Todo comenzó con lo que parecía ser una apuesta sólida.
Borja Prado, hombre de negocios con peso en el mundo empresarial español, fue nombrado presidente de Mediaset con la misión de despolitizar Telecinco, renovar contenidos y recuperar a una audiencia que se
desangraba a pasos agigantados.
Su llegada generó expectativas altísimas.
Atrás quedaba la era de Paolo Vasile, marcada por decisiones polémicas pero también por audiencias aplastantes.
Era tiempo de cambio.
Sin embargo, la revolución prometida no solo no llegó, sino que lo poco que se intentó se desmoronó en tiempo récord.
Proyectos cancelados casi al nacer, estrellas enfrentadas públicamente, y un descenso alarmante en los ingresos por publicidad pusieron a Telecinco en una posición crítica.
En tan solo año y medio, la cadena pasó de ser líder a estar sumida en el caos más absoluto.
Pero la verdadera sorpresa llegó en diciembre, cuando Borja Prado dejó su cargo.
Oficialmente se habló de una “renuncia voluntaria”, pero las versiones detrás del telón fueron mucho más oscuras.
Las tensiones internas con Alessandro Salem, el consejero delegado, eran ya imposibles de disimular.
Mientras Prado apostaba por una limpieza de imagen total, Salem parecía tener otros intereses.
La división interna era evidente, pero lo que nadie esperaba era el nombre que Paloma Barrientos pondría sobre la mesa como una de las piezas clave en esta caída: Rocío Carrasco.
Sí, la misma Rocío que dividió a un país entero con su serie documental, que reventó los audímetros y que hizo temblar a una industria al sacar los trapos más sucios de su historia familiar.
Según Barrientos, la figura de Carrasco no solo representaba un desafío narrativo para la nueva Mediaset, sino también un obstáculo político y empresarial.
Prado no estaba dispuesto a continuar con una línea editorial que, a su juicio, no encajaba con el nuevo modelo de la cadena.
Pero Salem, al parecer, tenía otros planes.
El verdadero terremoto habría llegado cuando la defensa de figuras como Jorge Javier Vázquez y el mantenimiento del enfoque “emocional y político” que representaban formatos como el de Rocío Carrasco se
volvieron puntos de fricción insalvables.
Paloma Barrientos, con su estilo directo y sin filtros, soltó la bomba: Carrasco, directa o indirectamente, fue la causa de que Borja Prado perdiera el control, y finalmente, su puesto.
La acusación no tardó en generar reacciones en todos los frentes.
Algunos tildan a Barrientos de oportunista, de buscar protagonismo en medio del derrumbe de Telecinco.
Otros, sin embargo, ven sentido en sus palabras: los cambios de rumbo, los giros editoriales sin sentido, y la defensa a ultranza de ciertos rostros mediáticos terminaron erosionando por completo el liderazgo de
Prado.
Y mientras esto sucede, el futuro de la cadena pende de un hilo.
¿Qué será de Jorge Javier Vázquez, uno de los nombres que más polémica ha generado desde la marcha de Vasile? ¿Seguirá siendo la cara visible de una Telecinco sin rumbo o caerá también en la purga que
muchos creen que se avecina? ¿Y Rocío Carrasco? ¿Seguirá teniendo influencia en los despachos altos o esta acusación marcará su declive definitivo?
Lo único claro es que Mediaset está en guerra.
Una guerra de silencios, de movimientos entre bastidores, de alianzas estratégicas y traiciones cuidadosamente calculadas.
El despido de Borja Prado no fue una simple salida ejecutiva.
Fue una decapitación cuidadosamente orquestada, y si las palabras de Paloma Barrientos son ciertas, Rocío Carrasco podría haber jugado un papel mucho más activo de lo que se creía.
La historia aún está desarrollándose.
Nuevos capítulos podrían estallar en cualquier momento.
Pero si algo ha quedado claro con este nuevo escándalo, es que en el mundo de la televisión, nada es lo que parece, y nadie está realmente a salvo.
Porque cuando el poder, la audiencia y los egos chocan, solo queda una cosa: fuego cruzado… y cabezas rodando.