Dante Gebel rompe el silencio: el pastor más amado de América revela los nombres que aún no puede perdonar Durante décadas lo aplaudieron como un visionario. Un predicador que hizo reír, llorar y volver a creer a millones. Subió al púlpito como quien entra a un escenario, no para actuar, sino para sanar. Pero hoy, a sus 57 años, Dante Gebel deja de callar. Y sus palabras no predican — acusan.
“No los odio, pero aún no puedo perdonarlos.” Así, sin gritar, sin atacar, pero con la voz herida de quien ya sangró demasiado, Dante menciona nombres que hasta ahora eran intocables: Cash Luna. John MacArthur. Paul Washer. Carlos Belart. Medios cristianos. Todos.
El pastor que durante años evitó el escándalo eligió por fin soltarlo todo. Porque hay dolores que ni las oraciones sanan. Y hay traiciones que no llegan desde fuera, sino desde los bancos de la misma iglesia. Mientras predicaba el amor, lo llamaban hereje. Mientras hablaba de gracia, lo tachaban de mercader. Mientras abrazaba a los rotos, lo acusaban de corromper. ¿Y por qué? Por atreverse a decir que Dios no cabe en un templo. Que la fe no necesita corbata.

Que amar no es condenar. Lo castigaron por no gritar, por no señalar, por no excluir. Por predicar sin odio. Hoy, en un acto que no es revancha sino redención, Gebel revela que detrás de cada aplauso hubo noches de llanto, cartas públicas en su contra, sermones venenosos y una soledad que ni Dios pudo llenar del todo. “No soy Jesús. Yo necesito tiempo. Lágrimas. Y verdad.” Su confesión estremece. Porque no es solo una historia de fe. Es una historia de heridas abiertas, de iglesias que excluyen, de hombres que creen representar a Dios mientras clavan clavos en manos ajenas. Dante Gebel no está renunciando a su fe. Está sacándola del altar para ponerla en carne viva. Y al hacerlo, nos lanza una pregunta brutal: ¿Debe un pastor perdonar incluso cuando nunca le pidieron perdón? ¿O es hora de admitir que incluso los profetas también lloran, también tiemblan, también necesitan sanar… a su ritmo?