A los 57 años, Johnny Lozada – el rostro que marcó a toda una generación durante la era dorada de “menudomanía” – ha roto el silencio con una confesión que sacude los cimientos de la memoria colectiva latina.
Ya no es solo el “muchacho perfecto” que sonreía bajo los reflectores; ahora es un hombre que se atreve a enfrentar las preguntas más incómodas,
aquellas que los fans han repetido durante décadas:
¿Fue Menudo realmente un sueño inocente o el cofre cerrado que escondía los secretos más oscuros de la industria musical juvenil? ¿Qué sabía Johnny? ¿Qué vio?

Su declaración no busca escandalizar ni exculpar. Es, más bien, una rendición de cuentas, una mirada madura a la complejidad de un pasado que aún divide opiniones.
Para él, Menudo fue un sueño luminoso; para otros, una pesadilla vivida en silencio. Y hoy, por primera vez, Johnny lo reconoce abiertamente.
Johnny recuerda su paso por Menudo como un tiempo lleno de contradicciones. Se unió al grupo a los 12 años, convirtiéndose rápidamente en una de las caras más queridas del fenómeno musical que arrasó América Latina a inicios de los años ochenta.
Viajó por el mundo, cantó ante estadios repletos y conoció a celebridades internacionales. Pero detrás de ese brillo se escondía una realidad exigente: jornadas interminables, agotamiento físico, presión mediática y la falta de protección para niños que aún no comprendían el peso de la fama.

Cuando comenzaron a salir a la luz los testimonios de abuso detrás del escenario —desde Roy Roselló hasta Angelo García— la opinión pública miró de inmediato hacia Johnny.
¿Había sufrido lo mismo? ¿Había sospechado? ¿O fue, simplemente, el único en salir ileso? Él explica que nunca fue víctima directa.
Nadie lo tocó ni lo amenazó. Sin embargo, lo que lo marca profundamente hoy es escuchar a sus compañeros relatar hechos que “no permiten duda alguna”, historias que estremecen incluso a quienes crecieron idolatrando al grupo.
Johnny reconoce que, aunque no vivió el abuso en carne propia, sí percibió el ambiente hostil: una disciplina extrema, sobrecarga laboral y un silencio impuesto sobre menores que no tenían voz.
Por eso apoya públicamente a quienes han alzado la suya. “No tengo razones para dudar de la sinceridad de Roy o de Angelo”, afirma, convirtiéndose así en un puente entre dos realidades: la Menudo luminosa que él vivió y la Menudo oscura que otros padecieron.

Su vida después del grupo ha sido una prueba constante de reinvención. Al abandonar Menudo en 1984, lejos de desaparecer, lanzó una carrera en solitario que lo llevó a una nominación al Grammy con el álbum Invítame.
Luego brilló en telenovelas, formó parte de Proyecto M, renació en El Reencuentro y conquistó al público televisivo en programas como Despierta América o Mira quién baila, donde ganó y donó el premio para reconstruir hogares en Puerto Rico.
Johnny siempre ha defendido que sobrevivió a la industria gracias a su capacidad de “cambiar antes de estancarse”, una filosofía que tomó del libro ¿Quién se ha llevado mi queso? y que aplica a cada etapa de su vida.
Pero quizá la parte más hermosa y auténtica de su historia no está en los escenarios, sino en su hogar. Su matrimonio de más de 30 años con Sandra Meléndez es una de las uniones más respetadas del mundo del espectáculo latino.

Ella es, en palabras de Johnny, su “roca” y su centro. Juntos criaron a cuatro hijos y hoy disfrutan la alegría de ser abuelos de Amaya y Lorenzo, un rol que él describe como “menos presión, más ternura y más gratitud”.
Johnny asegura que agradece a Dios cada día por haberle dado la fortaleza para avanzar sin miedo, y esa misma madurez le permite mirar hoy al pasado con objetividad:
Menudo fue un capítulo glorioso, pero no perfecto; un fenómeno histórico, pero lleno de grietas; un sueño colectivo que merece ser recordado sin omitir la verdad.
A los 57 años, la confesión de Johnny Lozada no es solo la respuesta a una sospecha que todos intuían.
Es un acto de integridad, una invitación a dialogar sobre la memoria, la responsabilidad y la parte humana que existe detrás de cada ídolo.
Su vida demuestra que se puede atravesar luces y sombras sin perder la autenticidad. Y quizá por eso, más que un ícono del pasado, Johnny Lozada sigue siendo un símbolo que permanece.