Uruapan – La ciudad de la luz, de las velas que cada año iluminan el Festival de las Velas, se ha convertido en el escenario de uno de los asesinatos políticos más impactantes en la historia de Michoacán.

Mientras la multitud aún cantaba y los teléfonos móviles destellaban entre la música y los fuegos artificiales, un disparo rompió el aire festivo y apagó la vida del alcalde Carlos Manso, símbolo de integridad y resistencia frente a los acuerdos oscuros del poder.

Esta mañana, Juan Manso Rodríguez, hermano del alcalde asesinado y actual Subsecretario de Gobierno de Michoacán, rompió el silencio. Llegó a la sede de la Fiscalía Regional de Uruapan a las 8:03 a.m., con un grueso expediente en las manos y el rostro pálido. Lo que reveló después estremeció a todo el estado:

“No solo lo mataron. Lo traicionaron desde adentro.” — Juan Manso

Según sus declaraciones, lo que hasta ahora se había presentado como un ataque sorpresivo fue, en realidad, una ejecución cuidadosamente planificada, una operación que involucró complicidad interna y precisión militar.

Días antes de morir, Carlos Manso había escrito en su cuaderno: “Hay movimientos que no me gustan. Alguien está trabajando para silenciarme.” Hoy, esas palabras parecen una profecía cumplida.

La tragedia ocurrió a las 22:06 horas. El alcalde se disponía a abandonar el festival cuando tres de sus escoltas insistieron en que regresara “para tomarse más fotos con la gente”.

“Señor Presidente, aún lo esperan para una foto más”, se escucha en un video. Minutos después, los disparos retumbaron.

En cuestión de segundos, el caos se apoderó del lugar. Sin embargo, algo no encajaba: el anillo de seguridad, compuesto por 26 elementos, había dejado al alcalde casi desprotegido. Solo tres guardias estaban cerca de él en el momento del ataque.

El informe inicial afirmaba que el agresor fue abatido con un disparo certero al pecho por un escolta, considerado un “héroe”. Pero ese mismo agente fue quien había insistido en mantener al alcalde en la zona más vulnerable.

Declaró luego que “había notado movimientos sospechosos” y “pidió refuerzos que fueron negados”. Los registros de GPS muestran que, horas antes del ataque, el convoy cambió su formación tres veces y que un vehículo SUV gris —supuestamente de apoyo— no figuraba en los registros oficiales. Días después, el vehículo fue hallado en un taller de Puréo, repintado y con placas falsas.

La unidad había tenido su módulo de rastreo GPS modificado manualmente, utilizando una tarjeta SIM registrada a nombre de una persona inexistente.

Sin embargo, ese número se comunicaba frecuentemente con el grupo de escoltas del Ayuntamiento. Además, tres teléfonos del equipo de seguridad fueron apagados una hora antes del atentado, y uno de ellos volvió a encenderse exactamente dos minutos después del tiroteo, a cien metros del lugar.

Todo esto apunta a una conclusión inevitable: el asesinato fue una operación coordinada desde adentro.

El hallazgo más contundente apareció en el celular de uno de los guardias arrestados: una nota de voz de 27 segundos enviada minutos antes del ataque. En ella se escucha una voz masculina que ordena:

“No lo saques todavía, espera a que lleguen los de prensa, que se acerquen más.”

La investigación rastreó el mensaje hasta una oficina gubernamental en Morelia, y el análisis de voz confirmó la identidad de dos agentes activos: uno vinculado a la seguridad pública municipal y otro a una oficina política estatal.

En los documentos presentados por Juan Manso hay una anotación a mano que resume el sentimiento de traición:

“Una traición más cercana de lo que imaginamos.”

Carlos Manso había tenido enfrentamientos con figuras de alto nivel en Michoacán, entre ellos Raúl Morón, Leonel Godoy y el exalcalde Ignacio Campos. Su hermano fue tajante: “Carlos no era un hombre dócil. Se enfrentó a quienes lo ayudaron a subir. Y eso, en este sistema, se paga con la vida.”

La viuda del alcalde, Grecia Quiroz, confirmó que una semana antes de su muerte su esposo recibió un mensaje anónimo exigiéndole “dejar de hablar sobre los acuerdos económicos entre empresarios y políticos locales”. Antes de salir aquella noche, le había dicho: “Si muero, no quiero homenajes. Quiero justicia.”

Las revelaciones llevaron a la presidenta Claudia Sheinbaum a ordenar una investigación pública y federal, declarando: “No se descarta ninguna línea, ni siquiera la política.” La mandataria instruyó a las fuerzas federales a proteger a la familia Manso, que ha recibido amenazas en los últimos días.

El gobernador Alfredo Ramírez Bedoya respondió con un comunicado asegurando que siempre mantuvo “una buena relación con el alcalde Manso” y prometiendo cooperación total.

Pero la opinión pública no se mostró convencida. En las calles de Uruapan, la gente susurra lo que muchos ya sospechan: la verdad se encuentra mucho más arriba de lo que se admite.

Quedan preguntas sin respuesta. ¿Quién dio la orden? ¿Quién manipuló las pruebas? ¿Cuántos aún callan detrás del silencio oficial?

El caso de Carlos Manso ya no es solo un crimen, sino un espejo oscuro donde se reflejan las grietas del poder. En él se mezclan la ambición, la traición y la impunidad.

Los escoltas, los funcionarios y los cómplices se movieron como piezas de ajedrez dentro de una partida donde la vida del alcalde era el precio final.

Como dijo Juan Manso con voz firme frente a los fiscales:

“A mi hermano lo mataron con precisión. Pero el error de ellos fue pensar que podían enterrar la verdad con su cuerpo.”

Y mientras las últimas velas del festival se apagan lentamente, Uruapan espera aún la luz más difícil de encender: la de la justicia.