Tras superar un infierno en su vida personal, debido a problemas con las drogas y el alcohol, Jean-Claude Van Damme afronta la vida con serenidad y ganas de nuevos proyectos.
Jean-Claude Van Damme ha luchado en el cine contra los peores villanos, pero a sus 60 años reconoce que el combate más duro ha sido consigo mismo. Así fue nuestra charla con él…
Al habla con Jean-Claude Van Damme
Lo primero que hace Van Damme cuando le llamo por teléfono es preguntar: “¿Qué tal?”. Pero antes de que pueda escuchar la respuesta, a su lado de la línea se escucha mucho barullo: sonidos sordos del teléfono, un pequeño chihuahua ladrando, su mujer Gladys Portugues riendo, y también su propia risa. “Oh la la”, suspira Jean-Claude Van Damme. Parece como si dijera en francés: “¿Qué se le va a hacer?”.
“Mi perrita está aquí a mi lado. Acabamos de llegar del Caribe”, explica. Y la perra vuelve a ladrar mientras el actor le dice: “Lola, para”, con un tono serio e imponente. “Está tan celosa de mi mujer… es increíble”.
En los últimos tiempos, Van Damme y Gladys han estado en Francia, Bélgica, Italia y Mónaco. “Así que mademoiselle Lola ahora es una perrita mimada porque ha ido de hotel en hotel”, explica . Y se vuelve a dirigir a la perra con una voz dulce y aguda: “¿A que sí, Lola?”, y luego ríe, como si estuviera encantado de saber que hay un ser en el mundo que lo ama tanto.
Jean-Claude Van Damme cumplió 60 años el pasado mes de octubre y durante todo ese tiempo ha pasado de ser un desconocido belga a convertirse en una de las estrellas más taquilleras del cine mundial. Pero también ha sido famoso por su adicción a la cocaína. A los 38 les decía muy serio a los periodistas que estaba seguro de que iba a morir de un ataque al corazón a los 50, y eso que ya había dejado las drogas y había vuelto al trabajo y a centrarse en el deporte y en Gladys, que había estado cuidando de sus hijos, Kristopher y Bianca, durante los años en que Van Damme dejó que sus demonios le dominaran.
Jean-Claude Van Damme y Gladys se divorciaron en 1992, cuando él empezó a desmadrarse, pero volvieron a casarse a finales de los 90, lo que convierte a Gladys en su tercera y en su quinta esposa. “Si no hubiera sido por ella no estaría aquí hablando contigo…”, dice Van Damme, insinuando que no estaría vivo. Su implosión muy documentada en prensa: las columnas del corazón y las filtraciones de sus acuerdos de divorcio lo pintaban como una superestrella desquiciada, esclava de sus propias pasiones. El director y guionista Steven E. de Souza le dijo a ‘The Guardian’ que Jean-Claude Van Damme iba “de coca hasta las cejas” en el set de Street Fighter, que se rodó en 1994, cuando lograban que apareciese por el set, que no era siempre…
En 2008 ya estaba limpio cuando protagonizó JCVD, haciendo de sí mismo, representando a una estrella venida a menos atrapada en un atraco con rehenes en una oficina de correos. La película es una comedia, pero en la secuencia más increíble, una grúa saca a Van Damme de la escena y lo sube a las vigas del set desde donde habla en francés directamente a la cámara, durante seis improvisados pero emocionantes minutos, sobre la soledad de los hoteles de lujo que le abocó a las drogas, sobre sus años de autodestrucción y adicción, y sobre la culpa con la que aún carga. Habla de su anterior yo como Van Damme, y parece una persona rota sin posibilidad de cura. “He salido”, llega a decir, “pero sigue dentro de mí, todo sigue dentro de mí…”, confiesa con miedo.
El último gran héroe de acción
Jean-Claude Van Damme es un icono indiscutible de las películas de acción, un héroe conflictivo resultado de creerse su propio mito, un símbolo del cine excesivo de los 90. Pero desde JCVD ha seguido un camino de autoconocimiento acerca de todo esto, inclinándose de manera consciente hacia los aspectos más personales de su carrera cinematográfica en proyectos como la serie de metacomedia de Amazon Studios, Jean Claude Van Johnson. En ella encarna a un actor de acción envejecido que es en secreto un superespía, entre otras muchas versiones caseras divertidas de él mismo, y el famoso anuncio de Volvo de 2013, en el que aparece abriéndose de piernas como solo él sabe sobre dos camiones en marcha.
Puede que hayas visto gifs de Jean-Claude Van Damme bailando en pantalones cargo anchos y con una camiseta sin mangas y tirantes en la película Kickboxer (1989). Puede que lo vieras bailar el año pasado otra vez, mezclando artes marciales y entrenamiento de ballet en una rave, en el vídeo Ultrarêve, del dúo de EDM AaRON, que dirigió su propia hija. Puede que su imagen virtual tan sabia y serena haya aparecido en tu pantalla de inicio con citas inspiradoras sobre la importancia de la paciencia mezcladas con escenas bien elegidas de Bloodsport.
Es posible que no hayas visto las más de 30 películas y series de televisión en las que ha aparecido desde el año 2000, pero en la segunda parte de su carrera no le está yendo nada mal. El nombre de Jean-Claude Van Damme aún es capaz de hacer que se ruede una película de acción, así que siempre habrá hueco para un guion con un título como 6 balas o Juegos de asesinos, Los duros o Replicant que necesitan del carisma de Van Damme.
Hoy en día es más fácil que nunca que una estrella de acción mayor, pero aún reconocible, haga caja con un cameo de algunos minutos en una película. Pero Van Damme no solo aparece, sino que actúa en las películas en las que sale, y, aunque haga que su doble de acción tenga que trabajar extra, les da a sus filmes esa aura de actor con solera, que puede que te sorprenda si solo le conoces como el gracioso que bailaba en Kickboxer.
Y así es como ha pasado la última década más o menos, abriéndose de piernas de manera literal para el humor viral y siendo un actor de acción solemne en sus últimas películas. Pero su nueva cinta, su primer proyecto para Netflix, no se puede meter en ninguna de estas dos categorías. Se llama The Last Mercenary y en ella hace de un exagente secreto que ha vuelto a las andadas, y se abre de piernas y le da patadas en la cara a los malos, como manda la tradición. Pero también tiene problemas para conectar con su hija, se marca un par de escenas de humor y se pone un esmoquin para llevar a cabo un robo. Y todo en francés, el idioma en el que creció, pero que apenas ha usado para trabajar. En ella hay unas cuantas metabromas sobre lo Van Damme que es el propio Jean-Claude Van Damme, pero la mayor parte es JCVD haciendo de gracioso amable.
Se trata de un terreno nuevo para él, que hasta ahora solo ha hecho de tipo duro con muy poco registro emocional. “No es para nada así en la vida real”, dice el director de The Last Mercenary, David Charhon, un fan acérrimo que escribió la película con Jean-Claude Van Damme en mente. “Es alguien brillante, luminoso y divertido. Incluso me dije: ‘Me parece increíble que nadie le haya hecho mostrar cómo es realmente en una peli’”.
Un merecido relax
Estas vacaciones en el Caribe han sido su primera vez sin tener que trabajar en años, dice Van Damme. “Me he comprado un miniyate a motor”, dice. “Voy de isla en isla, echo el ancla y a nadar. Como un poco de pescado a la brasa y vuelvo por la noche. No hay ruidos, ni paparazzi, ni teléfono, porque no hay wifi”.
Ha estado fuera tres meses; solo él, su perrita y el mar. “Tenía todos los días el océano delante de mí”, dice. “Y eso es básicamente todo. Es precioso, pero no hay nada, ves el infinito. Tienes tiempo de verlo todo y nada, de pensar: ‘¿Qué más puedo hacer para que mi vida sea plena?’”.
Cuando Jean-Claude Van Damme habla de su muerte, lo hace así, con calma, como si fuera una tarea futura por llevar a cabo. Llegados a este punto, se para a mitad de la frase y dice: “No te preocupes, no es covid”, y luego se suena la nariz muy fuerte; un ruido que hace eco en la habitación. Cuando vuelve a coger el teléfono, empieza a hablar de una operación que tienen que hacerle, aunque es rutinaria.
“He ganado bastante dinero, tengo propiedades, quiero asegurarme de que mis hijos saben cuál es el valor de las cosas y después de eso no tendré problemas en irme de aquí. Ya he dado muchas vueltas por el mundo”. Ha llegado a este punto mediante la meditación. “Me hace sentir bien. Por cierto, dicen que los hombres con más éxito tienen entre 60 y 70 años”.
Por ‘éxito’ se refiere a ser felices. La ciencia social llama a esto la curva U, en referencia a cómo la felicidad tiende a descender durante la mitad de la vida y luego vuelve a resurgir durante los años de jubilación. Aunque el concepto ‘jubilación’ para las personas como Jean-Claude Van Damme es relativo. Sly y Arnold parecen preparados para seguir trabajando a los 70, así como también Jackie Chan. Y Van Damme va por el mismo camino.
En Bélgica, allá por los 80, cuando todavía era el ex Mr. Bélgica y ya había ganado algunos títulos en torneos de kárate, abrió un gimnasio al que llamó California Gym. Se aseguró de que fuera un éxito poniendo las máquinas delante de la ventana, para que la gente viera a las chicas guapas entrenar”. Hizo muchísimo dinero, lo metió en la cuenta corriente de su padre para no tocarlo y se mudó a Los Ángeles con solo 3.000 dólares en el bolsillo. Pensó que si no triunfaba con 3.000, tampoco lo haría con 5.000.
Los orígenes del mito
Estuvo en Los Ángeles cinco años, durante los cuales Jean-ClaudeVan Damme aprendió inglés, durmió en el coche, repartió pizzas, puso moquetas, fue conductor de limusinas y aprovechó cualquier momento delante de las cámaras por mínimo que fuera, como haciendo del típico bailarín de Venice Beach enfundado en un mono en Breaking (1984). Llevaba siempre consigo revistas de kárate en las que aparecía en la portada, por si se cruzaba con algún productor que pudiera darle un trabajo. No es así como suelen funcionar las cosas, pero a él le funcionó.
La historia cuenta que Van Damme vio al productor Menahem Golan, cofundador de CannonFilms, en un restaurante. Allí le demostró lo alto que podía pegar una patada cuando dio una por encima de la cabeza de Golan. De ese modo como consiguió el papel en Bloodsport (Contacto sangriento).
Esta es casi toda la verdad, pero falta la parte en la que Jean-Claude Van Damme no dejaba de llamar a Golan sin obtener respuesta. Y cuando ya estaba a punto de desistir, sentado en su apartamento pensando: “Ya está, se ha acabado, no puedo hacer nada más”, el teléfono sonó y le llamaron para que fuera a la oficina de Golan. Y el productor le dijo a su secretaria: “Karen, dile a Bloodsport que entre”. Y entonces le dieron el guion que le cambiaría la vida.
En la película, basada en las aventuras demasiado increíbles para ser ciertas de un extrabajador de la CIA, novelista y amante de las artes marciales llamado Frank Dux, Van Damme hace de un soldado que deserta para luchar en un torneo secreto de artes marciales y full-contact en Hong Kong. Es como si el guion hubiera sido escrito pensando en la necesidad de que un actor como Jean-Claude Van Damme existiera.
Estrenada en 1988, Bloodsport recaudó 50 millones de dólares con solo 2 millones de presupuesto. A principios de los 90, Jean-Claude Van Damme era un valor seguro, hizo de dos hermanos gemelos en Doble impacto y luchó contra Dolph Lundgren como un ciborg zombie veterano de Vietnam en Soldado universal.
Era un Arnold 2.0 más malo y más guapo, con un corte estilo mullet y que no tenía pudor en enseñar el trasero en pantalla (ni de chulear de su habilidad para romper una nuez con él). En 1991, vestido con los tirantes de Patrick Bateman como si fuera un bróker del tres al cuarto, Jean-Claude Van Damme se sentó con Arsenio Hall, quien le propuso que mirara a la cámara y dijera: “Tío, soy grande”. Sonriendo, Van Damme se giró y dijo a la cámara algo que sonó a: “Tío, estoy grande”.
La mala racha
Después de que Timecop ganara más de cien millones de dólares a mediados de los 90, Universal le ofreció 12 millones de dólares más por tres películas, pero Jean-Claude Van Damme que iba a lo grande, pidió 20. Como había surgido de la nada, nadie podía mandar sobre él. Los años siguientes estuvieron marcados por la avaricia, el ego y las malas decisiones. 10.000 dólares de cocaína a la semana; un divorcio muy sonado de su cuarta mujer, Darcy LaPier; múltiples multas por conducir bajo los efectos del alcohol; un intento de rehabilitación; y, con el tiempo, el diagnóstico de trastorno bipolar, la causa de muchas de las cosas anteriores.
Pero sobrevivió a todo y ha vivido para ver al mundo perder mucho de su interés, un proceso que empezó para él mucho antes de que las interacciones humanas se redujeran al tamaño de una ventana de Zoom. “Estoy como hastiado, aburrido”, dice Jean-ClaudeVan Damme. “Ahora todo pasa dentro de una pantalla”. Si es así como va a ir el mundo ahora, está más agradecido que nunca de que la vida le haya permitido estar en Kazajstán e Indonesia antes de que todo cambiara. Pero también tiene esperanzas en el futuro.
“Cada dos mil quinientos y pico años cambiamos de constelación”, dice. “En todos los libros de la Biblia, el Corán, la Torá o el Evangelio aparece el pez como símbolo. Y ahora estamos entrando en la constelación de Acuario, que es un ciclo de la vida totalmente diferente, si entiendes las cosmologías. Estos dos años que vienen serán muy importantes en términos del ciclo de los humanos”.
Una segunda oportunidad
Puede que sea más fácil ver la cualidad cíclica de las cosas cuando ya has destrozado tu carrera una vez y has vuelto a resurgir de tus cenizas, volando en jet privado a París para hacer una película para Netflix. Llámalo resurgir si quieres, pero la dura realidad es que Van Damme ya ha tenido un siglo XXI mejor que cualquier otra estrella de acción de su generación.
Esto incluye los casi 325 millones de dólares brutos de Los mercenarios 2, en la que se enfrentó con Stallone por primera vez, como el traficante de armas Jean Vilain, y Kung Fu Panda 2, en la que hizo un cameo de voz como el cocodrilo que lucha contra el pavo real interpretado por Gary Oldman. También podrás escuchar a Jean-Claude Van Damme en Minions: el origen de Gru, en la que pone voz a Jean-Clawed, un villano con una pinza de crustáceo gigante por mano. Pero también ha hecho otras películas más pequeñas y oscuras, en las que las consecuencias espirituales de toda una vida prácticamente malgastada, parecen escritas en la cara esculpida en piedra de Van Damme.