Irma Dorantes revela a los 90 años su historia de amor con Pedro Infante, marcada por pasión, escándalos y tragedias legales.
Su matrimonio con Pedro fue anulado por la Suprema Corte, y poco después él falleció en un accidente aéreo, dejándola devastada.
A sus 90 años, Irma Dorantes ha decidido romper el silencio que la ha rodeado durante más de seis décadas, revelando una historia que ha permanecido oculta en las sombras del cine mexicano.
La adolescente de Mérida, conocida por su belleza y su talento, entró en el mundo del espectáculo en una época dorada, donde las luces y el glamour ocultaban secretos oscuros y relaciones complejas.
Su vida se entrelazó con la de Pedro Infante, el ícono indiscutible de la época, un amor que desbordaba pasión y tragedia.

Irma nació en 1934 en una familia modesta, pero pronto destacó en el ámbito artístico.
Desde joven, se sintió atraída por el mundo del cine, y a los 13 años dio su primer paso en la industria.
En 1948, su vida cambió para siempre cuando se unió al rodaje de “Los Tres Huastecos”, donde conoció a Pedro Infante, un hombre que ya era un gigante cultural en México.
“Desde la primera escena, yo ya estaba enamorada”, confiesa Irma, recordando la calidez y el encanto que emanaba Pedro, quien la cuidaba y hacía reír.
Sin embargo, la felicidad de Irma estaba marcada por la sombra de la legalidad.
A pesar de su amor, Pedro seguía casado con María Luisa León, quien había estado a su lado durante años difíciles.
Irma se convirtió en la “otra mujer”, y su historia de amor se tornó en un escándalo mediático.
“Nunca pregunté si era casado”, dice Irma, “solo era una niña que se dejó llevar por sus sentimientos”.
El romance floreció a pesar de las complicaciones.
En 1953, Irma y Pedro se casaron en Mérida, y su luna de miel en Cozumel fue un reflejo de su amor inocente.
Pedro le compró una avioneta y la llamó “El Ratón”, en honor al apodo cariñoso que le había dado.
Sin embargo, la felicidad fue efímera.
María Luisa descubrió que su firma aparecía en documentos de divorcio que nunca había firmado, lo que desató un escándalo que sacudió a la nación.

La prensa no tardó en hacer eco de la situación.
“¡Pedro Infante, bígamo!” era el grito de guerra en los periódicos.
Irma, a pesar de ser tachada como la rompehogares, luchó por su amor y su honor en los tribunales.
“Defendí no solo mi amor, sino también mi dignidad”, afirma con firmeza.
La batalla legal se prolongó, desgastándola emocional y financieramente, pero Irma no se rindió.
El 9 de abril de 1957, la Suprema Corte falló a favor de María Luisa, anulando el matrimonio de Irma y Pedro.
“Legalmente, no era su esposa, solo una joven engañada”, recuerda Irma con tristeza.
La vida que habían construido juntos se desvaneció, y Pedro, devastado, se encontraba en Mérida, rodeado de abogados y amigos.
Irma, a la espera en la Ciudad de México, nunca imaginó que el destino tenía un golpe más cruel reservado para ellos.
El 15 de abril de 1957, Pedro abordó un avión de carga para regresar a la capital.
Sin embargo, el avión sufrió un accidente y no hubo sobrevivientes.
Irma se negó a creerlo hasta que la verdad se volvió innegable.
“Mi Pedro no podía haberse ido”, decía mientras las lágrimas caían por su rostro.
La nación lloraba la pérdida de su ídolo, mientras Irma se convertía en la “viuda sin nombre”.
El funeral de Pedro fue una escena desgarradora.
Miles de personas llenaron las calles, arrojando flores al paso del féretro.
Irma, pálida y devastada, se encontraba en el primer auto junto a la familia Infante, mientras María Luisa, la viuda legal, recibía las condolencias de los dolientes.
“Ella había ganado la última batalla”, reflexiona Irma, quien se sintió invisible en medio del dolor colectivo.

Sin testamento, la fortuna y los bienes de Pedro fueron disputados.
Irma no pudo reclamar nada, ni siquiera los recuerdos que había atesorado.
“La casa de Cuajimalpa, nuestro nidito de amor, se perdió”, lamenta.
Durante 25 años, evitó escuchar su voz en la radio y ver su rostro en la pantalla, sumida en el dolor de su ausencia.
A pesar de las adversidades, Irma regresó al mundo del espectáculo.
Con el tiempo, se reconstruyó y se convirtió en una figura respetada en la industria.
Sin embargo, su vida personal estuvo marcada por relaciones tóxicas y maltrato emocional.
“Elegí mi dignidad y a mi hija por encima de las expectativas sociales”, dice con determinación.
En 2007, a los 72 años, Irma decidió contar su historia.
Publicó “Así fue nuestro amor”, donde relató su vida junto a Pedro, la pesadilla legal y la pérdida insoportable.
“Si anularon nuestro matrimonio, ni la muerte ni nadie podrían quitármelo.
Ahora es todavía más mío”, escribió, dejando claro que su amor perduraría más allá de las leyes.
Hoy, Irma Dorantes es una de las últimas estrellas vivas de la época dorada del cine mexicano.
A sus 90 años, sigue hablando de Pedro con ternura, defendiendo su memoria contra rumores y especulaciones.
“Nunca fui una niña, sabía lo que quería”, afirma con convicción.
A pesar de las cicatrices del pasado, su amor por Pedro Infante sigue vivo, como si él estuviera siempre presente en su corazón.
