La noche volvió a volverse densa en Cauca cuando la noticia del secuestro del hijo del reconocido cantante de música popular Giovanny Ayala estalló sin previo aviso.
Ciudadanos, artistas y analistas quedaron desconcertados ante el nivel de audacia del grupo armado que ejecutó el ataque.
Lo que más ha conmocionado a la opinión pública no es únicamente la identidad de la víctima, sino una realidad cruda y preocupante: en cuestión de segundos, en plena carretera nacional, dos hombres fueron obligados a desaparecer sin dejar rastro.
Una pregunta explosiva surgió de inmediato: ¿el Estado realmente domina esta región?

Según la confirmación inicial de las autoridades, el doble secuestro ocurrió en la Vía Panamericana, en el sector conocido como “el túnel”, jurisdicción de Cajibía.
No se trata de una carretera remota, sino de un corredor obligatorio para cualquier ciudadano que viaja de Cali (Valle del Cauca) hacia Popayán. Sin embargo, en el momento del ataque, ninguna unidad de seguridad pudo reaccionar a tiempo.
Miguel Ayala y su mánager apenas transitaban por el tramo cuando un grupo armado emergió de forma sorpresiva, bloqueó el paso, rodeó el vehículo y obligó a ambos a descender.
Los hombres fueron llevados de inmediato hacia una dirección desconocida, dejando el automóvil detenido al borde de la vía, como una provocación calculada.
Lo que genera fuertes interrogantes es que días antes Miguel Ayala había ofrecido una presentación artística en el corregimiento Dewiitó, una zona rural que las autoridades han reconocido como territorio controlado totalmente por disidencias armadas del bloque de Iván Mordisco.

Cualquier persona que conozca la geografía del Cauca sabe que se trata de una “zona roja”, donde artistas, comerciantes o visitantes externos enfrentan altos riesgos.
Aun así, la presencia del artista no contó con mayor refuerzo de seguridad. ¿Fue un acto de confianza? ¿Una obligación profesional? ¿O existieron presiones ocultas que lo llevaron a actuar en un territorio dominado por grupos irregulares?
El área donde ocurrió el secuestro está bajo influencia del frente Dagoberto Ramos, una de las organizaciones disidentes más peligrosas y difíciles de controlar en la región.
Durante los últimos meses, esta estructura ha sido señalada por numerosos ataques, amenazas y retenciones contra civiles, transportadores e incluso figuras políticas.
La semana pasada, el mismo tramo fue escenario de un atentado contra la senadora Temis Tocles Ortega. Por ello, no sorprende que el frente Dagoberto Ramos sea el principal sospechoso detrás de este nuevo ataque. Lo alarmante es que este grupo jamás ha mostrado temor de confrontar al Estado.

Hasta el momento, no se ha recibido ninguna declaración de autoría ni se ha establecido comunicación con la familia.
Tampoco existe confirmación oficial sobre el estado de Miguel Ayala o de su mánager.
Esta ausencia de señales aumenta el temor de que el secuestro no tenga un propósito económico, sino un objetivo más profundo: un mensaje territorial, un castigo por haber entrado en zonas prohibidas o incluso una advertencia política dirigida al gobierno central.
Mientras tanto, las fuerzas de seguridad han desplegado operativos por tierra y aire en varios sectores de la Panamericana.
Se han instalado puestos de control temporales y se han intensificado los sobrevuelos. Sin embargo, la geografía de Cauca —montañosa, boscosa y llena de caminos clandestinos— continúa favoreciendo a los grupos irregulares.

No son pocos los antecedentes de operativos fallidos debido a emboscadas o a la imposibilidad de ingresar a zonas dominadas por disidencias.
En redes sociales, los primeros videos difundidos muestran densas columnas de humo y llamas en un área cercana a donde ocurrió el secuestro.
Aunque no se ha confirmado su relación directa con el caso, las imágenes de caos han incrementado la angustia entre la población.
Algunos habitantes afirman que podría tratarse de un ataque contra infraestructura, una táctica habitual de los grupos armados para sembrar miedo y demostrar control.

En ese contexto, el secuestro de Miguel Ayala deja de ser un incidente aislado para convertirse en un síntoma grave de la fragmentación territorial y la pérdida de gobernabilidad en Cauca.
En un lugar donde grupos armados pueden detener un vehículo, obligar a descender a sus ocupantes y desaparecerlos en plena carretera nacional, la interrogante ya no es “¿quién lo hizo?”, sino ¿quién tiene realmente el poder sobre esta tierra?
La opinión pública sigue esperando actualizaciones oficiales, pero por ahora, la incertidumbre sigue intacta. Cauca continúa envuelto en una nube de temor, donde el eco de los disparos y la sombra del control armado parecen imponerse a cualquier señal de autoridad estatal.