La madrugada del 5 de octubre de 2025, en pleno corazón de la Zona Dorada de Mazatlán, un joven de 21 años llamado Carlos Emilio Galván Valenzuela entró al baño del bar Terraza Valentino y nunca volvió a salir.
Lo que comenzó como una noche de celebración familiar terminó en tragedia. En cuestión de horas, un cumpleaños se convirtió en una pesadilla nacional; en pocos días, el caso se transformó en símbolo del horror de las desapariciones forzadas en México.
Carlos Emilio, originario de Guadalupe Victoria, Durango, era conocido por su responsabilidad y sencillez. Aquella noche, estaba de vacaciones con su familia para celebrar su cumpleaños.
Después de la cena, su madre, Brenda Valenzuela Gill, y los adultos regresaron al hotel, mientras Carlos Emilio y dos primos decidieron alargar la noche en Terraza Valentino, un bar popular entre turistas y jóvenes en el área turística más vigilada de la ciudad.

Alrededor de las 2:30 de la madrugada, Carlos les dijo que iría “al baño un momento”. Nunca volvió.
Diez minutos después, los primos empezaron a preocuparse. Intentaron entrar al área del baño, pero el personal del bar se los impidió, asegurando que “no había nadie dentro”.
Uno de ellos trató de asomarse por el pasillo trasero y fue bloqueado por los guardias.
A las 3:10 a.m., el teléfono de Carlos Emilio se apagó por completo. Desde ese momento, no se supo más de él.
A la mañana siguiente, su familia regresó al bar y pidió revisar las cámaras de seguridad. La administración confirmó que sí existía un video donde se veía a Carlos Emilio entrar al baño, pero no había registro de su salida.
Cuando los familiares preguntaron por qué, la respuesta fue un cliché macabro:
“Fallas técnicas”.

Fallas que, curiosamente, ocurrieron justo en el instante exacto en que un joven desaparecía.
“Mi hijo no se fue por su cuenta”, declaró su madre, Brenda Valenzuela, entre lágrimas.
“Estábamos juntos, celebrando su cumpleaños. Nadie desaparece por ir al baño. Si las cámaras fallaron, ¿por qué solo en ese momento? ¿Por qué no nos dejaron entrar a buscarlo?”
El caso generó indignación nacional. Las redes sociales se llenaron del hashtag #JusticiaParaCarlosEmilio, y Mazatlán pasó de ser destino turístico a escenario de una desaparición imposible de justificar.
Pronto surgieron nombres incómodos. Uno de los propietarios del bar Terraza Valentino fue identificado como Ricardo Belarde Cárdenas, Secretario de Economía del estado de Sinaloa.
La presión pública lo obligó a renunciar el 23 de octubre, pero el daño ya estaba hecho. La sospecha era inevitable:
¿Era este un caso aislado o parte de una red de encubrimiento entre empresarios, funcionarios y grupos criminales?

Las autoridades realizaron un cateo en el bar, con participación de perros rastreadores. Sin embargo, los resultados nunca fueron publicados.
La familia solicitó acceso completo a los videos de seguridad, pero la Fiscalía se negó. Brenda asegura que solo le mostraron fragmentos, cuidadosamente seleccionados.
La falta de transparencia se convirtió en la señal más clara de que alguien quería silenciar el caso.
Pero el misterio de Carlos Emilio no es un hecho aislado.
De enero a octubre de 2025, 785 personas desaparecieron en Sinaloa, colocándolo entre los cinco estados con más casos de desaparición en todo México.
En el mismo mes, Aniella Cota Santos, maestra de 24 años, fue hallada muerta en un hotel de la misma zona, dos días después de ser reportada desaparecida.

Los casos se acumulan como piezas de un rompecabezas siniestro que dibuja una realidad: Mazatlán, el paraíso turístico, es también un territorio de desapariciones.
Incluso la Fiscal de Durango, Sonia Yadira de la Garza, lanzó una advertencia pública sin precedentes:
“Eviten los bares de Mazatlán. No es un buen momento.”
Una frase que revelaba más de lo que parecía.
Mientras tanto, Brenda Valenzuela no se rindió.
Cada día regresaba frente al Terraza Valentino, con la foto de su hijo y una vela encendida.
“Si las autoridades no lo buscan, yo lo haré. Si no hablan, los haré hablar”, dijo a los medios.
El 24 de octubre, más de mil personas marcharon pacíficamente por las calles de Mazatlán. Portaban pancartas con el rostro de Carlos Emilio y el lema que se ha vuelto grito de resistencia en México:
“Nos los llevaron vivos, los queremos vivos.”

No marchaban solo por él, sino por todos los que se esfumaron en la oscuridad sin que nadie respondiera.
Al cierre de octubre, el caso sigue abierto y sin avances visibles. Ningún sospechoso detenido, ninguna prueba nueva presentada. La Fiscalía calla, los políticos evaden, y la familia sigue viviendo entre la esperanza y el duelo suspendido.
La coincidencia de cámaras “averiadas”, la implicación de funcionarios, y la ausencia total de resultados hacen que la pregunta más simple resuene como una condena:
¿En Mazatlán, basta ir al baño para desaparecer?
La Zona Dorada sigue brillando con luces de neón, con turistas y música.
Pero entre esas luces, una madre sigue buscando a su hijo, caminando cada noche frente al lugar donde lo vio por última vez.