Desde las primeras horas posteriores al asesinato de Mario Pineida, la opinión pública percibió que no se trataba de un acto impulsivo.
La forma fría y precisa de la ejecución, junto con la retirada casi perfecta de los sicarios, evidenciaba señales claras de una operación cuidadosamente planificada.
Sin embargo, solo cuando las autoridades lograron desbloquear el teléfono celular de la esposa,
la historia comenzó a revelarse en toda su complejidad, más oscura, más calculada y mucho más polémica de lo que muchos imaginaban.

De acuerdo con los archivos de la investigación, uno de los elementos más impactantes fue la confirmación de que los sicarios mantuvieron una llamada telefónica abierta durante todo el ataque.
La comunicación no se cortó en ningún momento, sin silencios ni interrupciones, como si en la escena del crimen no solo estuvieran los hombres armados, sino también alguien más escuchando cada detalle en tiempo real.
Los investigadores sostienen que no se trató de un error técnico, sino de una acción deliberada. Quien estaba detrás necesitaba oír, confirmar y presenciar auditivamente el momento exacto en que la víctima era sometida.
El audio recuperado muestra una coordinación escalofriante. Órdenes breves, secas, emitidas en medio de una tensión extrema.

Entre ruidos confusos y voces superpuestas, una frase se repite una y otra vez con tono urgente y afirmativo: “Ya lo cogí, ya lo cogí”.
Para los analistas de conducta criminal, esta expresión no es solo un aviso operativo, sino un reporte directo dirigido a la persona que permanecía al otro lado de la línea.
Lo que realmente estremeció a la opinión pública fue descubrir que ese mismo audio apareció almacenado en el teléfono de la esposa de Mario Pineida.
Al ampliar la investigación digital, la policía encontró un archivo idéntico a la llamada de los sicarios guardado en su dispositivo. Según los peritos, la posibilidad de una coincidencia accidental es prácticamente inexistente.
Las hipótesis apuntan a que el audio pudo haber sido enviado como confirmación de que la orden había sido cumplida, o incluso solicitado expresamente para tener la certeza de que el plan se ejecutó sin fallos.

El patrón de comunicación registrado en el teléfono también despertó serias sospechas. En los días previos al crimen, el dispositivo mostró una actividad intensa, con mensajes breves, fríos y claramente directivos.
No había intercambios cotidianos ni muestras de emoción, solo frases con tono de instrucción como “Todo está listo”, “Hoy se termina” o “No falles”. Tras el asesinato, esa actividad se detuvo de forma abrupta, dando paso a un silencio técnico casi perfecto.
Los especialistas en informática forense detectaron además señales de borrado selectivo de datos. No se eliminó todo el contenido del teléfono, sino únicamente información correspondiente a fechas y horarios clave relacionados con el crimen.
Este tipo de limpieza, según los investigadores, revela conocimiento del funcionamiento de las pesquisas y de qué elementos podían comprometer a su propietaria. No se trató de una reacción de pánico posterior al hecho, sino de una acción planificada para minimizar riesgos.

A partir de los mensajes y audios recuperados, la línea de investigación sobre el móvil del crimen comenzó a cambiar. Ya no se centra únicamente en Mario Pineida como objetivo principal.
Los investigadores consideran la posibilidad de que la verdadera ira estuviera dirigida también, o incluso principalmente, hacia la mujer que lo acompañaba en el momento del ataque.
Algunos mensajes hacen referencia indirecta a “la otra”, una presencia descrita como intolerable, lo que refuerza la hipótesis de un trasfondo de celos, posesión y control. En este contexto, Pineida podría haber sido parte de un escenario de venganza personal más amplio y complejo.
El caso también revela la existencia de una estructura organizada y meticulosa. Los sicarios contaban con apoyo logístico, rutas de escape previamente definidas y medios de transporte listos para la huida.

Aunque no se hallaron transferencias directas de dinero entre la esposa y los ejecutores, la policía identificó movimientos financieros realizados días antes del crimen a través de cuentas de amigos y personas cercanas a ella.
Estos fondos, según las primeras conclusiones, habrían servido para financiar la operación de manera indirecta.
Un hecho adicional reforzó las sospechas de encubrimiento sistemático. Tras el funeral de Mario Pineida, otra mujer vinculada al caso fue asesinada. Para los investigadores, este episodio sugiere un intento deliberado de eliminar posibles testigos o cabos sueltos.
La eliminación de personas clave encajaría con una estrategia final destinada a asegurar el silencio absoluto y cortar cualquier rastro que condujera al verdadero autor intelectual.
Mientras las evidencias se acumulaban, la actitud de la esposa tras el crimen se convirtió en un foco constante de atención.

No apareció públicamente, no concedió entrevistas ni emitió declaraciones oficiales. Su ausencia prolongada, en contraste con la gravedad de las revelaciones técnicas, alimentó el debate social y mediático.
Un testimonio incluido en un informe interno de la policía intensificó aún más el impacto del caso. Un sicario detenido afirmó: “Yo solo obedecía órdenes. Me dijeron que ella quería escuchar”.
Con el avance de la investigación, queda claro que el asesinato de Mario Pineida va mucho más allá de un simple homicidio por encargo.
Todo apunta a una puesta en escena criminal dirigida desde las sombras, donde quien mueve los hilos no necesita empuñar un arma para controlar cada segundo del desenlace.

En este guion, cada mensaje funciona como una orden, cada silencio como una decisión calculada y cada archivo borrado como un intento de desaparecer las huellas de un plan letal.
A medida que las autoridades profundizan en el caso, la pregunta central sigue sin respuesta definitiva: quién fue realmente la mente que dirigió esta tragedia desde detrás del telón.
Lo que sí resulta innegable es que el teléfono celular de la esposa de Mario Pineida se ha convertido en la pieza clave para desvelar una verdad que ha dejado al público conmocionado y que difícilmente podrá ser ignorada.