La muerte de Viking y Regio Clown no solo estremeció a la opinión pública, sino que también abrió un debate incómodo sobre cómo las organizaciones criminales están infiltrando la vida cultural, artística e incluso diplomática.
Lo más controvertido fue el mensaje dejado en la escena del crimen, dirigido a los llamados chapulines –traidores en el mundo del narco–, lo que confirmó que se trataba de algo mucho más complejo que un ajuste de cuentas.
Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana y sobreviviente de un atentado, asumió personalmente la investigación, advirtiendo que “esto no es un asesinato aislado, es el reflejo de toda una red criminal”.
Las víctimas, Viking (Byron Sánchez Salazar) y Regio Clown, habían llegado a la Ciudad de México para impulsar sus carreras musicales.

Sin embargo, menos de 24 horas después de ser reportados como desaparecidos, sus cuerpos aparecieron en condiciones aterradoras: atados, con huellas de tortura y ejecutados.
La brutalidad fue tal que los forenses tuvieron que identificar a Viking a través de un tatuaje. Nada en la escena indicaba improvisación: era un operativo calculado para enviar un mensaje de poder.
La investigación de Harfuch desnudó varias aristas. Una de ellas fue la relación sentimental conflictiva de Viking con una modelo vinculada a un preso de La Familia Michoacana.
Amenazas previas y un audio que advertía que sería “descuartizado” si continuaba mencionándola, se sumaron como pruebas clave. A esto se añadió el vínculo familiar de Viking con Camilo Torres Martínez, alias Fritanga, exjefe del Clan del Golfo.

Las autoridades colombianas sospechaban que el cantante pudo haber sido parte de un esquema de “lavado cultural”: fiestas y conciertos como fachada para mover dinero o droga entre Medellín, Panamá y la capital mexicana.
Otro hallazgo decisivo fue la misteriosa desaparición de 12 minutos en Polanco, justo en un área sin cámaras. Para Harfuch, ese lapso fue la clave: una detención “quirúrgica”, ejecutada con precisión militar.
Las operaciones posteriores llevaron a la captura de un exintegrante de La Familia Michoacana en Chalco, quien tenía el celular de Viking y rastros de sangre de Regio Clown en sus tenis.
Esta pista condujo a una bodega en Ixtapaluca, donde se hallaron mantas y materiales que confirmaban la autoría de un grupo especializado.

La investigación pronto escaló al ámbito internacional. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, exigió públicamente a Claudia Sheinbaum apoyo urgente para encontrar a los artistas.
Como respuesta, el equipo de Harfuch estableció un canal de cooperación bilateral para mapear las redes financieras y logísticas que operan entre Colombia y México.
El caso ya no era un crimen común: se trataba de un pulso geopolítico contra estructuras criminales trasnacionales.
Las conclusiones preliminares de la SSC son contundentes: el asesinato de Viking y Regio Clown no fue producto de una venganza personal, sino parte de una “limpieza interna” dentro de una red del narcotráfico.

Para Harfuch, Viking fue solo la punta del iceberg, y la verdadera batalla está en desmantelar toda la maquinaria detrás.
El trasfondo es un drama humano: dos jóvenes que llegaron con sueños musicales y terminaron como piezas descartables en un tablero dominado por capos y sicarios.
El caso expone cómo la violencia criminal no se limita a las calles, sino que también se infiltra en los escenarios y en los sueños de quienes, ingenuamente, creen estar a salvo bajo los reflectores.