No todos los asesinatos comienzan con disparos. Algunos se gestan en silencios prolongados, en secretos compartidos y en relaciones que parecen privadas pero que terminan conectadas con el mundo criminal.
El caso del futbolista Mario Pineida, asesinado en Guayaquil, no solo marcó el final violento de
la vida de un jugador profesional que pasó por Barcelona Sporting Club, sino que abrió una cadena de interrogantes incómodos sobre dinero, drogas y redes clandestinas que operan en Ecuador.
El ataque ocurrió a plena luz del día en una carnicería del centro de Guayaquil. De acuerdo con el reporte policial, los sicarios actuaron con frialdad y dispararon de forma directa contra las víctimas. Mario Pineida y su pareja, Gisel Fernández, murieron en el lugar.

La madre del futbolista resultó herida de bala, pero logró sobrevivir y fue trasladada de emergencia a un hospital. En la escena se encontraron 17 casquillos calibre 9 mm, una señal clara de la violencia empleada y del carácter planificado del crimen.
Las pertenencias personales permanecían en el sitio, salvo un detalle clave: el teléfono celular de Pineida había desaparecido.
Ese elemento encendió de inmediato las alertas entre los investigadores. En un contexto donde las organizaciones criminales dependen cada vez más de la comunicación digital, la sustracción de un teléfono no suele ser un acto casual.

Puede tratarse de un intento por borrar pruebas, recuperar información sensible o proteger a terceros involucrados. Fuentes cercanas a la investigación indicaron que el dispositivo podría contener datos relacionados con los movimientos financieros de Gisel Fernández y con contactos que hoy forman parte central del expediente.
Horas después del crimen, la Policía Nacional detuvo a tres ciudadanos venezolanos presuntamente implicados. Uno de ellos, repartidor de oficio, confesó haber recibido 200 dólares por realizar labores de vigilancia y seguimiento de las víctimas.
El segundo aceptó ser el autor material de los disparos y afirmó que fue contratado por 1.500 dólares. La tercera detenida es una mujer señalada como intermediaria entre quienes ordenaron el crimen y los ejecutores.
Las confesiones permitieron reconstruir la mecánica del ataque, pero no resolvieron el punto más delicado: quién dio la orden y con qué objetivo.

La investigación dio un giro aún más inquietante cuando, menos de 72 horas después, se registró un segundo asesinato. Karen Grunauer, empresaria dedicada a la organización de eventos y amiga cercana de Gisel Fernández, fue emboscada y asesinada a tiros al salir del funeral de Pineida.
En el lugar se hallaron 12 casquillos y un panfleto con la inscripción “Mafia 18”. Para los investigadores, ese mensaje no fue fortuito. Se trató de una advertencia explícita, propia de ajustes de cuentas dentro de estructuras criminales.
Según información publicada por el diario Extra con base en fuentes policiales de alto nivel, Karen Grunauer no solo se desempeñaba como organizadora de eventos.
Las autoridades la vinculan con actividades de micro tráfico de drogas, especialmente en fiestas y reuniones de alto perfil, donde la distribución de sustancias ilícitas se disfraza bajo una apariencia de exclusividad.

Gisel Fernández, quien murió junto a Pineida, también habría tenido un rol dentro de esa misma red. Ambas mujeres aparecen, según la hipótesis investigativa, dentro de un esquema donde negocios legales y actividades criminales se mezclan sin fronteras claras.
A partir de estos datos, la Policía ecuatoriana trabaja con dos líneas principales. La primera sostiene que Gisel Fernández actuaba como prestamista de grandes sumas de dinero.
En un país donde el crédito informal ha crecido al margen del sistema financiero, los conflictos entre prestamistas y deudores suelen derivar en violencia extrema. Bajo esta hipótesis, el asesinato habría sido una represalia de personas que buscaban liberarse de deudas mediante la eliminación de la acreedora.
La segunda línea, más compleja y polémica, apunta a que Gisel Fernández era el objetivo principal desde el inicio. Mario Pineida habría sido asesinado por estar a su lado en el momento del ataque y por la posibilidad de que conociera información sensible.
En esos días, el futbolista acababa de desvincularse de Barcelona Sporting Club y se encontraba en negociaciones con Emelec.

Sin contrato vigente y sin ingresos estables del fútbol, los investigadores no descartan que Pineida estuviera al tanto de actividades económicas paralelas de su pareja, o que al menos conociera detalles que lo convertían en un riesgo para terceros.
Personas cercanas al jugador lo describen como reservado y poco expuesto mediáticamente fuera del campo.
Sin embargo, su relación con Gisel Fernández era estrecha. Para los investigadores, esa cercanía pudo convertirlo en una pieza vulnerable dentro de una red a la que no pertenecía, pero cuyos secretos conocía de forma indirecta.
A pesar de las detenciones realizadas, el caso enfrenta un obstáculo significativo. Los implicados directos muestran temor al momento de declarar sobre los autores intelectuales.
Las autoridades reconocen indicios de que una figura de mayor poder estaría detrás de los crímenes, alguien con la capacidad de infundir miedo suficiente como para garantizar el silencio.

Aunque los dos asesinatos podrían haber sido ejecutados por grupos distintos, la principal sospecha es que ambos respondieron a una misma estructura de mando.
El asesinato de Mario Pineida expone una realidad alarmante para Ecuador. El fútbol, el entretenimiento y ciertos sectores empresariales no están aislados del avance del crimen organizado.
Personas ajenas a estas dinámicas pueden quedar atrapadas en conflictos letales simplemente por vínculos afectivos o cercanía personal con quienes manejan información peligrosa.
Hasta hoy, las preguntas esenciales siguen sin respuesta definitiva. ¿Gisel Fernández era una prestamista poderosa o una operadora dentro del narcotráfico?
¿Karen Grunauer fue eliminada para silenciarla o para enviar un mensaje de intimidación? ¿Y Mario Pineida murió por amor, por lealtad o por haber estado en el lugar equivocado con el conocimiento equivocado?
Mientras las piezas del rompecabezas continúan dispersas, este caso se mantiene como uno de los mayores desafíos para la justicia ecuatoriana y como una herida abierta en la opinión pública.