En 1995 Julio Iglesias no necesitaba demostrar nada al mundo, establecido ya como el cantante español más exitoso de la historia. Había vendido, por aquel entonces, 200 millones de ejemplares de sus álbumes (hoy son, según su web oficial, 300) y cantado en español,
inglés, francés, alemán y portugués. Sin embargo, sintió la necesidad de recordar a España, su país, quién era él tras muchos años triunfando fuera. El disco La carretera se hizo para eso: baladas como la que le da título al álbum sirvieron para mantener a la base de seguidores que admiraban su voz melodiosa envuelta en ritmos etéreos y números de pop latino como Agua dulce, agua salá eliminaron las sillas de sus conciertos para que un público joven bailase en ellos.
Durante la rueda de prensa que dio en Madrid en diciembre de ese año para promocionar el quinto disco de platino que recibió por el álbum, un periodista de EL PAÍS le preguntó por sus hijos. Él respondió de forma escueta. “Están saliendo adelante. No quiero influir con mi opinión. Ya veremos cómo van las cosas”, aseguró.
Ese mismo año, solo unos meses antes, un nuevo cantante había llegado con fuerza arrasadora al mercado latino, con una historia de triunfo y sorpresa final. Un tal Enrique Martínez, de nacionalidad guatemalteca según la nota que añadía a sus cintas, había enviado sus maquetas (con canciones escritas por él mismo en inglés y en español) a varias discográficas latinas. Una de ellas, la mexicana Fonovisa, mostró interés por aquel chico. Su nombre real resultó ser al final Enrique Iglesias Preysler (Madrid, 1975). No era guatemalteco, era español. E hijo del cantante latino más importante y vendedor de todos los tiempos.

“El dinero para aquella maqueta se lo prestó Elvira, que era la mujer que había educado a Enrique”, recuerda hoy Alfredo Fraile, que durante 15 años fue mánager y mano derecha de Julio Iglesias y hoy es asesor en una serie que se prepara sobre la vida del cantante. “Elvira había sido despedida por Julio cuando los niños se hicieron mayores y dejaron de necesitarla. Y Enrique, que la quería como a una madre, se la llevó a vivir con él. El dinero que sacó del despido se lo prestó a Enrique. Este, como agradecimiento, le dedicó aquel primer disco”. Elvira, que vive actualmente en España, viaja ocasionalmente a Miami a visitar a Enrique.