como lo hizo cuando era niño.