Mario Vargas Llosa intentó volver con Isabel Preysler en dos ocasiones antes de morir

Mario Vargas Llosa no murió solo, pero sí con el corazón roto. A sus 89 años, el Nobel de Literatura partió de este mundo con un deseo no cumplido: volver a hablar con Isabel Preysler, la mujer que marcó su última gran historia de amor. Según fuentes cercanas, intentó retomar contacto con ella en dos ocasiones, buscando cerrar el ciclo emocional que ambos arrastraban desde su sonada separación en 2022.

Pero ese reencuentro jamás ocurrió. Sus propios hijos —Álvaro, Gonzalo y Morgana— fueron tajantes. Se interpusieron entre su padre y Preysler, impidiendo cualquier intento de acercamiento. Según versiones recogidas por diversos medios, la familia del escritor desaprobó radicalmente a Isabel, a quien culpan de haber provocado un dolor innecesario en los últimos años de vida del literato peruano.

Los hijos del escritor vetaron a Isabel Presyler: “Esa señora” no era bienvenida

Aunque públicamente Vargas Llosa había mantenido las formas, la herida emocional seguía abierta. Tras la ruptura, y pese a las versiones edulcoradas que hablaban de una separación amistosa, lo cierto es que hubo celos, malentendidos y reclamos. Sin embargo, en privado, Vargas Llosa seguía suspirando por la socialité filipino-española. Pero sus hijos, que nunca aprobaron del todo esa relación, cerraron filas en torno a su padre en los meses finales.

Según Sergio Pérez, periodista de ‘Espejo Público’, ni siquiera mencionaban el nombre de Preysler, refiriéndose a ella como “esa señora”, en un gesto de desprecio que no pasó desapercibido para quienes convivieron con el autor en sus últimos días. En más de una ocasión, Vargas Llosa habría pedido que se le permitiera al menos una llamada, un gesto, una última conversación. Sin embargo, fue ignorado. Para sus hijos, la presencia de Isabel Preysler era sinónimo de conflicto, y no estaban dispuestos a permitirle volver a su entorno en un momento tan delicado.

Un adiós entre sombras: Isabel fue excluida del funeral

El 13 de abril de 2025, Mario Vargas Llosa murió en su casa de Barranco, en Lima. La ceremonia fue discreta, casi secreta. Aunque el Gobierno peruano decretó duelo nacional, el velorio fue estrictamente familiar. Nada de cámaras, nada de figuras públicas. Pero lo que más llamó la atención fue la gran ausente: Isabel Preysler. La mujer que compartió con él casi una década de vida no recibió invitación, ni siquiera una llamada.

La familia optó por borrar cualquier vestigio de ella del último adiós del Nobel. Según fuentes del entorno, fue una decisión deliberada: no querían que su imagen empañara lo que debía ser un adiós íntimo y digno. Desde Madrid, Isabel guardó silencio. Ni una palabra, ni una reacción. Su entorno no emitió declaraciones, y ella optó por el hermetismo absoluto. Algunos interpretan este silencio como respeto. Otros, como orgullo. Pero lo cierto es que ni siquiera el fallecimiento del hombre con el que compartió tantos años fue suficiente para provocar una reacción pública.

Hay amores que marcan para siempre, y otros que, aun después de rotos, siguen latentes. Mario Vargas Llosa murió con sentimientos no resueltos hacia Isabel Preysler, atrapado entre el deseo de una última reconciliación y el bloqueo implacable de su entorno más cercano. Y aunque el escritor nunca habló explícitamente del tema,  sí dejó pistas. En 2023, durante un acto literario, cuando se le preguntó si sería posible mantener una amistad con Preysler, respondió con un enigmático: “Sí, claro que sí. Por supuesto”. Para muchos, esa frase fue mucho más que cortesía: fue una confesión.

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