Uruapán, Michoacán — Nadie imaginó que aquel disparo en plena plaza pública abriría un terremoto político sin precedentes.
Pero el verdadero impacto no estuvo en la bala… sino en el nombre detrás de la orden.
Según las declaraciones más recientes, el hombre que mandó matar al alcalde Carlos Alberto Manso Rodríguez no era un delincuente, sino alguien que había estrechado su mano, compartido su mesa y recibido su confianza.
“Nosotros no elegimos el objetivo. Nos lo dieron”, declaró el sicario, con la voz quebrada, ante los fiscales.

Omar García Harfuch, tras días de silencio, finalmente habló.
Y su frase cayó como un trueno sobre México:
“El autor intelectual no es un criminal. Es alguien en quien la víctima confiaba plenamente.”
Fuentes federales confirmaron que la investigación ha reunido pruebas suficientes para demostrar que el asesinato del alcalde Manso fue un acto deliberado, planificado y financiado por un grupo político afectado por sus políticas anticorrupción.
Días antes de su muerte, Manso había ordenado auditar tres proyectos de infraestructura valuados en millones de pesos, sospechosos de lavado de dinero.

Dos días después de anunciarlo públicamente, fue asesinado a plena luz del día, frente a decenas de testigos.
Una fuente cercana a la Fiscalía reveló que uno de los detenidos confesó haber recibido instrucciones de “un hombre de traje, con acento capitalino”, quien entregó la foto del objetivo, un anticipo en efectivo y las coordenadas exactas.
“No puede haber errores. El objetivo estará ahí.”
Ese mensaje, recuperado de un teléfono borrado, se convirtió en la prueba más sólida del caso.
Los analistas financieros del FGR rastrearon una serie de transferencias pequeñas que salieron de una cuenta vinculada a un fondo de campaña en Ciudad de México.

Todo apunta a que el crimen fue una purga interna, cuidadosamente ejecutada para eliminar a un hombre que “sabía demasiado.”
Un investigador lo resumió así:
“Cuando el poder y el dinero chocan, no se mata a los enemigos. Se mata a los amigos.”
Con tono firme, Harfuch declaró anoche ante los medios:
“La verdad no está en quien disparó, sino en quien firmó la orden.”
Ya no se habla de cárteles ni de crimen común.
Por primera vez, la Secretaría de Seguridad reconoce que el asesinato de Manso fue producto de una traición dentro del propio aparato político.

En Uruapán, los ciudadanos siguen encendiendo velas frente al retrato del alcalde caído.
Una pancarta improvisada reza:
“Confió en la persona equivocada.”
Y ahora, mientras Harfuch se prepara para revelar públicamente el nombre del autor intelectual, México entero contiene la respiración.
Nadie sabe quién será señalado… pero todos comprenden lo mismo: esta bala no solo mató a un hombre, sino la confianza en el poder.