Durante años, el nombre de Tania Ojeda circuló en informes reservados de Interpol sin aparecer en los titulares.

No había fotografías filtradas, ni declaraciones públicas, ni una vida privada expuesta. Esa ausencia de ruido fue precisamente lo que la convirtió en una de las figuras más inquietantes para las agencias de seguridad.

No por una violencia visible, sino por su capacidad para desaparecer a plena vista, camuflada entre el mundo del modelaje, el futbol profesional y los aeropuertos internacionales.

Su captura no fue solo un arresto más, sino el cierre de una historia que obligó a los investigadores a preguntarse cuántos criminales siguen ocultos tras rostros aparentemente inofensivos.

Según los expedientes judiciales, Tania Ojeda no fue una delincuente ocasional arrastrada por una mala decisión. Era una pieza clave del grupo criminal Los Mazos, una organización transnacional especializada en robos de joyería de alto valor con base en México.

Los Mazos, cuyo nombre evoca la brutalidad de los martillos de madera que utilizaban, construyeron su reputación a partir de golpes audaces en Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Uruguay y Francia.

En todos los casos se repetía el mismo patrón: rapidez extrema, violencia calculada y una retirada limpia en cuestión de minutos.

El modo de operar del grupo llevó a varios expertos en seguridad a describirlo como una estructura casi paramilitar. Antes de cada golpe, equipos de reconocimiento recopilaban información durante días en zonas exclusivas, donde se concentraban boutiques de relojes y joyas de lujo.

Analizaban cámaras, horarios de patrullaje policial, rutinas de seguridad privada e incluso los momentos de mayor afluencia de clientes para aprovechar el impacto psicológico. Cuando todo estaba listo, el ataque se ejecutaba sin margen de error.

No usaban armas de fuego ni explosivos. Su sello distintivo eran los mazos de madera, lo suficientemente pesados para destrozar vitrinas blindadas en segundos.

Un grupo de alrededor de diez personas irrumpía en el local, gritaba, rompía cristales y generaba un caos total. Empleados y clientes quedaban paralizados por el ruido y la agresividad.

En paralelo, otro vehículo se adelantaba para vigilar posibles retenes y asegurar la vía de escape. En menos de cinco minutos, relojes y joyas valuados en cientos de miles de dólares desaparecían.

Dentro de esa maquinaria, Tania Ojeda ocupaba un rol silencioso pero esencial. No aparecía en las grabaciones de seguridad ni empuñaba el mazo, pero era el enlace estratégico y logístico del grupo.

Las autoridades determinaron que actuaba como intermediaria entre el equipo que preparaba la operación y el grupo que ejecutaba el asalto.

También se encargaba del traslado inmediato del botín fuera del país. Apenas veinte minutos después de cada robo, las piezas de lujo ya estaban en su poder.

Su capacidad para moverse por aeropuertos internacionales levantó las mayores alertas. Tania viajaba con frecuencia, transportando joyas cuidadosamente ocultas y evitando cualquier sospecha en controles migratorios y aduaneros.

El destino habitual era México, donde la red de distribución de Los Mazos estaba consolidada. Esa función exigía sangre fría, conocimiento de protocolos aeroportuarios y una imagen personal impecable. Durante años, Tania cumplió ese papel sin fallas.

El punto de quiebre llegó en Costa Rica, en 2017. En apenas diez minutos, el grupo ejecutó dos robos consecutivos y se llevó joyas y relojes valuados en aproximadamente 500.000 dólares. Fue uno de los atracos más grandes en la historia reciente del país. El impacto mediático y social obligó a las autoridades costarricenses a intensificar la cooperación internacional. Interpol activó alertas y comenzó a reconstruir la red completa.

A partir de ese momento, Tania Ojeda se convirtió en una de las mujeres más buscadas del mundo. La notificación roja de Interpol se extendió a casi todos los países miembros, un total de 195. Entonces, simplemente desapareció. Investigadores creen que desde 2018 se ocultó en México, usando identidades falsas y evitando cualquier contacto que pudiera delatarla. Durante seis años logró evadir a la justicia.

El error final nació de un deseo humano. Cansada de huir, Tania intentó iniciar una vida estable. En septiembre pasado viajó a Colombia con la intención de establecerse junto a su familia y su pareja, un futbolista profesional del Deportivo Cali.

Al ingresar al país, los sistemas de control activaron de inmediato la alerta internacional. La detención se realizó en el aeropuerto, sin resistencia y sin margen para escapar.

Hoy, Tania Ojeda permanece bajo custodia a la espera de su extradición a Costa Rica, donde enfrenta cargos por los delitos cometidos en 2017.

En 2021, catorce integrantes de Los Mazos, todos de nacionalidad mexicana, ya habían sido condenados a 16 años de prisión. Las autoridades consideran que, debido a su papel central en la logística y coordinación, Tania podría recibir una sentencia similar o incluso mayor.

Más allá del expediente judicial, el caso expone una realidad inquietante del crimen organizado contemporáneo.

La belleza, el glamour y las relaciones sociales pueden convertirse en el camuflaje perfecto para operaciones criminales sofisticadas. Cuando los mazos rompían las vitrinas, no solo se destruía el vidrio, también se quebraba la idea de que el delito tiene siempre un rostro evidente.

La caída de Tania Ojeda envía un mensaje claro. En un mundo interconectado, donde cada vuelo deja rastros y cada frontera comparte información, la fuga puede prolongarse durante años, pero rara vez es definitiva.

Buscada en 195 países, su historia confirma que incluso las sombras mejor ocultas terminan alcanzadas por la luz de la justicia internacional.