Durante más de cinco años trabajó en la residencia de Rubby Pérez y guarda en su voz el temblor de quien revive un pasado doloroso.
“Yo también fui víctima”, confesó, abriendo una herida que hasta entonces nadie se había atrevido a mostrar.
Su relato describe un hogar donde el miedo era una constante, donde las puertas se cerraban sin explicación y las cámaras vigilaban rincones que deberían ser privados.
Al principio, todo parecía normal: una casa lujosa, un cantante respetado, una familia que proyectaba tranquilidad.
Pero pronto Adriana notó que algo no encajaba.
Zulinka, la hija de Rubby, aparecía cada vez más aislada, con ojos tristes y lágrimas silenciosas.
“Una vez la escuché decir: ‘¿Por qué me hace esto si soy su hija?’”, recordó Adriana, marcando el inicio de una verdad que se negaba a ser ignorada.
Una noche, mientras limpiaba el estudio privado de Rubby, que siempre estaba cerrado con llave, encontró la puerta abierta por error.
Lo que vio dentro la dejó paralizada: varios celulares antiguos, cámaras, memorias USB con fotos y videos personales, íntimos.
“Me costó respirar, apagué todo y salí corriendo”, relató.
Desde entonces, el ambiente en la casa se volvió más oscuro, y Zulinka se encerró aún más en su dolor.
El testimonio de Adriana fue solo el primero en una cadena que no tardó en crecer.
Mujeres que trabajaron como asistentes, maquilladoras y encargadas de limpieza comenzaron a contar sus propias experiencias.
Todas describían un patrón común: aislamiento, control, miradas incómodas y palabras fuera de lugar que generaban una atmósfera tóxica e intimidante.
Laura, estilista en la última gira internacional de Rubby, relató un episodio que la dejó marcada para siempre.
Tras un evento, Rubby la invitó a revisar el vestuario, pero cerró la puerta con seguro y le hizo insinuaciones que la paralizaron.
“Me dijo que podía callar, y yo asentí sin pensarlo. Tenía miedo”, confesó.
Nunca volvió a trabajar con él.
Otra joven, Daniela, narró cómo durante un ensayo fue sometida a un discurso cargado de insinuaciones que la hicieron huir.
Aunque ninguna prueba explícita existe, todas las voces coinciden en un entorno donde la confianza era forzada y el respeto desaparecía tras la fachada pública del artista.
Zulinka, al conocer estos nuevos testimonios, afirmó con valentía: “No soy la única, nunca lo fui, solo fui la primera en romper el silencio”.
Sus palabras encendieron una nueva ola de apoyo y críticas, pero sobre todo, dieron fuerza a otras víctimas para hablar.
Una adolescente llamada Reina, hija de una cocinera de confianza, también se pronunció.
Contó cómo Rubby la invitó al estudio cuando tenía 14 años y le hizo comentarios que la incomodaron profundamente.
Desde ese día, dejó de ir a la casa y su madre renunció poco después, desapareciendo ambas del entorno.
La periodista investigadora Mariela del Valle fue pieza clave para unir estos relatos en un archivo de más de 150 páginas.
Su trabajo reveló que lo denunciado por Zulinka no era un caso aislado, sino la punta de un iceberg que había permanecido oculto durante años.
Las autoridades, aunque limitadas por la ausencia del acusado, comenzaron una investigación postmortem para establecer responsabilidades éticas y garantizar que las víctimas recibieran el respeto y la atención que merecen.
El caso trascendió el ámbito familiar y se convirtió en un fenómeno social que cuestiona el poder y la impunidad detrás de figuras públicas.
Durante una inspección en la antigua residencia, investigadores encontraron en el sótano una caja metálica con documentos, fotos y un disco externo sellado.
El contenido, entregado a expertos en delitos digitales, reveló grabaciones y notas donde Rubby hablaba de su relación con Zulinka de manera manipuladora y obsesiva.
En un archivo de audio decía: “Ella no entiende que lo hago por amor, que cuando la abrazo le enseño a cuidarse”.
Otro audio mostraba a Rubby hablando con alguien más, ordenando que si Zulinka hacía alguna denuncia debía ser sacada del país para evitar escándalos.
La frase “Exageran, imaginan cosas” resonó como un eco de las excusas que históricamente han servido para silenciar a víctimas de abuso.
Zulinka, en una entrevista televisiva, expresó con voz quebrada: “Durante años pensé que lo había imaginado, pero ahora lo que han encontrado confirma todo.
Yo no lo soñé, yo lo viví”.
Su testimonio abrió un espacio para miles de personas que compartieron sus propias historias de abuso y silencio.
Incluso una antigua pareja de Rubby accedió a hablar sin mostrar su rostro, confirmando que el cantante tenía comportamientos extraños y obsesivos hacia su hija, revisando videos y murmurando frases inquietantes.
Otros colaboradores del artista también relataron un ambiente cargado de tensiones y silencios incómodos.
El caso sigue abierto.
Documentos y testimonios continúan emergiendo, y aunque la justicia legal no puede juzgar a Rubby Pérez, la justicia emocional y social avanza imparable.
Zulinka insiste en que no busca odio ni venganza, sino verdad y que nadie más tenga que vivir con miedo en su propia casa.
En una carta encontrada en la caja del sótano, escrita con tinta azul, Rubby dejó una última declaración: “Si algún día me descubren, sabrán que lo hice por amor.
Pero si no me descubren, ojalá me recuerden por lo que di, no por lo que callé”.
Estas palabras cierran un capítulo, pero abren otro, uno que invita a escuchar a quienes durante años fueron silenciados.
La historia de Rubby Pérez no terminó con su muerte; en realidad, ahí comenzó el verdadero relato, contado por quienes siempre estuvieron en silencio hasta hoy.